Denise Colomb, retratista de los grandes pintores del siglo XX
La pasada semana falleció Denise Colomb a la edad de 101 años en su domicilio parisiense. Desde hacía tiempo se preparaba para ello con una mezcla de inquietud y esperanza. Morir, de acuerdo, pero ¿y luego? ¿Qué huellas dejar? Activa hasta el final, para ella era una cuestión de honor proseguir todos sus proyectos y acudir, como una diva, a sus inauguraciones. Cuestión de orgullo para una mujer que empezó tarde a vivir para sí misma cuando decidió convertirse en fotógrafa.
Denise Colomb tenía el don de estar presente en los momentos cruciales. Y su visión se volvió retrospectivamente premonitoria. Le bastaba con extender sus antenas y confiar en su emoción, o su intuición, como dirían algunos. Si bien ésta no le faltaba, es cierto que, como muchas fotógrafas, estuvo muy infravalorada.
Preferentemente, elegía pintores, escultores o arquitectos: Georges Braque (1949), Pablo Picasso (1952), Alberto Giacometti (1954), Pierre Soulages (1955), Le Corbusier (1961), y otros muchos. El único comercio que mantenía con ellos se resumía en estas palabras: enséñame lo que pintas, dibujas, lo que raspas, marcas, recortas y pules, y te diré quién eres.
Fijó para siempre los rasgos de toda una generación de artistas que figuran entre los más importantes del siglo, de modo que hoy podemos verlos a través de sus ojos. Elevadas al estatuto de iconos, sus fotografías han construido nuestro universo visual.
Nacida en París el 1 de abril de 1902 en una familia burguesa originaria de Alsacia, Denise Loeb se casó más tarde con un ingeniero naval, Gilbert Cahen. De este modo, inauguró una vida de viajes, en especial a Asia y Polinesia. En Saigón, con una pequeña cámara (Super Nettrel), se aventuró por los arrabales y realizó un diario. Poco tiempo después de regresar a Francia estalló la guerra. Fue en ese momento cuando adoptó el seudónimo de Colomb. Refugiada en Dieulefit, en la Drôme, escapó con su marido y sus hijos a las denuncias antisemitas. De aquellos años trágicos conservó una vigilancia moral extrema frente a los extremismos.
Cuando Aimé Césaire descubrió sus fotografías de Indochina, le sorprendió la nobleza de los rostros y el respeto que testimoniaban. Así pues, la invitó a unirse a la misión de celebración del centenario de la abolición de la esclavitud y a fotografiar las Antillas francesas. Denise Colomb recibió de este modo su primer encargo oficial a la edad de 46 años. En los años cincuenta realizó reportajes sobre los problemas de vivienda, el tráfico en carretera, los cocheros de París o la isla de Sein.
Como la enfermedad la ignoró espléndidamente, Denise Colomb decidió no envejecer más hasta finales de los años ochenta. Su rostro no tenía edad. Tanto a los visitantes de paso como a sus amigos íntimos les ofrecía la lectura de algunos de sus sueños escritos escrupulosamente al despertarse. Esta mujer que fotografiaba en blanco y negro soñaba en color.
En 1991 cedió el conjunto de su obra (52.000 negativos, 2.600 positivados de época, notas y relatos personales) a Francia. El año siguiente, la retrospectiva que le fue dedicada en el Palacio de Tokio en París inauguró un gran número de homenajes en Francia y en el extranjero.-
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