Ascua de hielo
Otros hablarán sin duda de las actuaciones políticas de Joan Reventós a partir de la transición democrática; yo me limitaré a evocar unos recuerdos de cuando éramos condiscípulos en la Facultad de Derecho de Barcelona y compartíamos actividades clandestinas. En la primera antología poética universitaria en catalán, publicada a fines de los años cuarenta bajo la supervisión literaria de Salvador Espriu, había una poesía de Joan Reventós en la que decía: "Sóc una brasa de gel" ("Soy un ascua de hielo"). Cuando lo leí le dije: "Te has retratado: Esto es precisamente lo que tú eres". Reventós fue siempre noblemente apasionado, vehemente, desgarrado, sin menoscabo de su coherencia tanto íntima como pública. Por una parte, pensaba, hablaba y obraba con una lógica fría y férrea, muy adecuada a su formación económica y a su ideología socialista, pero escondía (aunque a menudo le estallaba) una incontenible pasión romántica. Un día se liaron a puñetazos, en el patio de Derecho, monárquicos y falangistas. Reventós no era ni lo uno ni lo otro, pero, como me comentó después, vio que pegaban a un amigo suyo monárquico y se lanzó contra el falangista. De vez en cuando me decía: "Dame un duro y no preguntes para qué es". Se lo daba sin preguntar (aunque no me sobraba el dinero) porque ya me imaginaba la finalidad. Un día, cuando me pidió el duro, le dije: "Aquí lo tienes, y si además puedo colaborar en algo, puedes disponer de mí". Sonrió y me dijo que pasara aquella tarde por su casa. Tal como me imaginaba, los duros eran para comprar brochas y botes de pintura para pintadas y papel y tinta para una multicopista venerable con la que imprimíamos octavillas que después nosotros mismos repartíamos. Aquella tarde, en su torre de la calle Anglí, preparamos un buen montón para repartir el día de la llamada liberación de Barcelona. Cuando, a raíz de la huelga de tranvías del 1 de marzo de 1951, fui detenido y encarcelado en el castillo de Montjuïc, la primera visita que recibí (aparte de mi familia) fueron él, Jordi Pujol y Pere Figuera. Mientras atravesaban las murallas, el túnel helicoidal de entrada y el rastrillo, lo habían estado observando todo y, bajo la dirección experta de Pere Figuera, habían elaborado un plan para sacarme del castillo. Así me lo propusieron, y aunque yo lo vi demasiado peligroso siempre recordaré con agradecimiento su propuesta. Reventós fue una de las contadas personas de las que me despedí cuando decidí entrar como monje en el monasterio de Montserrat. Cuando se lo dije se emocionó visiblemente y me dijo que así era como entendía él la religión, y que si fuera creyente, tendría que serlo radicalmente, como yo, y no admitió mis palabras en el sentido de que uno puede ser muy buen cristiano sin necesidad de hacerse monje.
"Ascua de hielo": me resisto a admitir que ahora sea sólo hielo. Quiero creer que es pura ascua.
Hilari Raguer es monje de Montserrat e historiador.
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