_
_
_
_
A PIE DE PÁGINA

Perturbar la paz

Esta novela exige, y recompensa, una segunda lectura por lo menos, pero incluso entonces su sentido sigue siendo ambiguo. Elizabeth Costello consta de ocho capítulos y un epílogo, si bien a los capítulos se les llama "Lecciones". Seis de las lecciones ya habían sido publicadas, y dos de ellas aparecieron como obra independiente. Éstas fueron las conferencias Tanner, una serie dedicada al debate de cuestiones éticas y filosóficas que dio Coetzee en la Universidad de Princeton en 1997 y 1998, con el título genérico de Las vidas de los animales. Sin embargo, en vez de dar conferencias convencionales, leía a su audiencia una obra de literatura narrativa acerca de una distinguida novelista australiana llamada Elizabeth Costello, que es invitada por el Appleton College de Massachusetts, un anfitrión imaginario, a dar la "Conferencia inaugural" anual y desconcierta a sus anfitriones, que esperaban de ella que hubiera elegido un tema literario, al pronunciar un discurso sobre el maltrato a los animales que resulta polémico de cabo a rabo.

Se percibe una desilusión sobre el valor que nuestra cultura atribuye a la literatura. Los libros de Coetzee siempre son desestabilizadores, inesperados e incómodos

El efecto de la narrativa de ficción es el de generar simpatía hacia el personaje principal, y dar a entender que ella está defendiendo el punto de vista del "autor real", Coetzee, pero no de forma inequívoca. Toda la secuencia de acontecimientos se narra a través de los ojos de John, el hijo de Elizabeth, que da la casualidad de que es un profesor de física y astronomía del Appleton College. Lo que resulta más ofensivo es la analogía que hace ella entre la producción industrial de carne y el exterminio de los judíos a manos de los nazis. "Estamos rodeados de una campaña de degradación, crueldad y matanza que no tiene nada que envidiar a lo que fue capaz de hacer el III Reich, de hecho lo empequeñece, en tanto que la nuestra es una campaña interminable...

", sostiene ella. Uno de los directores de la facultad, un poeta llamado Abraham Stern, se ausenta de la cena como protesta y escribe una altiva nota de discrepancia. "El que los judíos fueran tratados como ganado no significa que el ganado sea tratado como los judíos. La inversión ofende a la memoria de los muertos y también trafica de forma barata con los horrores de los campos".

Las conferencias Tanner fueron publicadas por Princeton University Press en 1999, con una introducción de un filósofo político y respuestas de otros cuatro distinguidos miembros de la facultad de Princeton. No es sorprendente que la mayoría de los expertos se sintieran un tanto frustrados ante las metaconferencias de Coetzee, a causa de los velos de ficción tras los que había ocultado su propia postura de toda observación atenta. Existía la sensación, compartida por algunos de los que reseñaron el libro, de que estaba exponiendo un argumento extremista, intolerante y acusatorio sin asumir plena responsabilidad intelectual por ello. En su nuevo contexto, en el que aparecen como lecciones tres y cuatro de Elizabeth Costello, Las vidas de los animales, ya no parecen vulnerables a ese tipo de crítica. El personaje de Elizabeth en la novela es una figura mucho más redondeada, con una historia mucho más compleja, y sus preocupaciones abarcan más de una cuestión ética o filosófica.

Pero persiste la pregunta de hasta dónde se supone que debemos identificarle con ella y sus opiniones, en parte debido a las irritantes similitudes y diferencias existentes entre ella y su creador. Ella es católica-irlandesa-australiana por nacimiento y educación. Coetzee es surafricano, de ascendencia afrikaaner, pero ahora vive en Australia y en Estados Unidos, donde enseña en la Universidad de Chicago. Elizabeth es "una de las grandes escritoras mundiales" alrededor de la cual se ha desarrollado "una pequeña industria crítica" y que ha recibido numerosos premios y galardones. Igual que Coetzee, que también ha recibido recientemente el Premio Nobel de Literatura. Ella "no es en modo alguno una escritora en la que pueda hallarse consuelo", y tampoco lo es Coetzee.

La principal diferencia entre autor y personaje, aparte de su sexo, es que Elizabeth Costello es 12 años mayor que Coetzee "66... para cumplir 67" en 1995, cuando ocurre el primer episodio. Ella se va haciendo más consciente de su edad conforme avanza la novela, tanto físicamente, por el cansancio de huesos y músculos, como metafísicamente, en sus apesadumbradas meditaciones sobre la vida y la muerte y el arte al que lo ha dedicado todo. Coetzee tiene sólo 64 años, pero ha logrado de forma admirable crear un personaje de mujer que sufre la transición de la edad madura a la vejez, que llega al final de su sexualidad, al final de las relaciones personales satisfactorias, puede que incluso al final de la escritura, y a quien le surgen de forma nueva y perentoria las grandes preguntas perpetuas: ¿por qué estamos aquí? ¿Qué debemos hacer? ¿Qué significa todo esto?

La primera lección se llama

Realismo, el tema que Elizabeth ha elegido para hablar cuando aceptó el "Premio Stowe" del imaginario Altona College de Williamstown, Pennsylvania. Su hijo John asiste al acto. Elizabeth ha volado desde Australia para recibir el premio. Ésta es generalmente una condición para recibir el botín -tienes que estar allí en persona, dar un discurso, someterte a las entrevistas de la prensa y asistir a recepciones y banquetes de gala- y John siente que su madre, cuyo aspecto es cada vez más frágil, necesita de su apoyo para superar la agotadora rutina: "Él la ve como una foca, una foca de circo vieja y cansada. Una vez más ella tiene que lanzarse a través del aro, demostrar una vez más que puede mantener en equilibrio la pelota sobre su hocico". El discurso de Elizabeth es una especie de ceremonia funeraria, o de elegía por el realismo. Hace recordar a su audiencia el Discurso para una Academia de Kafka, en la que un mono que ha sido capturado y amaestrado ofrece un breve resumen de sus experiencias a un auditorio instruido. La historia remeda su propia situación, pero su significado, dice Elizabeth, es absolutamente oscuro: "Hubo un tiempo en el que sabíamos. Creíamos que cuando el texto decía 'había un vaso de agua sobre la mesa' había ciertamente una mesa, y un vaso de agua sobre ella, y sólo teníamos que mirar en el espejo de la palabra del texto para verlas. Pero todo eso ha terminado. El espejo de la palabra se ha roto, de forma irreparable al parecer. En cuanto a lo que realmente está sucediendo en la sala de lectura, vuestra conjetura es tan buena como la mía".

En las lecciones tres y cuatro, Las vidas de los animales, la novela se acerca más al diálogo platónico en su forma. Uno se siente rápidamente arrastrado al debate y obligado a examinar los principios y premisas propios, y no solamente en lo que se refiere a los derechos de los animales y el vegetarianismo. Para Elizabeth, nuestra opresión de los animales surge de un privilegio de los hombres que carece de base, y de la facultad de razonamiento. Se debe a que creemos que los animales no tienen capacidad de razonamiento y la conciencia de sí mismos que de ella se deriva; por eso reclamamos el derecho de disponer de ellos en función de nuestros intereses. El valor último de la existencia no es la razón, sino la "plenitud del ser" que los animales disfrutan en su estado natural.

La octava lección, En la verja, conduce a la novela, a su conclusión. Elizabeth, cansada y acalorada, se baja de un autobús en alguna polvorienta ciudad de provincias, en la que hay una verja, y un guarda, y un tribunal con un panel de inquisidores que exigen que defina sus creencias antes de concederla el permiso para cruzar la verja. Ella dice que no tiene creencias, que eso no es compatible con su profesión de escritora. Pero puede hacer una imitación de una creencia, si eso sirve. No sirve. Ella arrastra su maleta a un dormitorio de tosca edificación, y reclama un camastro de madera con un grasiento jergón de paja para pensarse si debe revisar su solicitud. El dormitorio se parece a las chozas de los campos de la muerte. Todo lo que hay en este lugar nos recuerda algo que hemos hallado cientos de veces en libros, obras de teatro, películas: el tribunal kafkiano, los perezosos parroquianos en las mesas del café, la banda uniformada que interpreta música ligera en la plaza, el guarda de la verja que contesta con evasivas. Si éste es el umbral de la otra vida, piensa truculentamente Elizabeth, ¿no se les ha podido ocurrir nada más original? ¿O acaso hay un purgatorio diseñado especialmente para escritores, para torturarlos sin misericordia con tópicos?

Es una brillante pieza literaria,

graciosa y patética al mismo tiempo. Elizabeth vuelve una y otra vez ante el tribunal, y una y otra vez es incapaz de satisfacer a sus inquisidores. Tiene una visión de un perro que yace al pie de la verja, obstaculizando su camino, "un perro viejo, su lomo leonino marcado por innumerables cicatrices... Ésta es su primera visión en mucho tiempo y no confía en ella, no confía en particular en el anagrama Dios-Perro (god-dog, en inglés). Demasiado literario, piensa de nuevo. ¡Una maldición para la literatura!".

Así pues, ¿qué debemos opinar de este libro extraordinario en su conjunto? Ciertamente se percibe en el autor implícito del libro, así como en su heroína, una desilusión sobre el valor que nuestra cultura atribuye a la literatura, una fuerte sensación de que, en palabras de Marianne Moore, "hay cosas que son importantes más allá de todas estas supercherías" y una especie de incomodidad por ser considerado "un escritor de importancia mundial". No deja de ser una ironía del destino que su publicación coincida con la concesión del Premio Nobel, lo cual asentará más firmemente aún esta pesada corona sobre la cabeza de Coetzee, que nunca ha buscado popularidad o celebridad. Sus libros siempre son desestabilizadores, inesperados e incómodos. Parece una figura bastante esquiva en el mundo literario contemporáneo, que rara vez concede entrevistas, y a menudo rehúsa recoger sus premios en persona. Pero es uno de los pocos escritores vivos a los que de forma rutinaria se describe como "grande".

J. M. Coetzee visto por Tullio Pericoli
J. M. Coetzee visto por Tullio Pericoli

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_