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SAQUE DE ESQUINA | FÚTBOL | Decimosexta jornada de Liga
Columna
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Una Liga de campeonato

Después de su deslumbrante excursión por Europa, vuelve la Liga con sus ocho supervivientes intactos, su falso jet lag y su inseparable rueda de emociones. Sin tiempo para valorar la indolencia del Madrid o los asombrosos cambios de fortuna en la vida de la Real, el Deportivo y el Celta, seremos testigos de minutos febriles, goleadas de vértigo, tropezones del árbitro, desmayos del presidente y otras conexiones del azar y el esfuerzo. Conforme se acerca la hora del partido, cada pieza va encontrando su lugar en el laberinto de la jornada, de modo que el agitado pueblo de los competidores viste su mono de espuma, sube al autobús, mide sus ojeras en el cristal de la ventanilla, irrumpe en los vestíbulos, toma el ascensor, escucha música ratonera y se pierde tras el cartel de No molesten con la vana esperanza de escapar a nuestra curiosidad.

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El 'derby' de los Cruyff

En los reservados de Can Barça, mientras espera la orden de partir, Ronaldinho se viste para el duelo de Montjuic, invoca al hechicero y repasa su repertorio de habilidades bajo la mirada triste de Frank Rijkaard. Primero carga la pelota con una misteriosa energía gravitatoria y la convierte en un pájaro redondo. Luego la hace volar de hombro a hombro, la baja por el espinazo, la recoge con la corva de la pierna derecha, la marea con el empeine, la pincha con la puntera, la eleva hasta la coronilla y la recoge en el hoyo de las cervicales con una suavidad muy especial, como quien pone el huevo en el nido. Sabe que la afición le ha asignado el papel de redentor, y por eso se concentra, medita sobre la distancia que separa la caída y la resurrección, hace recuento de sí mismo y se juramenta para encajar todos los efectos de magia en la pauta del juego. Finalmente levanta la cabeza, mira con la fijeza del muñeco, nos enseña la dentadura sin mover un solo músculo de la cara y provoca en nosotros un ineludible sentimiento de confusión: nunca sabemos si está contento o si, como el Joker de Batman, tiene una sonrisa de escayola.

Puesto que Ronaldinho es, más que una figura, un compendio de personajes, en él pueden representarse todas las pasiones, altas o bajas, de la Liga. Personifica, por ejemplo, la fragilidad de Jesuli, ese tirillas capaz de regatear sobre el pasamanos de la azotea, o la violenta propulsión de Ronaldo, un ariete con el trapío de un Murube, o la voluble puntería de Salva Ballesta, o el fútbol transparente del niño Torres, o la sabiduría lánguida de Juan Carlos Valerón. O, por supuesto, la pasión turca de Nihat.

Son nuestros juguetes vivos; los últimos sobrinos de Diego Maradona. Es grato reconocerlos, admirarlos y sentir, con una mirada infantil y un ingenuo reflejo de entusiasmo, que hoy volverán a jugar a la pelota en nuestro propio comedor.

Seamos indulgentes si rompen algún cristal.

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