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CRÓNICAS DEL SITIO
Columna
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Un cuento de Navidad

Mientras el hombre se dirigía hacia el Portal, iba pensando si había hecho bien en aceptar la invitación. Era un poco mayor para estas cosas. La vida le había vuelto escéptico. Hubiera debido poner una excusa razonable. Un viaje, quizás. Pero se había enterado tarde y no acudir habría sido un desaire. Tampoco quería llamar la atención. No era uno de los creyentes, pero tampoco se le pedía tanto.

Y allí estaba, haciendo cola a la entrada del Portal, que ese día estaba engalanado como una jaima en medio del desierto. Un alto en el camino hacia la tierra prometida. Un breve descanso en la casa de un Padre de mirada celestial dispuesto a dialogar lo mismo con el hijo primogénito que heredará el báculo que con el pródigo contaminado de compañías foráneas, que vuelve por Navidad desarbolado. Pero vuelve.

"No debéis temer nada en esta marcha inexorable hacía el abismo"

El pródigo andaba en estos pensamientos, siguiendo el curso de la ordenada fila, cuando se encontró ante al Anfitrión que, vestido de gala, cogió la mano del pródigo entre las suyas, la apretó con fuerza mirándole fijamente a los ojos y le dijo con gran sentimiento: "Gracias, gracias por haber venido".

Momentos después accedió a un patio cubierto que ocupaban otras seiscientas personas bastante apretadas. No pudo evitar el recuerdo del camarote de los hermanos Marx y, con él, se imaginó al Anfitrión reclamando a voz en cuello "¡Y dos huevos duros!". Qué idea tan inoportuna. Rápidamente, recompuso la sonrisa expectante que se esperaba de él.

Al rato, el Anfitrión apareció sobre una tarima y a su alrededor se hizo el silencio: "Tengo un presentimiento..." Lo dijo con tanta emoción contenida como cuando Luther King pronunció las famosas palabras en 1963: "Tengo un sueño". Aquel sueño era que se hiciese realidad el ideal de que todos los hombres son creados iguales. Y que algún día la igualdad sería reconocida y serían de verdad libres. Pero aquello era política.

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Lo que el pródigo escuchaba aquí no era política, sino la tierna evocación de un tradicional cuento de Navidad. "Presiento la Paz. Hace un año esperábamos la paz y la paz no vino. Este año tampoco tenemos paz. Y mi presentimiento es que la Paz no tardará en llegar y, con ella, la felicidad de todos. ¿O acaso la Paz no es el mayor deseo de todos los seres de buena voluntad?".

"Qué hermosas palabras", oyó el pródigo que decía a su lado un funcionario. Y navideñas; sobre todo navideñas, pensó para sí. Pero en aquel acto, lo emotivo no estaba reñido con la reflexión ni con una disciplinada exigencia.

"Debemos ser autocríticos" dijo el Anfitrión, que gusta también de referirse a sí mismo como el Primero en la Marcha. El silencio se hizo, si cabe (que ya no cabía) más respetuoso.

"Yo no tengo la razón..." Al oír esto, muchos de los presentes arquearon las cejas (¿qué había querido decir?).

"Yo no tengo la razón... completa". Ah... Un suspiro de alivio recorrió la concurrencia. Las aguas volvían a su cauce, la vida seguía, después de todo.

Aún resonaban en el aire las últimas palabras, cuando una voz angelical descendió de lo alto. "Aurtxo polita...", que en castellano habría podido traducirse (de haber sido preciso) por "niño bonito" o, de manera más precisa, "niño/niña bonito/bonita".

Las miradas de todos y de todas se elevaron hasta el origen de aquella celestial cadencia: sobre sus cabezas una ventanita abierta en la galería enmarcaba el rostro de una preciosa niña.

Aún no se habían repuesto de su asombro cuando en la misma galería elevada sobre el patio se abrieron, una tras otra, nuevas ventanitas, y en ellas aparecieron los angelicales rostros de un niño y una niña, en unas, y de una niña y un niño en otras. Así hasta componer un coro que desgranó las siguientes estrofas del conocido villancico.

El mensaje fluía tan transparente como la advertencia de la dulce abuela al bebé que reposa en el pesebre: el "txakur aundia", acecha afuera del Portal. Sin necesidad de deconstruir el cuento de Navidad, los fieles entendieron que el Anfitrión se disponía a librar una pronta batalla y, en ella, sólo a él le correspondía mostrar el camino al Pueblo en Marcha. En marcha ¿hacia dónde?

El pródigo jura que las palabras que siguen las escuchó ese día. Pero tal vez las escuchara en su imaginación. O tal vez no, quién sabe: "Nada debéis temer en esta marcha inexorable hacia el abismo, porque, cuando se abra el suelo constitucional bajo vuestros pies, mis ángeles os recogerán en sus brazos, de modo que vuestro pie no tropiece en piedra alguna".

Todos levantaron sus miradas hacia los angelitos cantores, pero ya no estaban allí arriba. Se encontraban en el fondo del abismo, dispuestos a recolectar amorosamente los despojos de los presentes, a medida que fueran llegando a su destino.

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