La nueva vida de Letizia
Podemos imaginarla con 15 años, por qué no. Podemos imaginar a esa adolescente delgada, como todas las mujeres de su familia, de ojos grandes y muy abiertos, volviendo del Instituto Ramiro de Maeztu de Madrid hacia su casa. Un trayecto largo, primero el metro y luego esa camioneta que llamaban La Veloz y que dejaba atrás Madrid para internarse en la carretera de Valencia hasta llegar a las urbanizaciones de Rivas Vaciamadrid, un oasis de nuevos edificios en medio de descampados en una de las salidas más feas de esta ciudad. Podemos imaginarla sentada con sus dos hermanas, Telma y Erica, a las 12 de la noche, en el último de los autobuses, exhausta después de un día agotador que consistía en una mañana dedicada al ballet y el horario nocturno del instituto. Podemos imaginarla callada, a pesar de que dicen que no calla nunca, con la cabeza apoyada en la ventanilla, entregada, debido al cansancio y a no ver más que oscuridad y luces fortuitas, a las meditaciones y a los sueños adolescentes. Los sueños adolescentes viajan sin límite en la imaginación de nuestra joven. Es posible que sueñe con dedicarse a la danza, pero es posible que ya exista un veneno ganando espacio en su interior, el del periodismo, inoculado por su abuela Menchu del Valle, la voz de Radio Oviedo, una de esas referencias sentimentales de los asturianos de cuando la radio ocupaba un lugar insustituible en las casas y las locutoras eran estrellas que provocaban una adoración más inocente que la que ahora provocan las de la televisión. Para las tres niñas Ortiz Rocasolano sería, sin embargo, de lo más natural zascandilear por los pasillos de Radio Oviedo e incluso ir por las tardes a tomar la merienda y hacer los deberes en alguno de los despachos de la emisora, oyendo de fondo las noticias y los indicativos de los locutores, en los que se informaba de la hora y de la temperatura. A pesar de que pudieran vivir las lógicas estrecheces, no era poca cosa, y más en una pequeña ciudad, ser de la familia de los de la radio, un gremio no excesivamente favorecido económicamente, pero con suficiente categoría para estar en el cogollito social. De las tres, parece que fue Letizia la que más curiosidad sentiría por esa profesión familiar que había pasado de la abuela y la tía, Marisol del Valle, al padre, Jesús Ortiz.
Letizia anunció que iba a venir un amigo, y éste resultó ser el Príncipe. Tal fue el asombro, que una de las presentes pensó: "¡Cómo se parece a Felipe!"
Una compañera de informativos dice que era una de esas profesionales que nunca decían que no a nada, que no querían perder ni un tren
Sus amigos la definen como perfeccionista, lo que a veces podía ocasionarle roces con los compañeros, y con una franqueza que podía llegar a ser cortante
Para la vida del Príncipe, llena, como decía Gómez de la Serna, de gentes que "me gastan la vida y no me la ensanchan", ella puede ser una ventana al mundo
Tal vez, decía, los sueños de aquella Letizia de 15 años consistieran lógicamente en tener una importante presencia pública, porque no parece que ese carácter, que definen siempre como fuerte y ambicioso, se conformara con sueños mediocres, pero 16 años más tarde, la vida le deparaba un giro inesperado que con toda seguridad jamás pasó por su imaginación, entre otras cosas, porque dada la educación que pudieron recibir las Ortiz Rocasolano, las ambiciones siempre estarían relacionadas con una presencia activa y reivindicativa en el mundo -no en vano desde pequeña vio a las mujeres de su casa trabajar y, más aún, defender los derechos laborales, dado que su madre, Paloma Rocasolano, es sindicalista-, no con la aspiración de llegar a ser princesa.
Difusión prematura
La sorprendente noticia del noviazgo saltó el 31 de octubre, unos meses antes de lo que la Casa Real hubiera deseado, pero la eficacia con la que se había conseguido mantener el secreto se había roto; esa mañana, El Búho de la SER daba la noticia y la revista Tiempo ya tenía en marcha una edición con los novios en primera plana. El Príncipe estaba aterrado ante la posibilidad de que la prensa machacara a la mujer de la que se había enamorado. Había antecedentes para temerlo. Fuera o no fuera adecuada la noruega Eva Sanum para ser la esposa del Príncipe, el caso es que los comentarios alcanzaron una grosería, un clasismo y una moralina insoportables. Las televisiones hacían encuestas a cada momento sobre si una noruega que había aparecido en bikini podía ser Reina, y expertos de esos que dicen saber lo que nadie sabe afirmaban que el Príncipe estaba decidido a dejarlo todo por amor. Pero el Príncipe no dejó nada. Está educado para no dejar nada. Y mientras hay quien asegura que estaba perdidamente enamorado, otros dicen que de no haber habido este vocerío contrario a la relación, el noviazgo (que nunca se anunció como tal) se hubiera desvanecido sin más. Esta etapa fue, sin duda, el fin de la inocencia en cuanto al tratamiento casi sagrado que se le había concedido por parte de los medios a la Familia Real y, por otra parte, el fin de la inocencia del Príncipe, que pudo comprobar cómo gente que no le conocía en absoluto entraba a juzgarle sin piedad. "De todo ese circuito -escribía entonces la historiadora y académica Carmen Iglesias- sorprende el grado de agresividad que, bajo consejos aparentemente paternales y preocupados por la salud de la institución y de las personas que la representan, se traslucen en escritos y declaraciones de supuestos adalides de las instituciones que dicen defender".
Pero esta vez no fue así. No sólo la Casa Real fue mucho más prevenida y asistió al Príncipe en su secreto, sino que contó con la astucia de alguien que conocía perfectamente la profesión periodística, Letizia. Sobre la descripción que la entonces presentadora daba a sus compañeros de su nuevo novio misterioso ya se ha escrito todo: es diplomático, se llama Juan, habla varios idiomas..., cuando sepáis quién es os vais a quedar de piedra. Pero nada más. El verano transcurría y mientras la prensa rosa especulaba con las prometidas del Príncipe, Letizia y "su chico" se veían en casas de amigos o en la propia residencia de verano de los Reyes. Se la veía feliz, enamorada, eso dice una de sus amigas, que no quiere dar su nombre, pero la sorpresa fue mayúscula cuando en la sobremesa que siguió a una cena entre antiguas compañeras de CNN+, en el restaurante Calle 54, ella anunció que iba a venir un amigo suyo, y el amigo resultó ser el Príncipe. Tal fue el asombro, que una de ellas pensó durante unos minutos: "¡Cuánto se parece al Príncipe el amigo de Letizia!". No cabe duda de que saborear un secreto tan extraordinario debe añadir excitación a la propia excitación de enamoramiento, pero también es verdad que Letizia, en cuanto pudo, expresó a alguna amiga sus preocupaciones por la que se le venía encima. Sus amigos insisten en que para ella será doloroso renunciar a la vocación por la que ha luchado tanto, por la que aceptó cualquier horario. Era, como comenta una compañera de informativos, una de esas profesionales que nunca decían que no a nada, que no querían perder ni un tren. Puede que de ahí le venga ese adjetivo que se repite con frecuencia en cada semblanza que se hace sobre ella: ambiciosa. Un adjetivo que cuando se refiere a un hombre evoca cualidades y cuando se refiere a una mujer defectos. Sus amigos prefieren definirla como perfeccionista, un perfeccionismo que a veces podía ocasionarle roces con sus compañeros, y una franqueza que, como decía Olimpia Nájera, la hija de la familia con quien convivió durante su estancia en México, podía resultar cortante. Pero esto no le resta vulnerabilidad. Tiene la vulnerabilidad de las mujeres guapas, dice una amiga, que se esfuerzan en hacer ver a los demás que son inteligentes. De ahí probablemente le vino esa necesidad nerviosa de hablar en el ya célebre día de la petición de mano, en el que media España la vio interrumpir al Príncipe y se puso a la tarea de defenderla o condenarla.
Del entusiasmo a la severidad
Ésa es otra. Del entusiasmo del principio se pasó a la severidad. Y no es que aquella dichosa interrupción fuera tan importante, es que en España somos así. Vehementes para todo. Lo que sí pudo comprobar Letizia, al día siguiente leyendo la prensa, es que todos sus actos serán mirados con lupa. Porque la prometida del Príncipe, dicen los que la conocen bien, está al tanto de todo lo que se dice sobre ella. Y aunque es cierto que sigue gozando de un alto nivel de aceptación, también lo es que empieza a escucharse el rumor de las críticas. Hay un sector clasista, profundamente reaccionario, aristócrata, que se pregunta: "¿Por qué no se casó con mi niña, que es de su clase?". A algunos se les ha podido oír, literalmente, que no quisieran que un hijo suyo se casara con la nieta de un taxista. Hay otro sector de integristas católicos que, por un lado, no perdonan que el Príncipe se case con una divorciada y, por otro, no reconocen como válido su anterior matrimonio porque era civil. Incongruente, pero cierto. Al parecer desearían que a una futura princesa se le hiciera la prueba del pañuelo. A lo mejor es que viven convencidos de que sus niñas van vírgenes al matrimonio. Es el mismo sector que criticó decisiones puntuales de los Reyes, como el hecho de enviar en su momento a la Infanta Cristina a la universidad pública, y que ha vivido con recelo el que los Reyes no quisieran una corte alrededor, por el convencimiento, tantas veces expresado, de que su monarquía está ligada sólo al orden parlamentario. Y hay también cierta progresía cuyo razonamiento es: ya que viven con grandes privilegios, que se sacrifiquen y se casen con quien se tienen que casar. Y en todos los sectores hay una latente misoginia que nadie reconoce. Desde luego nunca se estudia con tanto detenimiento moral a los pretendientes de las princesas.
Letizia tiene un pasado. Un pasado que ahora empieza a diseccionarse de manera ridícula y amenazante, como si en cualquier momento uno de esos programas de charlatanería pudiera sacarse un as inesperado de la manga. Una amiga de Letizia, que vive y conoce bien la sociedad norteamericana, dice que confía en la virtud de la sociedad española de no ser moralmente implacable con los personajes que nos representan. Es un misterio. No sabemos aún qué influencia tienen esos medios que, amparándose en la libertad de expresión, están propiciando una ola de reaccionarismo a la hora de juzgar la vida íntima de las personas. Aquí no hay término medio: se pasó del jabonoso comentario de Urdaci, que calificaba a Letizia Ortiz como la mejor periodista de los últimos 20 años (con esos elogios no hacen falta detractores), a algún experto que analizaba con asombrosa mala baba una entrevista grabada cuando Letizia tenía 23 años, de la que por cierto sólo podía extraerse que era espabilada, bastante leída para lo que suele ser una universitaria, nerviosa y nada pasiva.
Los que conocen a la pareja están seguros de que el príncipe no tiene nada que perder. De hecho, si hay algo nuevo que hemos empezado a ver en su figura algo tiesa de joven que nunca ha podido serlo del todo, es cierta relajación, un talante cariñoso, capacidad para bromear. Hay historietas que se difunden, como que Letizia tiene varios profesores de protocolo y de historia, como si se tratara de la historia de Pigmalión. ¿Quién ha dicho que las jóvenes aristócratas están espléndidamente preparadas intelectualmente? Conocemos cada caso... Casi con seguridad Letizia estará perfeccionando idiomas, algo fundamental para su nueva vida. Lo demás se lo irá enseñando el tiempo. Sobre todo, deberá transformarse en una mujer más opaca, aunque luego tenga capacidad de influir discretamente. Lo que está claro es que no es una vida fácil. Uno se pregunta qué hará ahora, un día corriente, alojada en el pabellón de la Zarzuela donde vivía el Príncipe, rodeada de servicio, sin libertad para hacer de su capa un sayo, teniendo como única propiedad personal unos cuarenta libros que se llevó para sentirse como en casa, acompañada, eso sí, por el Príncipe, que está muy pendiente de que no se sienta aislada.
Esa mujer que ahora está al lado del Príncipe, ese "activo" como eufemísticamente él la llamó, será una buena interlocutora para alguien que debe llevar una vida reservada. Será alguien que, desde luego, no le va a dar siempre la razón. Los 31 años de Letizia, esos 31 años en el mundo que tanto miedo le dan a la carcundia, van a ser un tesoro para el hombre que desde que nació tenía su vida marcada. "No eliges dónde naces", ha dicho él en alguna ocasión. Ella tampoco eligió su origen, pero ha podido vivir libremente. Y para una vida como la del Príncipe, llena, como decía Gómez de la Serna, de gentes que "me gastan la vida y no me la ensanchan", Letizia puede ser su ventana al mundo.
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