El espejo estadounidense
¿Qué deparará este año a la economía mundial? En Estados Unidos, los miedos a que la economía pudiera sucumbir a la deflación se han desvanecido. Lo que sí permanece es la sensación de haber dejado pasar una oportunidad fabulosa. Desde el momento en que George W. Bush tomó posesión de su cargo, el incremento medio real del PIB de Estados Unidos ha sido del 2,3%, un ritmo que parece lento si se compara con el de los años de expansión de la era Clinton. De hecho, la economía de EE UU podría haber crecido mucho más rápido de lo que lo ha hecho.
Si la Reserva Federal hubiera seguido una política agresiva de reducción de los tipos de interés durante estos últimos años, o si el presidente Bush o el Congreso hubieran aprobado recortes fiscales encaminados a potenciar la demanda y el empleo a corto plazo, la economía de Estados Unidos habría crecido a un ritmo no visto desde hace una generación y media.
Las ganancias derivadas de los cambios en la economía producidos por las tecnologías de la información son muy elevadas
¿Aprovechará ahora Estados Unidos esta oportunidad para crecer rápidamente? A no ser que el estancamiento en la contratación provoque una repentina reducción en el consumo de los hogares, las desgravaciones fiscales y los tipos de interés bajos deberían impulsar la economía hasta una tasa de crecimiento del 4%. Esto puede ser o no ser suficiente para reducir de un modo significativo la tasa de desempleo, pero será suficiente para que EE UU siga siendo el componente con el crecimiento más rápido del núcleo posindustrial de la economía mundial.
Pero la economía del núcleo posindustrial en su conjunto seguirá siendo como un avión al que le funciona un solo motor. Para los países en vías de desarrollo, la ausencia de un crecimiento rápido en Europa occidental y Japón no es un inconveniente tan grande porque, para empezar, Europa y Japón nunca se han mostrado muy abiertos a las importaciones de los países en vías de desarrollo. El crecimiento sólido de la demanda en EE UU Unidos implicará un aumento de la demanda de exportaciones procedentes de los países en vías de desarrollo, aunque no a los precios que regían cuando el dólar era más fuerte.
Afortunadamente para el mundo en vías de desarrollo, los tipos de interés de Estados Unidos son tan bajos y el miedo a una devaluación aún mayor del dólar tan grande que es prácticamente imposible imaginarse una repentina retirada de capital de los países en vías de desarrollo en favor del núcleo posindustrial.
Así que es poco probable que en 2004 pueda verse una repetición de la evasión de capitales que golpeó a México en 1995 o al este de Asia en 1997 y 1998 (si la histeria alcanzara a los mercados de capital del mundo, la conmoción llegaría con toda probabilidad en forma de evasión de capitales desde Estados Unidos).
La pregunta más interesante para la economía mundial es la siguiente: ¿cuándo se extenderá a los demás países ricos el rápido incremento en la productividad impulsado por las tecnologías de la información que ha tenido lugar en Estados Unidos? Y también, ¿cuándo crecerá el comercio mundial de servicios de la información como el procesado de formularios, la contabilidad y los servicios de atención al cliente como consecuencia de Internet y el cable de fibra óptica, del mismo modo que los barcos de vapor con casco de acero que podían surcar los océanos y el telégrafo impulsaron la expansión del comercio mundial de los productos de primera necesidad a finales del siglo XIX?
No lo sabemos, pero sí sabemos que Gobiernos, empresas, inversores, trabajadores y padres de todo el mundo deberían empezar a apostar por las tendencias a largo plazo que comenzaron a hacerse patentes a lo largo de la pasada década. Dichas apuestas probablemente no den resultado durante el año próximo o los dos siguientes. Pero serán rentables a lo largo de los próximos diez años. Karl Marx no estaba del todo equivocado cuando escribió que los países más industrializados son los espejos en los que el resto del mundo puede observar su futuro.
El espejo que es ahora Estados Unidos muestra que las ganancias derivadas de sacar partido a los cambios en la economía que han sido posibles gracias a las tecnologías de la información son muy elevadas. La pregunta del millón para los demás países es cómo hacer lo mismo.
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