Faltó clase

Jesús López Cobos suele ser un excelente traductor de la Novena pero los resultados de la noche del sábado, en el tradicional concierto de Navidad de la Sinfónica de Madrid, no respondieron a lo que cabía esperar ni de él ni de su orquesta. La falta de flexibilidad fue constante a lo largo de los tres primeros movimientos y la formación sonó sin calidad, sin verdadera clase ni individual ni colectiva. Ciertos efectismos -ese timbalero como Júpiter Tonante- no taparon la falta de un hilo conductor en la expresividad, que puede ser acerada, casi violenta, pero que necesita, sobre todo, tensión, continuidad -lo que no significa la falta de reposo en el fraseo, que también se observó- y, en ese momento absolutamente sublime del Adagio molto e cantabile, entrega y efusividad como en pocas músicas.

Hubo, sí, unos cuantos compases de cierta enjundia: la melodía del Himno a la Alegría dicha antes de la entrada del bajo. En el último tiempo el coro gritó demasiado, confundiendo volumen con pasión y, por momentos, parecía estar más sobre el escenario del Real -que pisa como titular del mismo-, vestido de algo, que ungido por la gracia beethoveniana en una sala de conciertos. En el cuarteto vocal destacaron las mujeres, que hicieron honor a su excelente reputación. Ramón ha cantado mejor y con más empuje otras veces -con López Cobos, sin ir más lejos- y Davislim pudo esconderse tranquilamente en el coro al final de su comprometido Froh, wie seine Sonnen fliegen. En fin, que no fue una buena Novena, aunque la actuación desatara el entusiasmo navideño. Así que, aquí paz y después gloria.