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Crítica:TEATRO | Cecilia Rosseto
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Menopausia fundamentalista

Pasional, humorista, impura, deslenguada, sale a escena después de ponerse unos pétalos de rosa roja en su intimidad -sí, ahí, donde usted piensa, ella lo dice directamente- por superstición; y desde la escena cuenta y canta. Va preparándose para la menopausia fundamentalista, dice ella. No se pasa cuando la deja.

Lleva veinticinco años con su espectáculo, que empezó a la muerte de su marido; se casó por segunda vez y tiene una hija mayor que estudia en la Universidad de Bellaterra. No ha tenido más que esos dos hombres en su vida, y no piensa en más. Éste es Óscar Balducci, poeta, autor de sus canciones.

Es una gran actriz. No sé cómo queda en el teatro, donde ha estrenado mucho: creo que lo último es una Ópera de cuatro cuartos que dirigió nada menos que Calixto Bieito, que dice de ella que tiene la facultad de "mostrar sus entrañas". Salen de su voz oscura, de sus canciones, de su vulgaridad sublime: es capaz de volverse de espaldas y enseñar un culo geométrico, carnal, fuera de serie, sólo unos segundos, para demostrar que su vulgaridad es elegante por su libertad.

Pequeño encuentro en Madrid

Cecilia Rosseto. Recital con Freddy Vacarezza, pianista. La Casa Encendida. Madrid.

La libertad

La libertad es su tema soterrado. Desde niña, desde sus padres italianos emigrados -el coro de Nabuco que suena al principio y al final es para ellos-, y sus sueños amorosos de adolescente, y sus espectáculos... Y la terrible política de su país, la repentina ruina.

El pianista es un virtuoso, y es un cómplice. A veces hay instrumentos que no se ven, pero se oyen: están grabados. Mal invento: hace sospechar de todo. Pero la presencia de ella en escena es única. En el público había quien lloraba y quien reía, a veces las dos cosas al mismo tiempo: quienes se tocaban, porque ella dice que hay que tocarse (a mí, nadie).

Todos aplaudieron, y gritaron: menos yo, porque el protocolo nos lo impide. Se supone, de cuando el estreno de teatro era un acontecimiento y una batalla -se habla de batallas famosas: el estreno de Hernani, de Victor Hugo; el de Los medios seres, de Ramón; el de Fermín Galán, de Alberti: y todos los de Jardiel-, que se aprobaba o se repudiaba, que se aplaudía o se pateaba, que el crítico no debe expresar nada: ni revelarlo siquiera. Está sólo para ver, oír y publicar.

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