Los cuentistas del centro
Seis países -Costa Rica, Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua y Panamá-, diez autores por país, un cuento por autor. La norma: que el cuento haya sido publicado en libro durante los últimos cincuenta años. El decano es el salvadoreño José María Méndez (1916), que en 1957 sacó Disparatario; la más joven, su compatriota Claudia Hernández (1975), autora de Otras ciudades (2001). En la nota preliminar, Andrés Neuman explica que este libro continúa el proyecto inaugurado por el volumen que él coordinó el año pasado para la misma editorial, que incluía relatos de autores residentes en España. Hermanando a los escritores de cuentos de ambas márgenes del castellano, concluye Neuman, en un inesperado impulso de intimidar al lector: "Somos breves, pero muchos". El panameño Enrique Jaramillo Levi, editor de este volumen, dice por su parte que había llegado a "seleccionar a 25 autores por país" que cumplían con los requisitos establecidos, entre ellos el de "calidad literaria sobresaliente". Generosidad intelectual o vanidad regionalista, en todo caso hay desde ya una cierta desmesura. El mismo prólogo, abrumado de nombres, fechas y bibliografías, muestra un método más cercano a la acumulación que a la categorización, algo que se esperaría antes de un trabajo académico que de un proyecto de "pequeñas resistencias".
PEQUEÑAS RESISTENCIAS II: ANTOLOGÍA DEL CUENTO CENTROAMERICANO
Edición de Enrique Jaramillo Levi. Nota preliminar
de Andrés Neuman
Páginas de Espuma
Madrid, 2003
429 páginas. 23,04 euros
El recorrido del libro no permite
concluir que exista un temperamento centroamericano del género. Tampoco un haz de tendencias actuales, pues lo que se ve es la esperable variedad de temas y géneros: sentimentales y de terror, dramas familiares y asuntos fantásticos, oníricos y eróticos. En algunos asoma una violencia que sería fácil interpretar como sublimación de la sangrante realidad de Guatemala o El Salvador. Pero, salvo en pocas excepciones, como el relato del nicaragüense Sergio Ramírez, hay escaso color local: apenas se mencionan lugares concretos y si aparece un mendigo -como en el cuento de uno de los autores más conocidos, Rodrigo Rey Rosa- no es como símbolo de pobreza sino de algún poder maléfico de jurisdicción universal. El cuento aparece así como un género atraído por la fábula y el simbolismo moral, exaltado de invención pura, que habita en paisajes abstractos antes que en esta calle o en esta playa. Cortázar y Monterroso están mucho más presentes que Faulkner u Onetti. Hay más ideas argumentales y destreza artesanal que búsqueda o innovaciones formales. Pero no es justo calificar a un autor por un solo cuento. Por eso, lo mejor es practicar con este libro lo que Macedonio Fernández llamaba "lectura salteada": abrirlo al azar y probar suerte. Y así hasta alcanzar satisfacción o hastío.
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