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Más caras

Los que tenemos la fortuna de mirar y ver, vemos muchísimas caras entre la extensa bruma de densificación icónica que tonifica o toxifica nuestras vidas. Hay caras ciegas que se descomponen, gritan, bostezan, no ríen, se hieren, se licuan, se muerden o se sajan y que pintó Francis Bacon (pueden ad-mirarse en el IVAM hasta Marzo). O caras como la de Aznar, transparente en su antipatía, casi traslúcida tras la demencia servil de su última época, desde la boda de la niña en El Escorial a la reunión con los papás severos en las Azores. Una cara borrosa, extinta ya, distinta, sin duda, a la de Mariano, correosa, bondadosa, una pizca untosa. Distinta, sí, de la cara sin sal de J.L.R. Zapatero a excepción de unas cejas que prometen color de rosa. Y hay caras como la de un tal Fabra, cuyas dificultades para mantenerla erecta, evocan, salvada la presunción de inocencia (difícil con esas gafas), aquel dicho de un viejo colega ideológico suyo (que no conoce), Alexis de Tocqueville: "Lo que hay que temer no es tanto la inmoralidad de los grandes como el hecho de que la inmoralidad pueda conducir a la grandeza".

La cuestión esencial para que valoremos algunas caras, siguiendo el popular principio de que si se mira atentamente siempre se ve más de lo que se sabe, no es que estén de frente o de perfil, cosa relevante sólo en fichados casos y para ciertas posiciones, que sean deseables o indeseables, gratas o ingratas, olvidables (tampoco me gusta la mía) o inolvidables (la de la esposa o esposas, la de los padres, los hijos, los abuelos, los amigos, las antiguas amantes, los psicoanalistas, los actores o actrices, las de quienes fueron buenos profesores o profesoras... pero a esas solemos llamarlas, gozosamente, rostros). Importa mucho que estén vivas o muertas, pero no demasiado su fealdad o hermosura, su color, asimetría, prognatismo, beatería o hieratismo, su lividez, tosquedad o blandura meliflua, sino esa necesidad enfermiza, esa sed insaciable de per-durar, de seguir ahí hasta convertirse gradualmente en máscaras, aunque Más dura será la caída (aseado filme de Mark Robson, 1956, que registra la última salida a cámara del duro rostro de Humphrey Bogart). ¿Acaso Scarface, Frankenstein, Hyde, Cyrano, Belphegor, Joker, Copito de Nieve o Picio... no convirtieron en leyenda el envés de sus rostros hasta naturalizar y embellecer la diferencia, lo monstruoso o lo simplemente repulsivo?

Por otra parte, caras han sido las cosas en Navidad y Reyes. Las reuniones familiares excesivas, la bondad inexorable aunque artificial, el cordero, el pavo, los mariscos, los juguetes... o la sorprendente compra/¿capricho?/adquisición por el IVAM de doce caras de Marilyn sobre fondo ad hoc de uno que dicen que pinta, pinta... y lo que va a pintar a partir de ahora hasta, por lo menos, el 2007, año éste, como todo los valencianos recordarán, de la Copa del América, el regalo político-económico internacional a Rita B. y, también, de las siguientes elecciones autonómicas y municipales... si no le ponemos remedio. Hay que volver a ver en la espléndida fotografía de este mismo periódico hace ya un puñado de días, la cara de placer estético desinteresado de Kosme de Barañano mirando sin ver, cual Manolo Kant, no a esa Marilyn, que ya la debe tener muy vista en el cinematógrafo, las fotografías, los carteles, los almanaques, las postales, las revistas, las galerías, los museos y hasta en pintura (nosotros la vimos aquí, por ejemplo, gracias a Juan Antonio Toledo, que escrutó su cara y ese cuerpo pintándolo infinitamente mejor y a un precio razonable; gracias a los fotomontajes de Josep Renal, y tal y tal...), sino al Príncipe, a su artista (si ello es así) y a uno de sus con(sortes)sellers, luciendo todos muy radiantes ante tamaño escaparate.

Pero, conviene no olvidarlo, también son de recibo, además de las populares, las caras que regresan del frío en las próximas listas electorales socialistas, las caras resecas del nacionalismo-valenciano patrio, tan añejo como el cava de Requena-Utiel, las de esa izquierda que para formalizar la unidad perdida menudea con el número y el ángulo exacto de sus caras en el cartel o la de no muy grato recuerdo (presente a plazo fijo e incierto futuro para sus conocidas ambiciones) del antiguo Príncipe, Eduardo Zaplana por más señas, y la del nuevo Príncipe, sólo Camps porque aún está recién pintado, a quien suponíamos más afecto a la Santa Faz y de-voto de la milagrosa cara de "panquemao santificao" del (otro) José María... Escrivá de Balaguer (expuesta en Valencia antes que la de Marilyn), pero que sonríe, pícaro, ardiente y sudoroso, teniendo a sus espaldas a la Monroe con esa mueca perversa en una boca históricamente tan deseable y habilidosa, aunque no lo diga exactamente así Arthur Miller, nobleza obliga, en ninguna de las 573 excelentes páginas autobiográficas de sus Vueltas al tiempo (Tusquets, Barcelona, 1999).

Caras que no se confiesan, como hizo Yukio Mishima, que están y quieren volver a estar y duran y duran y per-duran...Esas máscaras, que alguien escribió sabiamente "son apariencia pero también refugio", estuvieron ya en Egipto, en Grecia, en el Japón, en el origen, cubriendo y ocultando a los actores y los hechiceros, en las fiestas galantes españolas, francesas o italianas, en los carnavales populares del Mediterráneo y hoy están y seguirán estando por todas partes, en casi todos los medios, en la Historia o en la historieta, en la novela familiar, en cada uno de nosotros hasta el final, aunque podamos utilizar como pretexto, óbice o excusa a Cesare Pavese y pensar, como él, que uno no es responsable de su (más) cara hasta cumplir los cuarenta años.

Caras que atraviesan más nuestra vida que nuestros ojos. Y las que habrá. Muchas caras para todos los gustos, actividades y profesiones, en fin, de las que gustaría librarse porque hay algunas que duran políticamente (dura lex)... demasiado. Pero que pronto, con el invierno casi agotado para que comience pletórica la primavera, tal cual un domingo de ese Marzo lluvioso que se lleva las inmensas, memorables caras de Francis Bacon, ya mismo, vendrán, en un abrir y cerrar de sus ojos ante la urna correspondiente, otras caras que se repetirán, se cambiarán... o se mezclarán. A su gusto.

Vicente Ponce es profesor de Teoría del Arte y de Historia y Teoría del Cine Moderno en la Universidad Politécnica de Valencia.

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