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Columna
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A dar la nota

Si no fuera por la solemnidad de las carnes de animales, pescados y mariscos que se consumen tradicionalmente estos días en determinados festines, y sus sutiles efectos miméticos, los discursos, los mensajes y las réplicas de los políticos, resultan de bostezo con trofeo. Pero tampoco hay que pedirle al besugo, al pavo, al solomillo o al percebe, lo que no dan ni el presidente, ni sus consejeros, ni los líderes de la oposición. Los políticos carecen de imaginación y de información acerca de la realidad. Por eso se desenvuelven con alguna soltura en locales de dudosa luz y fauna de fantasía. En ámbitos así, tan ajenos al transeúnte, no les ruboriza pegarle a la pianola y darse unas pasaditas a la remanguillé de AVE, agua del Ebro, pleno empleo y ahora, como número bomba, Copa del América. En Torrevieja y cuando se fundía el 2003, Francisco Camps prometió: "Vamos a vivir los mejores años de nuestra historia". Si lo hubiera prometido, apretando un puñado de cemento hidráulico, ni Escarlata O'Hara. Pero Francisco Camps lo sabe y lo sufre por partida doble y en eso tiene plaza en el martirologio: por un lado, le sacuden sus adversarios, por otro, sus enemigos. Que le sacudan sus adversarios es algo natural; que le sacudan sus enemigos es algo perverso. Que Antoni Such, portavoz del PSPV en las Cortes, le diga que no tiene propuesta alguna y que está sometido a Madrid, o que Glòria Marcos, coordinadora de EU, lo acuse de confundir la institucional con lo "puramente partidista", o que Enric Morera, secretario del BNV, califique su intervención como "falta de calado político", es, además de fundado, lógico. Pero que Serafín Castellano de su misma cuerda y obediencia atribuya todos los muy cuestionables éxitos -¿y el tremendo endeudamiento?- a su antiguo patrón, Eduardo Zaplana, resulta de una crueldad que descalifica a quien la reitera, posiblemente desde el difuso servicio no a la fidelidad sino al ditirambo.

Con todo, queda ya muy lejos el mensaje de Camps, en el Náutico de Torrevieja y las reacciones que levantó. El 2004 se desliza hacia un marzo electoral y azorado. Todo el panorama social, político y económico está sujeto a muchas tensiones. Del escenario habitual desaparecen personajes tan relevantes como Aznar, Pujol y Arzalluz, lo que ya constituye un cambio de consecuencias imprevisibles. El Gobierno tripartito catalán ha desmelenado a los intransigentes, justamente a aquellos que más dicen defender la Constitución, aunque nunca la miraron bien y hasta escribieron en su contra -el PP ni existía cuando se refrendó-; y han abierto, el Gobierno tripartito catalán, y el Plan Ibarretxe muchas expectativas. Tantas que ya son 7 autonomías las que pretenden las mejoras de su autogobierno, mediante la necesaria reforma de sus estatutos. Si "el mero enunciado de esas reclamaciones se ha convertido en anatema para el Gobierno central y el PP", dos de las siete autonomías están en manos de los populares: Madrid y Valencia. Y en fin los grandes partidos han sacado sus cartas de marear. Hay que hilar muy fino. El cronista desea que, salga quien salga, nadie lo haga por mayoría absoluta. Que se lo monte a pelo, que se lo trabaje, que se lo sude, pero que no se ahoguen las necesidades y reivindicaciones de los pueblos. Esa es la prioridad democrática.

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