Un lugar a la izquierda
La llamada transición neoliberal se acaba. En un par de décadas, nos ha trasladado del Estado de bienestar al Estado de seguridad. Los iconos que delimitan este viaje son la caída del muro de Berlín (es decir, la resolución de la guerra fría) y el ataque de Al Qaeda del 11-S (es decir, la toma de conciencia de que el fin de la historia no había llegado). Pero estos iconos son sólo referencias para el imaginario colectivo: la transición liberal había empezado mucho antes de 1989 (con el impulso de Ronald Reagan y de Margaret Thatcher) y en 2001 estaba ya agotada. La doctrina elaborada a finales de la década de 1990 por los asesores de George Bush confirma que la fase paranoica de la globalización ya estaba en marcha cuando llegó el 11-S. Dado que los gobernantes actuales no tienen ningún interés en actuar contra las inseguridades que genera el mercado, se ha desplegado una doctrina de la seguridad que, magnificando los riesgos, minimiza la vulnerabilidad en que la economía coloca a los ciudadanos y legitima un Estado que ya no se presenta como garante del bienestar, sino como protector ante el miedo (ya sea del delincuente, del inmigrante, o del terrorista).
En este periodo, la izquierda europea ha navegado con gran desconcierto. La presión contra el Estado de bienestar la ha puesto a la defensiva y no ha sabido defender la que, históricamente, ha sido su mejor apuesta. Poco a poco ha ido aceptando de modo acrítico las categorías básicas del discurso conservador, hasta convencerse de que fuera del espacio definido por el neoliberalismo no hay vida. Así, por ejemplo, la izquierda acepta sin rechistar la productividad como categoría central de nuestro tiempo. ¿Qué es la productividad, en la práctica, si no un eufemismo de lo que antes se llamaba explotación: producir más y ganar menos?
En 1981, la izquierda francesa unida en torno al programa común llegó tarde. Planteó una restauración radical del Estado de bienestar, con un papel de liderazgo del Estado en la economía, cuando éste ya había sido condenado y había empezado el proceso de su desprestigio, desregulación y privatización. A mediados de los años noventa, en Inglaterra, Tony Blair encontró en el discurso de la tercera vía la manera de poner en sintonía a la izquierda con la transición neoliberal. Pero su liderazgo no ha podido evitar que la tercera vía empiece a dar signos de fatiga. En Francia, Lionel Jospin, que alcanzó el poder contra pronóstico, dirigió uno de los mejores gobiernos de la República -con apuestas de fondo a favor de la condición de los trabajadores y de resistencia al doctrinarismo neoliberal-, pero posiblemente llegó demasiado pronto. Y fue castigado en las urnas por el populismo securitario, cuando la doctrina de la seguridad ya reemplazaba al discurso neoliberal como instrumento de hegemonía.
A este mapa se incorpora ahora el Gobierno tripartito de izquierdas de Cataluña. La solemnidad con que ha sido presentado responde a la necesidad que todas las partes contratantes tenían de enfatizar un Gobierno gestado 15 días después de las elecciones que no tuvo la rampa de lanzamiento de una eufórica noche electoral. Los socialistas, como Pasqual Maragall ha entendido perfectamente con reiteradas alusiones autocríticas, necesitaban un arranque aparatoso para disipar las dudas de un mal resultado. ERC tenía que hinchar de razones históricas la opción estratégica de haber antepuesto la razón izquierdista a la razón nacionalista, a partir de una idea de lo nacional realmente distinta del nacionalismo identitario, e ICV buscaba demostrar que la envergadura del cambio justifica la incorporación de la izquierda respondona. Todos juntos quieren señalar que empieza algo nuevo. Se dirá que ésta es una tradición de la izquierda. Pero si alguien ha querido hacer tabula rasa del pasado en los últimos años, en España como en América, ha sido la derecha. ¿Puede realmente la izquierda catalana, es decir, el Gobierno de una simple comunidad autónoma española (con el valor añadido de su enfatizada condición de nación) aportar alguna cosa al panorama de la izquierda europea? En la nueva Europa hay varios países con menos población y PIB que Cataluña.
Mi propósito es situar el marco general de lo acontecido en Cataluña y abrir un poco el horizonte ante la avalancha de artículos y discursos empeñados en buscar una tradición al Gobierno entrante, hasta el extremo de resucitar la vieja y entrañable Assemblea de Catalunya. Haberse liberado de la cacofonía nacionalista convergente no justifica tallar ahora otra historia a la medida de los nuevos gobernantes y reemprender el camino del ensimismamiento que tanto gusta a los catalanes pero que siempre deriva en charca apestosa. Cataluña crecerá en sabiduría y bienestar sólo si mira al exterior.
Si Jospin llegó demasiado pronto, ¿el tripartito catalán llega en el momento adecuado? Ideológicamente, la transición neoliberal (que nada tiene que ver con la tradición liberal cuyos presupuestos básicos comparto) está agotada; por tanto, un programa que retorne a los individuos la condición de sujetos políticos puede volver a ser entendible, y una afirmación de las instituciones -que no son patrimonio exclusivo de nadie- como instrumento catalizador de los procesos de transformación social puede ser perfectamente asumida. Lo que el nuevo Gobierno de izquierdas debe encontrar es el valor añadido. Se insiste mucho en un estilo distinto, pero no es suficiente. La clave quizá esté en algo que la izquierda nunca ha sabido hacer: diseñar una política de seguridad efectiva, identificadora de los problemas reales, que no sea ni simplista, ni ventajista, ni alarmista, ni populista, como lo es la de la derecha.
¿Con qué problemas chocará la izquierda para su tarea? Con la presión del factor globalización, que castiga a las sociedades que quieren crecer armónicamente. Con el atraso de la izquierda europea en la tarea de definir un discurso eficaz de respuesta a la doctrina conservadora del Estado de seguridad, que ponga énfasis en la inseguridad estructural (la causada por el sistema económico) y no en la accesoria. Con los obstáculos que el Gobierno del PP pondrá a su tarea, después de haberle elegido como Gobierno enemigo número dos. Y con la mala situación de las finanzas de la Generalitat que, sumada a la nula voluntad de colaboración del Gobierno central, hará muy difícil la financiación de un programa ambicioso y costoso. Hay en el programa de la izquierda catalana una mezcla de tópicos añejos y de propuestas novedosas. Es lógico. Sólo los doctrinarios de la derecha saben el camino que seguir: y han originado considerables destrozos. La izquierda catalana tiene el coraje de dar un paso al frente, con un compromiso escrito. Lo que hay que desear es que no se encante mirándose en el espejo.
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