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Alfonso toma aire

El delantero del Betis intenta demostrar que no está acabado a pesar de sus reiteradas lesiones

Alfonso Pérez Muñoz o, simplemente, Alfonso dice que quiere volver a casa, que quiere volver a estriar las redes de las porterías del estadio de Heliópolis a pelotazos y a escuchar el sonido de las palmas al compás. Más que un hijo pródigo, el futbolista madrileño es un viejo amor tanto para el Betis como para sus seguidores. Una pasión que llegó a ser total, pero sobre la que, eso sí, el paso del tiempo y el devenir de las circunstancias han arrojado tanta agua, tanta, que amenaza con extinguirse.

El caso es que Alfonso se entrena estos días como si fuera todavía un juvenil. A sus 31 años de edad, lucha por hacerse un hueco en el equipo verdiblanco y, sobre todo, por escaparse de una vez por todas de la enfermería. Los servicios médicos del club sevillano esperan darle el alta de manera oficial tras este navideño parón competitivo.

Todavía tiene inflamado uno de sus tendones de Aquiles, pero se entrena como si fuera un juvenil
La afición verdiblanca, que tanto le quiso, ha llegado a cuestionarle y tildarle de pesetero

El delantero aún soporta cierta inflamación en uno de sus tendones de Aquiles, el mismo del que fue operado hace ya casi un año y que le mantuvo parado tres meses en la pasada temporada. En este ejercicio, tan sólo ha podido jugar 46 minutos, divididos entre dos partidos. Por supuesto, no ha marcado ningún gol. En la campaña anterior, en la que estuvo cedido por el Barcelona, se puso la camiseta en 15 ocasiones entre la Liga, la Copa del Rey y la Copa de la UEFA. Mientras estuvo libre de la mencionada lesión y de otras en los tobillos, logró ocho tantos: seis ligueros y dos europeos.

Alfonso necesita ahora hacerse querer. Y es que lo fue casi todo para la afición y no renuncia a volver a serlo. Su fichaje, en 1995, por el que se pagó al Madrid poco más dos millones de euros, fue precisamente la base que Manuel Ruiz de Lopera, su presidente, puso para su Betis postproletario, el que pretendía dejar definitivamente aparcado la sufrida y conformista expresión del manque pierda en favor del exigente y autoindulgente musho Betis.

Llegó y triunfó. Jugó y goleó. La temporada 1996-97 fue la suya, la mejor que ha tenido a todos los niveles, incluido el respeto de las lesiones a su frágil anatomía. Llegó a ser el pichichi de la Liga. El Madrid, cuestionándose si había acertado prescindiendo del getafeño, llegó a devolver el dinero al Betis, según una cláusula acordada al respecto, para recuperarlo. Pero fue apenas por unas horas. Ruiz de Lopera se presentó en los despachos del Bernabéu y pagó a tocateja -se dice que billete sobre billete- un millón de euros para hacerse definitivamente con el ídolo de la hinchada bética. No habría podido enfrentarse a ella de haberle dejado marchar. Eran los días en que coreaba aquello de "¡qué bonitos, qué bonitos, son los goles de Alfonsito!". Era un jugador enorme y un tipo tranquilo que hacía de perfecto contraste con el tremendismo del proyecto de Ruiz de Lopera. Eran los días del gozo, del amor de ojos trémulos y nudo en el estómago. Alfonso y los aficionados iban de la mano y el Betis se acostumbraba a jugar la Copa de la UEFA. Pocos imaginaban que ya no habría tiempos así de intensos, de pasionales.

Alfonso está envuelto en un cuerpo débil y, según algunos de los que han estado a su lado, poco preparado para el dolor. Su relación con las clínicas había comenzado en el Camp Nou, en enero de 1994, cuando con el Madrid se rompió el ligamento cruzado anterior de la rodilla derecha. Tras varios meses de recuperación, se puso a punto para el siguiente curso. Pero, en el primer partido, el sevillista Jiménez le envió de nuevo al traumatólogo, de cuyas manos no salió durante casi medio ciclo. Esa misma rótula le impidió jugar más de once partidos en el de 1998-99.

El beticismo le seguía manteniendo en un pedestal, pero el fútbol le iba bajando poco a poco, de modo inexorable, del escalafón al que se había acostumbrado.

El Madrid de John Benjamin Toshack le volvió a tirar los tejos, aunque con reticencias por sus dolencias crónicas en la referida articulación. No fue nada más que un flirteo, pero lo suficiente como para tanto el Betis como su masa social empezaran a criticar su actitud. Les parecía que le había faltado contundencia o incluso que ni siquiera había rechazado en absoluto la idea de cambiar de aires. Los comentarios, de carácter negativo, se sucedieron de forma imparable y muchos pidieron explicaciones por la contratación paralela de su hermano, Iván, que no cuajó en el conjunto.

En la campaña 1999-2000, Alfonso pudo jugar 33 partidos oficiales con el Betis, pero se descendió a la Segunda División. Y entonces, cómo no, fue él, el más querido, el señalado como culpable. Ruiz de Lopera cargó contra él con esa furia vehemente que le caracteriza en el mal humor. Le insultó, a él y a su padre, por sus reticencias a actuar en una categoría inferior y le acusó de pesetero. Alfonso acabó yéndose, de la mano de Llorenç Serra Ferrer, al Barcelona, en el que llegó a decir esa frase tan comentada y risible de que era culé desde chiquitín. El romance murió. Los verdiblancos, espoleados por el verbo barroco de Ruiz de Lopera, le consideraron un traidor, un desagradecido, y lo mandaron a paseo.

Pero en el Barça apenas disputó Alfonso 17 encuentros. Y sólo cuatro de titular: el más memorable, uno en la Copa contra el Ceuta. Mucho sueldo: tres millones de euros anuales, para tan poco bagaje. La leyenda de amigo de las pesetas creció en Sevilla. Sin embargo, tras un paso poco lucido por el Olympique de Marsella, volvió a Heliópolis para el ejercicio pasado. Lopera dijo con escaso cariño que se lo había traído porque no costaba nada.

Nuevas lesiones. Nuevos recelos en las gradas. En esta temporada ya sólo cobra por partidos y objetivos. Su recaída de su mal en el tendón no ha contribuido a mejorar la fama del que todavía es el segundo máximo goleador de la historia bética, con 66 tantos en su hoja de servicios, y el 17º jugador por el número de los partidos afrontados.

El médico del club, Tomás Calero, rompe una lanza en su favor y niega en rotundo las versiones de que regresó lesionado del Barcelona y su cuerpo no puede más. "Alfonso vino en perfectas condiciones", asegura; "puede sufrir una mala racha, pero está apto para jugar y esperamos darle el alta muy pronto".

Pero las dudas surgen en flancos diversos. Así, hace pocas semanas, Víctor Fernández, el entrenador, se quejó en alto de la superpoblación del botiquín y, cuando se le preguntó por Alfonso, espetó: "Ésa es una situación única en la historia del fútbol profesional". Claro que inmediatamente advirtió de que no hablaría más del asunto. Una retirada táctica que hizo sospechar que su afirmación tenía mucha más mandanga de lo que inicialmente parecía.

A todo esto, Alfonso se niega a hablar sobre su situación hasta que vuelva al césped. Pospone cualquier debate posible a su presencia en el terreno de juego. Y es que esto no deja de ser fútbol. Si volviese a marcar y ayudara al Betis a salir del hoyo, seguro que volvería a oír su cántico: "¡Qué bonitos, qué bonitos, son los goles de Alfonsito!".

Alfonso, en el banquillo y de paisano.
Alfonso, en el banquillo y de paisano.ALEJANDRO RUESGA

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