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VISTO / OÍDO
Columna
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El gobierno del miedo

Patrick, de 14 años, entró en un almacén de embarcaciones privadas; buscaba una radio para detectar las transmisiones de la policía. Vio cámaras de vigilancia, se asustó, quiso incendiarlas y ardió el almacén. Una de las embarcaciones era del presidente Bush (padre), y se ha decidido que es terrorismo. No hay más terroristas en Estados Unidos, pero sí la acusación de terrorismo: aumenta la clasificación y el Consejo Nacional de Seguridad del lunes subió el nivel de la alerta; ahora está en el rosa, y el más alto es el siguiente, el rojo. La salida y entrada del país esta más difícil que nunca. Como estamos en las largas fiestas, la gente viaja y reúne: se encuentra con todos los problemas. Se agita el fantasma del 11 de septiembre en Manhattan: como fue cierto, se puede creer que volverá a pasar. La Casa Blanca se dice que se cree que puede haber un acto terrorista que igualará al del 11-S, "o lo excederá". Un pueblo que ha sido invulnerable a este terror -solamente ha soportado las mafias, las drogas, la brutalidad policial, la pena de muerte, el Ku Klux Klan y unas cuantas guerras- pide seguridad al Estado: éste le da más miedo. Todas las sociedades, desde que hay recuerdo, gobiernan con el miedo: desde la máscara del mago a la tiara papal y la noción de infierno, desde las brutales hasta las más cultas torturas; los asesinatos de Estado que pronuncian hombres vestidos de negro sobre un estrado que les eleva sobre el nivel de los mortales; porras de policía o bandos de alcalde, y a veces de general. En los Estados Unidos llega al paroxismo; Aznar lo intenta, pero el terrorismo, ahora, no colabora. "Tanto se llama a la Navidad, que al final llega", decía el gran poeta y bandido François Villon; tanto se excita el miedo al terror, que al final vendrá. Personalmente, por mis rarezas, todavía no sé cómo fue lo del 11 de septiembre. Más me vale. [François Villon nació en 1431; no se sabe cuándo murió, ni si sería colgado de una cuerda de una toesa (un par de metros), como predijo. Vivió entre alcohol y dados, entre vasos y muslos. Fue creyente y sabio. Le cantó, en el siglo pasado, Brassens. Ah, uno de sus proverbios decía: "Tant aime-t-on Dieu qu'on fuit l'Eglise" ("Tanto amamos a Dios, que huimos de la Iglesia")].

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