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Columna
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Esquelas

José Luis Ferris

A punto de dar el año por cerrado, sucede algo tan común como mirar atrás y hacer recuento de esa lista de celebridades que ya no están entre nosotros. Bajo el título de "Nos han dejado", los informativos repasan sus nombres, sus rostros, sus momentos de más gloria. Ellos se marcharon, pero también algunos íntimos, esos seres de a pie que fueron algo nuestro y que ahora sólo son carne de ausencia. Creo que uno comienza a ser mayor, a aceptar esa madurez irremediable, cuando, al pasar las hojas de un periódico, se empieza a detener en las esquelas. Éstas son, al fin y al cabo, el testimonio de un adiós que nos sabe indiferente a veces, nos duele otras o, en algún caso, nos regala sorpresas como las de ese diario de Valladolid que, no hace mucho, destacaba en un recuadro la muerte de doña Herminia Diego, de 80 años de edad. En ella, su desconsolado esposo, rogaba una oración por su alma, pero también hacía constar en el recordatorio la terrible frase: "Los hijos pasan". Por haberlas, hay esquelas humildes, tópicas, vanas, ampulosas, frías, inútilmente aduladoras, tristes o hipócritas. Aunque las más recomendables son las que prodiga el ABC. Desde que don Torcuato fundara el diario conservador hace ya una centuria, el sabor de sus esquelas no ha perdido el rancio aroma de entonces. Ayer mismo reproducía en un rectángulo de 4 x 4 el entierro en la más "rigurosa intimidad" de la Ilustrísima Señora Doña Adelina Cotarruelo Sendogorta y Alcaraz, viuda del Ilustrísimo Señor don Arturo de Ramón-Lasa Traspaderne, Hija de María del Sagrado Corazón, fallecida cristianamente en Madrid habiendo recibido los S.S. y la B.A. de Su Santidad. Sus hijos, hijos políticos, hermanas políticas, nietos, biznietos y condes, vizcondes, primos y marqueses, sobrinos, amigos -evito el detallado pedigrí, los apellidos de abolengo y esa lista nobiliaria que alcanza el centenar de afligidos- ruegan, por supuesto, una oración.

La muerte no distingue, y eso, aunque parezca que no, también es un consuelo para quienes se despiden de este mundo en un irrelevante diario de provincias tras toda una vida llamándose, simplemente, Mengano López, para servir a dios y a usted.

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