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Reportaje:MONTAÑISMO | El contraste entre la repercusión pública y la satisfacción privada

La depresión de los 'ochomiles'

Martini, Wielicki, Iñurrategi, Hong y Han, cinco de sus ilustres conquistadores, reunidos en el homenaje a Oiarzabal, desmitifican la carrera por las 14 cumbres

Sergio Martini, alpinista italiano, el más viejo en hollar los 14 ochomiles del planeta -con 50 años coronó el Lhotse- se movía el pasado viernes con dificultad y cierta distancia en el hotel de cinco de estrellas de Vitoria en el que la sociedad vasca rendía homenaje a Juanito Oiarzabal por sus 20 cumbres. El italiano, jersey de punto, zamarra de cuero, barba blanca, mirada soprendida, contrastaba con el traje diplomático de Oiarzabal, corbata naranja, insignias varias, frente al inmenso salón en el que iban a cenar unos 400 invitados de todo tipo: "Me siento extraño en estos actos, pero entiendo que cada cual tiene su sentimiento particular. Igual que en la montaña. No se puede explicar lo que se siente en cada caso. Lo que tengo claro es que los ochomiles no son una carrera, sino algo que forma parte de tu vida. La verdad es que cuando hice todas las cimas lo único que pensé fue: 'Y ahora, ¿qué?' Ya está resuelto. Quiero volver. Con 54 años, me gusta volver a aquellos sitios".

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Hay sobre todo recuerdos. Todos y cada uno de los alpinistas reunidos en la capital alavesa -seis de los diez vivos que han hollado los ochomiles- comparten una misma sensación: la liberación de haber concluido una carrera que ha reducido a esas cumbres el impacto mediático del montañismo. Tuercen el morro y sienten el agobio de sentirse reconocidos por ello, pero olvidados por todo lo demás conseguido. El polaco Krzysztof Wielicki, probablemente el más reconocido de todos, asegura que tuvo una sensación muy rara cuando llegó a la meta: "Estaba completamente solo porque fue una expedición más en solitario. Cuando llegué a la cima, no sentí nada. Ni siquiera tuve la percepción del éxito. Lo que sí sabía es que no era el final. Y es que el montañismo no puede sustentarse en la cultura de la competición. Supe que era importante, cuando descendí y, ya abajo, miré hacia arriba y pensé: 'Ufff, no era nada fácil".

Wielecki es un lobo solitario. Seis de los 14 ochomiles los ha hecho por su cuenta, buscando vías nuevas o trillando las más difíciles. Con su bigote a lo Walesa, más recortado, típico aspecto polaco y un inglés fluido, proponía la simpatía en una noche llena de protocolos. Hasta Oiarzabal reconocía, sin citarlo, sus méritos: es el más acreditado tras el ausente Messner, italiano, el primero que estrenó la carrera de los ochomiles.

El coreano Um Hong Gil era el que más claro lo tenía. Impecablemente vestido de traje, con una camara de vídeo para grabarlo todo, resumía la sensación que le produjo concluir los ochomiles con una sola palabra: "Cansancio". Luego, la ampliaba añadiendo que era "una sensación de victoria".

En realidad, sentirse en la élite de los ochomiles produce en la mayoría de los montañeros una sensación contradictoria: están en la carrera porque los medios de comunicación y el patrocinio obligan, pero les produce una sensación de vergüenza. Algo así como si no fuera lo que querían, pero sí lo que le debían hacer. Alberto Iñurrategi, el montañero más joven en sumarse al club de los especiales, reconoce que la sensación del protagonista "es muy distinta a la de los medios de comunicación porque la montaña es algo más que los ochomiles": "Yo valoro otras cosas que he conseguido también en otras cimas. Al final, se trata de vivir emociones y superar las dificultades. Eso no está reservado a esas 14 montañas". Lo que le queda en el recuerdo es no haberlo podido conseguir con su hermano, Félix, que murió en el descenso del Gasherbrum II.

César Pérez de Tudela, probablemente el montañero que inauguró la carrera alpinística en los medios de comunicación con su ascenso al Naranjo, en competencia con Lastras, cree que "se ha descafeinado la esencia". En su opinión, "la esencia del alpinismo es la dificultad, la escalada difícil, y eso no siempre se da en los ochomiles, a los que se acude con expediciones muy completas, en vías regulares y aprovechando cuerdas. El alpinismo es la escalada en solitario, sin oxigeno artificial. Yo ahora prefiero actuar con más filosofía. El montañismo para mí es filosofía, aunque ello no signifique que reste valor alguno a lo que esta gente ha conseguido".

Lo cierto es que el ochomilismo se ha convertido en algo parecido a tocar el cielo. Es lo que importa y lo que garantiza patrocinio y contratos. Sólo once lo han conseguido y eso imprime carácer en un mundo de superhombres o supermujeres a menudo introvertidos. Martini, sin embargo, no duda: "Yo soy maestro y nunca he utilizado esta carrera como elemento de sponsorización. Lo tengo muy claro: mi sponsor es mi trabajo. Cuando hay dinero y hay tiempo, hay expedición. Nunca he tenido prisa". Ni siquiera valora su acensión al K2, que culminó la meta de los ochomiles, como la principal: "Prefiero la que hicimos cuatro amigos al Makalu. Salimos desde Italia y llegamos los cuatro".

Hay una doble visión del éxito. Una, cuando se planea. Otra, cuando se consigue. Hong, por ejemplo, que se presenta como relaciones publicas de un instituto de idiomas de Corea, nunca tiene miedo a subir, sino a bajar: "Cuando llegas a la cumbre, tienes poco tiempo para disfrutar del acontecimiento y enseguida empiezas a pensar en el riesgo de bajar". Hong ha compartido con Oiarzabal cinco expediciones y por ello se abrazaba a él con la ilusión del amigo. Han Wang-Yong deambulaba por el hotel con su aspecto juvenil y larguirucho sin entender muy bien aquella trascendencia de un acto al que no quiso faltar el lehendakari, Juan José Ibarretxe, que mandó un mensaje fraternal a Oiarzabal: "Que se cuide, que piense en la familia". Y Oiarzabal, con traje de raya diplomática, era lo más distinto al montañero del chubasquero rojo. Los ochomiles obran muchos milagros, contratos y una presión infinita por tocar el cielo.

Arriba, Han Wang-Yong, Um Hong-Gil, Juanito Oiarzabal y Alberto Iñurrategi. Abajo, Krzyztof Wielicki y Sergio Martini.
Arriba, Han Wang-Yong, Um Hong-Gil, Juanito Oiarzabal y Alberto Iñurrategi. Abajo, Krzyztof Wielicki y Sergio Martini.L. RICO

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