Cogiendo olas
Clifford Geertz es un destacado antropólogo norteamericano que recientemente ha publicado un texto en el que narra su autobiografía profesional. Su relato empieza así: "He aprendido al menos una cosa en el proceso de improvisar una carrera académica: todo depende del momento exacto. Entré en el mundo académico en la que había de ser la mejor época de todo el curso de su historia para ingresar en él: al menos en EE UU. Cuando en 1946 salí de la Marina de EE UU, en América se había puesto en marcha el boom de la educación superior y yo he surcado las olas, cresta tras cresta, hasta el día de hoy, cuando, al igual que yo, finalmente parecen decrecer". Con 20 años recibió, como millones de compatriotas, la G.I. Bill, una prestación que pretendía facilitar el reingreso a la vida civil de los soldados financiando sus estudios. Primera y fundamental ola, claramente providencial. De no haber sido por eso, Geertz -criado en un ambiente rural durante la Gran Depresión- no hubiera llegado nunca a la universidad. Su primer propósito fue ser escritor -como Steinbeck o London- y para ello envió una solicitud de admisión a una pequeña facultad de humanidades, experimental, inconformista y contracultural, sin dedicar un solo minuto a pensar en la vertiente práctica de sus decisiones ni tener en cuenta la posibilidad de que su solicitud pudiera ser rechazada. Pensemos en lo que diríamos hoy de un joven que pase por la universidad con esta actitud. Pensemos también lo que diríamos de una universidad que fomentase este tipo de formación, tan alejada de las exigencias de la práctica y del mercado laboral.
El caso es que Geertz siguió cogiendo olas: consiguió una buena beca, tuvo acceso a la investigación y finalmente ingresó en el cuerpo docente, donde desarrolló "una carrera errática, mercurial, variada, libre, instructiva y nada mal pagada". Y aquí es cuando se plantea una pregunta fundamental: ¿es accesible hoy día una vida y una carrera como ésa?, ¿en la era de los contratos precarios?, ¿cuando los estudiantes universitarios se refieren a sí mismos como los pre-parados? Su respuesta no puede ser más clarificadora: "Todo lo que sé es que hasta hace un par de años, de manera alegre y un tanto fatua, solía decirles a los estudiantes y a los colegas más jóvenes que me preguntaban cómo abrirse camino en una ocupación tan rara como la nuestra que se mantuvieran sin ataduras, que asumieran riesgos, que se resistieran al camino trillado, que evitaran hacer carrera, que hicieran su propio camino y que, si procedían así, si se mantenían fieles a ese estilo, además de alertas, optimistas y leales a la verdad, según mi experiencia, podrían hacer lo que quisieran, lo que desearan, gozarían de una vida valiosa y, sin duda, próspera. Ya no doy esos consejos". Ya no da esos consejos. ¿Por qué? Porque los tiempos han cambiado. Porque nuestras sociedades han cambiado. Porque hoy en día Geertz no hubiese podido optar a coger todas esas olas.
Todo depende del momento exacto. En otras circunstancias, en otro momento histórico, el mismo individuo, considerado como uno de los antropólogos más influyentes de nuestro tiempo, hubiera recorrido otro itinerario vital bien distinto. El azar, la suerte, la casualidad, el tiempo social, son fundamentales para explicar los itinerarios vitales de los individuos. La sociedad puede ser, en un momento determinado, un mar maravilloso por el que surfear construyendo nuestro propio proyecto vital. Basta con dejarse llevar o, todo lo más, con aprovechar las ocasiones que se presentan. Pero puede ser, también, un mar embravecido que haga naufragar al marino más templado. Esta es la situación actual.
Las condiciones para la inserción social se han vuelto crecientemente problemáticas, de manera que personas que hace sólo unos años no hubiesen tenido dificultades mayores para insertarse plenamente, hoy sí las tienen. Los problemas para la inserción social están cada vez más en la sociedad, no en las personas. Tal vez por eso la conmemoración el pasado fin de semana del Día Internacional contra la Exclusión Social ha pasado sin pena de gloria. Al fin y al cabo, descubrirnos como un club con derecho de admisión reservado no es como para tirar cohetes. ¿Sociedad de oportunidades? Cada vez menos.
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