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Columna
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Hostias

"En Francia organizan las cosas de otra manera". Así, más o menos, empieza Un viaje sentimental de Lawrence Sterne. Y es cierto. Allá por 1959 las organizaban tal de otra manera que daba auténtico miedo aventurarse por las carreteras galas. O sea, que no organizaban nada. Eran los tiempos en que la inolvidable Citroën DS, la Déesse -bautizada luego, Pirineos abajo, como Tiburón, apodo tal vez más apropiado- sembraba el pánico a lo largo de las Rutas Nacionales, sobre todo entre los tímidos isleños celtas o anglosajones que hacíamos entonces nuestros pinitos automovilísticos por el continente europeo, y que nunca habíamos superado los 110 kilómetros por hora. Las "diosas" iban a 200 y más. Las imitaban los otros coches franceses, muchos de ellos casi tan potentes. Y la carnicería era brutal e imparable. Aquella gente se había vuelto loca.

Poco a poco las cosas fueron cambiando. Y el año pasado, como se sabe, el país vecino tomó medidas drásticas que han reducido en un 20% el número de muertos en carretera. ¡Por fin, en vez de amenazas, un radar que está en todos lados y que funciona! Que detecta. Que identifica. Que toma nota. Que denuncia. Que crea el temor a ser infractor, la seguridad de ser cogido. La reciente experiencia francesa demuestra que cuando el conductor sabe, y no sólo sospecha, que está vigilado, se comporta con mucho más prudencia.

¿Y el alcohol? En Gran Bretaña, desde hace años, nadie se atreve ya a conducir con una copa de más, porque los controles son tan frecuentes como contundentes las consecuencias.

Todo ello induce a reflexionar sobre las hostias. En La tesis de Nancy, creo que el único libro divertido de Sender, sorprende a la ingenua protagonista norteamericana la frecuencia con que los andaluces se muestran dispuestos a regalar dicha oblea al prójimo, incluso en plena calle. La rubia Nancy oye proferir a cada paso la frase "¡te voy a dar una hostia!". ¡Qué generosidad más insólita! ¡Qué catolicismo más profundo! En Madrid los taxistas, andaluces o no, aluden mucho a las hostias que habría que endiñar a los conductores para acabar con la doble fila, los vehículos aparcados en el carril-bus y otros abusos de la especie, y que no les endiña ningún alcalde, por temor a perder popularidad e ingresos. Me imagino que, en un país donde las hostias, reales o metafóricas, se consideran como una manera bastante normal de resolver las discrepancias y de imponer criterios, no pegarlas nunca es percibido como patético y de farsa. Por ello podría ser que las nuevas normas de tráfico, bastante estrictas, surtiesen algún efecto. Pero tendrán que aplicarse a rajatabla. La presencia de la Guardia Civil -única fuerza policial que suscita respeto entre los ciudadanos- es hoy muy insuficiente en las autovías, como saben quienes transitamos con regularidad por ellas. Y, en consecuencia, mínima la posibilidad de ser aprehendido por exceso de velocidad. Me temo que, como no se importe el sistema francés de radar ubícuo, que por lo visto es no sólo la hostia sino la rehostia, las cotas de mortandad van a seguir siendo aquí un escándalo.

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