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Un mundo más seguro, trabajando juntos

Hemos llegado a un momento decisivo de la historia. La gran amenaza del enfrentamiento nuclear entre superpotencias rivales ha quedado atrás. Pero en su lugar ha surgido una nueva y diversa constelación de amenazas. Tenemos que examinar de nuevo la maquinaria de las relaciones internacionales. ¿Está a la altura de estas nuevas pruebas? Si no es así, ¿qué cambios precisa? Los acontecimientos del pasado año han permitido ver que existen profundas divisiones entre miembros de Naciones Unidas sobre cuestiones fundamentales de política y de principio. ¿Cuál es la mejor manera de protegernos contra el terrorismo internacional, y de poner fin a la expansión de las armas de destrucción masiva? ¿Cuándo es permisible el uso de la fuerza? ¿Y quién debería decidirlo? ¿Tiene que actuar cada país por su cuenta, o será más seguro trabajar juntos? ¿Está la "guerra preventiva" justificada a veces, o se trata simplemente de agresión con otro nombre? Y, en un mundo que se ha vuelto "unipolar", ¿qué papel debería desempeñar Naciones Unidas?

Estos nuevos debates se suman a otros ya vigentes en la década de 1990. ¿Es la soberanía estatal un principio absoluto e inmutable, o hace falta que evolucione la interpretación que hacemos de ella? ¿En qué medida es responsabilidad internacional el prevenir o resolver conflictos (que no sean guerras) entre países; en especial, cuando implican genocidio, "limpieza étnica" u otras violaciones extremas de los derechos humanos? ¿Tenemos mecanismos eficaces para cumplir con esta responsabilidad? Estas cuestiones son básicas para la paz y la seguridad internacionales. No pueden quedar sin respuesta. Pero no son las únicas. Para muchos quizá no sean siquiera las más urgentes. De hecho, a muchas personas del mundo actual, especialmente de los países pobres, el riesgo de ser atacados por terroristas o con armas de destrucción masiva, o incluso de caer presa del genocidio, debe de parecerles relativamente remoto en comparación con las denominadas amenazas "blandas": los sempiternos peligros de la pobreza extrema y el hambre, el agua no potable, la degradación medioambiental y la enfermedad endémica o infecciosa. Todos ellos matan a millones de personas cada año.No imaginemos que éstas son cuestiones no relacionadas con la paz y la seguridad, o que podemos permitirnos pasarlas por alto mientras no se solucionen las "amenazas graves". Deberíamos haber aprendido ya que un mundo de desigualdad manifiesta -entre países y dentro de cada país-, en el que muchos millones de personas soportan una opresión brutal y una miseria extrema, nunca va a ser totalmente seguro, ni siquiera para sus habitantes más privilegiados. Si el terreno común sobre el que pisábamos ya no parece sólido, debemos buscar uno nuevo para nuestros esfuerzos colectivos. Y tenemos que considerar si la propia Naciones Unidas está bien preparada para las dificultades que se avecinan. Ésas son las tareas que he asignado a un panel de 16 expertos muy respetados y procedentes de todas las partes del mundo, que este fin de semana celebrará su primera reunión. Está presidido por Anand Panyarachum, ex primer ministro de Tailandia, e incluye expertos sobresalientes en cuestiones de seguridad y desarrollo.

La función del panel es triple: desarrollar un análisis compartido sobre las amenazas actuales y futuras contra la paz y la seguridad; evaluar rigurosamente cómo puede contribuir la acción colectiva a superar estas amenazas, y recomendar los cambios necesarios para convertir a Naciones Unidas en un instrumento legítimo y eficaz para la respuesta colectiva. En concreto, cómo puede Naciones Unidas "adoptar medidas colectivas para la prevención y eliminación de las amenazas a la paz", que es uno de sus propósitos, definido en el Artículo I de la Carta. El panel se centrará básicamente en las amenazas a la paz y a la seguridad. Pero también tendrá que examinar otros desafíos, en la medida en que éstos puedan influir en dichas amenazas o estar relacionados con ellas. Eso podría significar analizar no sólo el Consejo de Seguridad, sino también la Asamblea General y el Consejo Económico y Social. Podría significar incluso estudiar el Consejo de Administración Fiduciaria, uno de los "organismos principales" de Naciones Unidas, pero que se quedó sin función desde que el último de los "territorios tutelados" obtuvo su independencia en 1994. ¿Podría este organismo encontrar tal vez una nueva función, en vista de las nuevas responsabilidades que recientemente ha recibido la ONU en algunos países destrozados por la guerra?

Sólo los Estados miembros de Naciones Unidas pueden decidir estos asuntos, pero el panel puede ayudarles a hacerlo. Y espero que su informe esté terminado para el otoño de 2004, de modo que me sea posible hacer recomendaciones para el siguiente periodo de sesiones de la Asamblea General de la ONU. Si funciona bien, puede que la historia recuerde la actual crisis como una gran oportunidad que hombres y mujeres sabios aprovecharon para reforzar los mecanismos de la cooperación internacional y adaptarlos a las necesidades del nuevo siglo.

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