Triunfo 'ma non troppo'
Existen por lo menos tres teorías para explicar el descenso de la audiencia de Operación Triunfo 3, que el domingo culminó la primera fase con una final que tendrá su epílogo en el Festival de Eurovisión de 2004. Ganó Vicente, con un 25,07% de los votos, un clónico elegante de Nino Bravo, seguido de Ramón (24,33%) y Miguel (16,39%). Primera teoría: que Gestmusic ha tirado el formato al intuir que no le podía sacar más jugo. Segunda: que cometió un error de casting, ya presente en OT-2, que le quitó emoción y posibilidades de identificación con los artistas. Tercera: una mezcla de la primera teoría y de la segunda. En la práctica, el concurso más popular de la televisión reciente no ha cambiado tanto. Ni la realización, ni los resúmenes, ni siquiera el criterio de repertorio ha sufrido una revolución. El cansancio quizá viene de la saturación que produjo el éxito de OT-1, que del mismo modo que alimentó al insulso OT-2 no ha permitido crecer a los sucesores de OT-3. Por más que se insista en que los actuales concursantes no son tan carismáticos, el problema estriba más en que para que se alcance el entusiasmo de entonces es imprescindible el factor novedad. Si a eso le añadimos el pertinaz descaro comercial del invento, que impide un seguimiento fluido del programa, se entiende que la frase de moda sea: "Este año no lo he seguido".
Para la clausura en la que se decidió quiénes serán los tres artistas con derecho a carrera discográfica se optó por un congreso de reunificación, al que acudieron los alumnos de las tres ediciones, sus fans, los profesores y el pétreo entusiasmo de Carlos Lozano. A ratos parecía más una gala de promoción de los veteranos que de consagración de los nuevos. La fórmula abusa de sus defectos y de una mecánica previsible: vídeo de presentación, conexión con el público del pueblo natal, interpretación y crueldad-suspense a la espera del veredicto. Ni la luminosidad en la mirada de los ganadores pudo resquebrajar la estructura de programa-anuncio. OT sigue siendo un buen espectáculo, pero la presencia del negocio es tan insultante que, aunque no quieras, lo comparas con las primeras semanas de OT, cuando Nina decidió tomarse aquello tan en serio que contagió su vitalidad a unos seres tan vulnerables como aquel patoso Manu Tenorio, que estuvo a punto de tirar la toalla. La huella de aquel grupo (Bisbal, Chenoa) fue tan grande que los que han venido después no han podido librarse de su aureola, ni siquiera ese Ramón vacilón, capaz de cantar un desacomplejado No es lo mismo de Alejandro Sanz o atreverse con Hey, Jude. El problema de los concursantes de OT-3 quizá sea que ya no los comparas con el artista original sino con otros concursantes. Son, pues, la imitación de una imitación.
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