_
_
_
_
Reportaje:JACQUES CHIRAC | PROTAGONISTA INTERNACIONAL / PRESIDENTE FRANCÉS | LOS PROTAGONISTAS DEL AÑO | INTERNACIONAL

El hombre que plantó cara a Bush

Todo el año 2003 ha estado marcado por un cisma entre EE UU y una parte de Europa. El protagonista nato de ese fenómeno ha sido el presidente francés, Jacques Chirac, que intentó resistirse a la estrategia norteamericana a partir de su confortable reelección del año anterior (82% de los votos) y la protección de una sólida mayoría parlamentaria. Sin caer en la irrelevancia, el papel internacional de Francia se había debilitado en los años precedentes, a causa de las peleas entre un Gobierno de izquierda y un presidente de derecha.

Chirac es el decano de los líderes europeos. Aparece siempre en el centro de las fotos de familia por grande que sea el grupo a inmortalizar. Consciente de que carece de suficiente fuerza militar, económica y tecnológica, Francia necesita envolverse en Europa, en el G-8 y en la ONU para ampliar su capacidad política. El 2003 era la ocasión de insertar al país en el mundo cambiante de la posguerra fría y de convertir las reservas europeas hacia el "unilateralismo" estadounidense en actitud positiva hacia el reequilibrio de fuerzas.

Chirac ha trabajado para dividir el campo de sus adversarios: restableció un cierto consenso con Blair y atrajo a Berlusconi, lo que supuso aislar a Aznar
El presidente francés juega a ser el contrapoder de Estados Unidos, pero para eso necesita enarbolar la bandera de una Europa unida

Sin embargo, Georges W. Bush no le dio tiempo. Colocado en la encrucijada de apoyar o no el ataque a Irak, Chirac decidió enfrentarse a su homólogo de Washington. Nació el no a la guerra preventiva defendida por Bush ante su angustiada clientela política, aceptada por dirigentes europeos como Tony Blair o José María Aznar, y combatida por Chirac. Éste añadió argumentos a su postura: "Oriente Próximo no necesita una guerra suplementaria", advirtió; "la guerra es siempre la peor de las soluciones", remachó, alcanzando el cenit de su popularidad.

La escalada continuó con el anuncio de que vetaría el ataque en la ONU. Chirac y su ministro de Exteriores, Dominique de Villepin, se movieron para impedir que Estados Unidos consiguiera una mayoría de votos en el Consejo de Seguridad. Nadie sabía entonces si la ocupación de Irak era el preludio de una expansión de corte bonapartista -esta vez, en versión democrática- o un proceso de gestión tan compleja como ha resultado. La respuesta de la "coalición de las Azores" -Bush, Blair, Aznar- hizo que Chirac fracasara en el objetivo de evitar la guerra. Un grupo de diputados del partido presidencial le acusó de haber precipitado a la ONU en la crisis, abriendo así la primera brecha en el consenso nacional contra la guerra. Toda la sabiduría política de la diplomacia francesa fue insuficiente para evitar el descarrilamiento de marzo de 2003. Chirac ha hablado muy poco de ello, pero es evidente que lo sucedido en torno a la guerra y la posguerra de Irak le ha vuelto más desconfiado en relación con Europa.

Semanas antes del estallido del conflicto, Chirac se había aplicado a reparar el eje franco-alemán. Como se ha comprobado en el transcurso del año, las celebraciones del 40º aniversario de la amistad franco-alemana estaban pensadas como una decisión estratégica de tipo defensivo, dedicada principalmente al mutuo apoyo entre dos economías en crisis, pero preñadas, igualmente, de voluntad de gobierno conjunto de Europa.

En una cena celebrada en el palacio del Elíseo en enero, Chirac y De Villepin acordaron con Gerhard Schröder y Joshka Fischer el esqueleto de lo que debían ser las instituciones de la UE: un presidente estable -pero sin poderes ejecutivos- y un ministro de Exteriores; además decidieron que el presidente de la Comisión había de ser ratificado por la Eurocámara. "Hemos dado cada uno un paso hacia el otro", dijo Chirac, refiriéndose a Schröder: como si Europa fuera cosa de dos, aunque sus escuderos diplomáticos se esforzaran luego en presentarlo como propuesta a los demás socios.

Aquellos fueron los tiempos en que Tony Blair y José María Aznar, inquietos por el despegue franco-alemán en el seno de la UE, lograron el respaldo de Silvio Berlusconi y de líderes de otros países europeos más pequeños, en una iniciativa de apoyo público a Bush. Y también esa época fue testigo de la reacción colérica de Chirac, principalmente contra los futuros socios de la UE ampliada: "Han perdido una buena ocasión de callarse" (...), les dijo, y les llamó "malcriados".

La revuelta de los despreciados ha traído consecuencias graves para la cohesión europea. La desconfianza mutua se ha hecho patente a finales del año. Todas las guerrillas de por medio -iniciativas de cuatro países para montar una defensa europea autónoma, forcejeos para hacerlo más o menos compatible con la OTAN, choques sobre el respeto al Pacto de Estabilidad- son las pequeñas batallas de un combate más amplio por el liderazgo de Europa. En los últimos meses, Chirac ha trabajado para reducir diferencias con Blair y ha neutralizado a Berlusconi. Pero Aznar ha sostenido el enfrentamiento y esa actitud ha servido de catalizador de otros descontentos, dando al traste con el proyecto de Constitución.

Para minimizar el desastre, Chirac ha lanzado otra vez la idea de la "Europa de las dos velocidades". Este proyecto sólo puede entenderse como un enroque de los países fundadores de la UE, en un tablero de juego cada vez más inquietante para su hegemonía. Francia ni siquiera las tiene todas consigo con Alemania, porque sabe que una derrota de la mayoría rojiverde traería un Gobierno conservador en Berlín, de línea probablemente más pro-norteamericana que la de Schröder.

Esto explica las razones de que el presidente francés acelerara el fracaso del Consejo Europeo de Bruselas del 12 y 13 de diciembre. El tratado constitucional queda en el aire y con ello la voluntad de caminar hacia la unión política de la Europa de los 25. Chirac no aceptará nunca una entidad supranacional en condiciones tan inseguras como las actuales. Otra cosa es que, convencido de su baraka, crea más en una buena crisis europea que en un mal pacto. El presidente francés trabaja con la confianza de que, si Europa superó la política de la silla vacía practicada por De Gaulle -uno de sus antecesores- por qué no pensar que superará también la crisis actual.

Washington y Londres ponen hechos rotundos encima de la mesa: la diplomacia francesa no ha tenido fuerzas para responder a un golpe tan fino como la rendición de Gaddafi, que ha levantado bandera blanca frente a Londres y Washington. El año que viene se celebrará el 60º aniversario del desembarco aliado en Normandía y puede que sea la oportunidad para Chirac dé una operación de relaciones públicas con británicos y estadounidenses. Al precio de dejar de representar el papel de amigo de Bush padre, que se creyó obligado a pararle los pies al hijo, suponiéndole descarriado.

El presidente francés, Jacques Chirac.
El presidente francés, Jacques Chirac.AP

Y además

Ariel Sharon y Yasir Arafat. El primer ministro israelí y el presidente palestino se acusaron durante todo un año marcado por la represión y el terrorismo de frustrar la última esperanza de paz: la Hoja de Ruta.

Lula da Silva. El presidente de Brasil disipó la desconfianza internacional y logró una estabilidad política, social y económica aun a costa de ganarse la inquina de los sectores más radicales de su propio partido.

Recep Tayyip Erdogan. El primer ministro turco logró aplacar a los militares, recelosos siempre ante un Gobierno islamista, y resistió las presiones norteamericanas para convertirse en un ariete clave de la guerra contra Irak.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_