Quiebra

Había una vez en Chamberí un colegio privado al borde de la quiebra. La directiva del colegio pensó que el mejor modo de evitar el cierre era pedir un concierto, y así lo hizo. La inspección dio un informe negativo, pero en algún remoto lugar alguien decidió concederlo a pesar de que en el distrito había plazas disponibles en los centros públicos, y siendo perfectamente consciente de que por cada aula que se concierta se cierra otra en un centro público, esta vez en el colegio público San Cristóbal, aula que, a pesar de nuestras protestas, sigue cerrada.

Padres que llevaban a sus hijos a colegios públicos de la zona no se lo pensaron dos veces y pidieron plaza en él y, como se abrieron dos periodos de inscripción -noblesse oblige-, allí se fueron todos. La dirección del colegio no quiso discriminar a nadie y aceptó a todos.

Tanto altruismo condujo a la creación de aulas de 29 niños (infantil, tres años) y 33 (infantil, cuatro años), pero como el colegio tenía un antiguo renombre procedente de tiempos pretéritos y por allí no se veía a ningún hijo de emigrante, los padres, a pesar de la flagrante irregularidad y del consecuente deterioro de la enseñanza, callaron.

Y, satisfechos o decepcionados, siguen callando. Y no denuncian ni las abusivas cuotas que el colegio cobra ni las penosas condiciones en las que se desarrollan actividades básicas como es el servicio de comedor, ni los exorbitantes precios de las actividades extraescolares, ni la masificación de sus aulas.

Y saben también que la dirección y el profesorado de los centros públicos de los que proceden sus hijos (Claudio Moyano, Fernando el Católico y San Cristóbal) tienen preparación, dedicación, interés por los niños y pasión por su trabajo.