Un retrete con vistas
Un extraño cubo de cristal se muestra estos días sobre una acera de Londres, en Atterbury Street, frente a la Tate Britain Gallery. Se trata de un curioso retrete diseñado por Mónica Benvicini, una artista italiana afincada en California. En el interior de la cabina hay un inodoro y un lavabo de acero, adquirido a uno de los proveedores de las cárceles de su graciosa majestad. Benvicini ha bautizado su creación como Don't miss a sec (No te pierdas un segundo). Y la verdad es que no es para menos, porque las paredes están hechas con cuatro espejos sin tintar que permiten, mientras uno hace sus cosas, ver todo lo que pasa alrededor sin poder ser observado.
A Mónica Benvicini, se le ocurrió la idea de construir este singular retrete hace diez años en la fiesta de inauguración de una exposición. Los invitados parecían dispuestos a prescindir de esta o de aquella obra, pero según pudo observar, de ninguna manera podían consentir perderse los cotilleos, las copas y la ocasión de lucir sus mejores galas. A partir de ahí concibió esta obra, que, según ha explicado a The Guardian, "les permite atender a sus necesidades sin perderse nada del acontecimiento".
Esa primera observación de la artista italiana no es que sea demasiado original. Todo el mundo sabe que a un vernisage no se va a ver sino a ser visto. La ocurrencia de invitar al cóctel de una inauguración sin obras podría haber formado parte de un happening de Andy Warhol, o formar parte de una divertida secuencia de una de las maravillosas comedias de Woody Allen. O incluso ambas cosas a la vez.
Tal vez por eso, uno intuye que lo interesante de Don't miss a sec debe de ser, por encima de todo, el resultado y su potencia metafórica. A falta de una observación detallada de lo que ocurre frente a la famosa galería londinense, nos podemos permitir el lujo de especular, que para algo hablamos de un espejo. Así no es difícil imaginar que habrá viandantes que, con más o menos capacidad de sorpresa, pasan de todo y siguen lo que creen que es su camino por la acera de Atterbury Street; que muchos, un poco más curiosos, se limitarán a escrutar la caja, pero no serán capaces más que de encontrar su propio reflejo; que otros investigarán un poco más hasta dar con la puerta del inodoro y que algunos se atreverán a abrir para discernir el juego. Finalmente unos cuantos usarán el retrete guardando las distancias, mientras sólo unos pocos se sentarán en el trono, se acomodarán en la poltrona y serán capaces de usar el retrete no ya sin ninguna inhibición, sino incluso con una cierta dosis de jactancia.
De forma que la letrina de espejos se convierte, como no podía ser menos, en reflejo de nuestro tiempo. Y así la obra de Mónica Benvicini nos deja constancia de que del ideal ilustrado de la transparencia, de las instituciones de cristal, hemos pasado al retrete especular como símbolo postmoderno del edificio del poder, sea la Casa Blanca, la Diputación de Castellón, o el Palacio de la Moncloa. Y es que en todo retrete especular se puede ver y defecar sin ser visto, como se expelen misiles, se evacuan permisos para productos tóxicos, o se deponen leyes de extranjería.
En fin, todo sea que Carlos Fabra acabe comprando la obra para el Espai d'Art Contemporani de Castelló.
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