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MÚSICA

El canto diáfano de Rokia Traoré

Escapa a los estereotipos. No tiene para ofrecer a la avidez periodística una de esas historias de cenicienta descubierta por productor occidental. Tampoco creció en la calle ni desciende, como otras cantantes de Malí, de una familia dedicada a tareas musicales desde tiempo ancestral. Hay déficit de exotismo.

Con sus dos primeros discos, Mouneissa (1998) y Wanita (2000), se ha ido labrando un nombre. El crítico de The New York Times, Jon Pareles, incluyó Wanita entre sus grabaciones preferidas de ese año -no fue el único en hacerlo- y en la revista Les Inrockuptibles se dijo que su voz, de una dulzura irreal, parece llegar del otro lado de los sueños, pero que es de la auténtica vida de lo que nos habla.

Rokia Traoré viene de una de las regiones musicales más ricas del continente africano y fábrica de voces extraordinarias: Salif Keita, Ali Farka Touré, Oumou Sangaré... Nació hace 29 años en Bamako, en el clan de los Traoré y de etnia bambara. Y su perfil no se aleja del de cualquier joven occidental de familia acomodada. Aunque Malí no sea Luxemburgo.

Se dio a conocer en 1997 en el festival de músicas mestizas de Angulema y con el Prix Découvertes de Radio France Internationale. Apareció con una guitarra acústica y la calificaron de Tracy Chapman bambara o Suzanne Vega malinké. Usa bajo eléctrico y guitarra acústica electrificada, pero se trata de simples detalles ante lo decisivo del balafón -xilofón de madera-, la kora -arpa africana- o los n'gonis -laúdes-: instrumentos acústicos y tradicionales con los que crea música moderna.

Habla francés sin acento y se siente una equilibrista entre dos mundos. "La cultura de mis ancestros, donde el saber se transmite en secreto y lo no dicho es fundamental ya que la palabra es sagrada, y la cultura que me ha inculcado la escuela moderna en la que nada de lo que pensamos es inexpresable", canta en Kôté Don. "Los europeos no acaban de admitirte plenamente en su cultura y muchos malienses me ven como extranjera. Es complicado sentir que no estás en casa en ningún lugar. Duele más cuando eres adolescente y los otros son un espejo. Terminas por acostumbrarte y te vas dando cuenta de que lo más importante es saber quién eres y no renunciar a ello".

Ahora luce un cráneo casi al cero que ha sido la comidilla en Bamako. La palabra bowmboï no tiene un significado concreto. "Está tomada del estribillo de una nana que me cantaba mi madre", recuerda. Cuenta la canción que unos padres pobres agradecen a su hijo que los haya elegido en lugar de a alguien rico o poderoso. "Es terrible no poder dar de comer a un hijo. Así que creer que es él quien te escoge a pesar de las penurias supone cierto alivio. Si en los países pobres muchos niños están obligados a trabajar no es porque sus padres no los amen y respeten, sino porque no tienen nada que ofrecerles. Quizá habría que pedir cuentas a los grandes explotadores del Primer Mundo".

"Las cosas han cambiado para la mujer africana", afirma. "Si una chica no aceptaba el matrimonio convenido, su padre y su madre la echaban de casa. Hoy todavía puede suceder aunque no es algo habitual. Yo soy una prueba de esos cambios. Insisto en que la libertad para las mujeres comenzó con mi generación".

Rokia Traoré viajó desde ni

ña -Europa, Oriente Próximo y Magreb- al ser hija de un diplomático, saxofonista aficionado, que le hizo descubrir el jazz y le inculcó el gusto por la música tradicional de Malí, mientras ella rapeaba con compañeros de clase a orillas del río Níger. Hace tres años que vive en Francia, pero ha querido grabar en Bamako, en el estudio Bogolon. En Bowmboï participa el Kronos Quartet, con el que acaba de actuar en París. En el programa del cuarteto californiano, que toca obras de Steve Reich, Sofia Gubaidulina, Terry Riley, Harry Partch o John Cage, dos canciones de Rokia Traoré, sobre arreglos de Stephen Prutsman. "Me dieron un disco del Kronos y lo escuché durante meses", cuenta. "Les mandamos los míos y dijeron que querían trabajar conmigo. Nunca antes había escrito para cuarteto de cuerda. Grabamos en San Francisco y, como ellos tocan con partitura y se hacía en una sola toma, yo tenía que ser muy precisa".

Su música podría ser el reflejo de una posible nueva África. Se atreve con patrones polifónicos y fraseos distintos, desde un trabajo autoral delicado y sutil. Lo genuinamente maliense recibe savia inesperada del Congo, la isla de Madagascar o África del sur. "Cuando grabé el segundo disco sentí la presión de todas las expectativas que se habían creado tras el primero, pero con Bowmboï me he sentido liberada".

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