Niño, pero peligroso
Negociadores y comisionistas han llegado a un acuerdo: reunidas las partes contratantes, estipulados los derechos de cada cual y decidido el reparto de goles y monedas, el Niño Torres se ha tatuado el escudo del Atlético de Madrid hasta el día del Juicio; o sea, hasta el año 2008.
Después ha respirado hondo, convencido de que un candidato como él necesita tener el corazón libre y la cabeza despejada para movilizar los dos poderes irrenunciables en un animal de área: el instinto y la frescura.
Ahora tendrá que abrillantar de nuevo las botas y los galones de capitán, y sobre todo repasar las cuatro reglas del manual del perfecto deportista. A saber, deberá correr como un lobo, dormir como un gato, comer como una oruga y huir del bullicio con inteligencia, como el zorro evita la caseta del mastín.
En realidad, se le reserva un destino matizado por las contradicciones; será un niño rico, pero no disfrutará de una existencia envidiable. Su vida consistirá en una interminable sucesión de situaciones provisionales: residirá en los vestíbulos de hotel, en las salas de espera, en los ascensores, en las galerías del estadio y en lujosas habitaciones sospechosamente impersonales. Atrapado en el circuito profesional, alternará con las operadoras de centralita, los botones, los camareros y las azafatas: siempre estará acompañado por una corte de personajes interinos.
Será un pálido muchacho con el cuerpo bruñido por el linimento, la dentadura abrillantada por las luces de neón y el nudo de la corbata apretándole el cuello.
Entre autógrafo y autógrafo, picado por la curiosidad, quizá busque alguna respuesta cuando se asome al exterior. Sin embargo, sólo podrá ver un mundo recurrente, como una cinta sinfín, a través de la ventanilla del autobús.
Y el caso es que un día soñó con una carrera intensa y corta: goles, euros, y al sofá. Pero, puesto que hoy ha decidido cedernos un tercio de su juventud a cambio de unos gramos de fama, debemos observar algunas precauciones con él. Sabemos que, como todo gran atleta, es un organismo delicado; indistintamente sensible a las patadas y a las palmadas. Por eso conviene que le apliquemos las críticas, gratas o ingratas, en pequeñas dosis, como se administran las vitaminas y las vacunas.
Mientras tanto, es justo reconocer que están saliéndole espolones en el empeine. Mantiene con la pelota la misma relación de dominio que algunos cazadores fulminantes mantienen con la presa.
Todavía no es Marco van Basten ni Zinedine Zidane, pero ya la pincha y la envenena en un solo movimiento. Tal como mata el escorpión al saltamontes.
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