60 aniversario

Con el concierto número 2687, la Orquesta de Valencia, fundada en 1943, celebró su 60 aniversario. Estaba dirigiéndola Miguel Ángel Gómez Martínez, quien, próximo a ceder la titularidad -según todos los rumores- al italiano Carlo Rizzi, construyó un programa que permitía valorar el estado en el que se encuentra la formación tras un trabajo de varios años. Al margen del encargo hecho a Enrique Sanz para el acontecimiento, el resto de la sesión, centrado en Beethoven, no resultaba precisamente cómodo: es con el clasicismo vienés donde mejor se advierten los puntos débiles de las formaciones sinfónicas. Y, quizás por eso, dicho repertorio es el mejor banco de pruebas para exhibir el debe y el haber de un titular.

Antes, con la Pavana para un aniversario, Sanz-Burguete planteó una mirada subjetiva y orquestal sobre una obra para vihuela de Luis de Milán, y pareció conseguirlo mejor en las secciones de corte más contemporáneo que en el último episodio, donde se percibía cierta falta de trabazón con todo lo anterior. La orquesta, en cualquier caso, realizó cumplidamente su cometido. Hace ya tiempo que maneja con comodidad -aunque quizá no siempre con placer- el repertorio del último XIX y del XX. Gómez Martínez ha tenido bastante que ver, indudablemente, en ello, pero tampoco debe negársele al anterior titular, Manuel Galduf, su granito de arena en la puesta a punto. Los viejos del lugar recuerdan todavía etapas previas, muy penosas para la orquesta y sus seguidores, donde las carencias de todo tipo deterioraron el rendimiento hasta un punto que hoy nos resultaría insoportable.

Afortunadamente, todo ello queda lejos ya. El Segundo Concierto para piano de Beethoven sirvió para demostrar que los niveles de transparencia y ajuste están subiendo día a día, que la contención en el volumen se practica con más frecuencia que antes, y que el tejido orquestal se muestra al público con una claridad mayor. Se contó, además, con la ayuda de una joven pianista -Orly Saham- que ya lució un excelente talante beethoveniano cuando vino acompañando a su hermano, el violinista Gil Shaham. Hubo momentos bastante mágicos en cuanto a la interrelación solista-orquesta: el final, en pianissimo, del Andante, fue, sin duda, uno de ellos.

En la Quinta Sinfonía del compositor de Bonn, luego, continuó percibiéndose el buen estado de la agrupación valenciana, especialmente en la sección de cuerda. Los dos primeros movimientos se hicieron con tensión y huyendo del tópico. A partir del tercero, sin embargo, se extremó con exceso el arco dinámico, se perdió un punto la transparencia anterior y parecía que la partitura estaba interpretándose sin una trayectoria demasiado definida.

Queda todavía, como es lógico, tarea por delante. Pero no cabe duda de que el trabajo sobre el repertorio clásico, aunque de poco rédito discográfico para una orquesta española, es una inversión a largo plazo que vale la pena hacer.