Pasiones distantes
La tercera entrega de la tetralogía wagneriana suele suscitar casi siempre en todos los teatros más problemas que sus compañeras de viaje. En Madrid no fue una excepción. En la representación de anteayer en el Real hubo de todo, desde momentos magistrales como el comienzo del tercer acto con el diálogo de Hanna Schwarz y Alan Titus, en una atmósfera escénica evocadora, hasta situaciones francamente desafortunadas como la actuación de la orquesta en todo el primer acto. Pero, en fin, vayamos por partes.
Sigfrido
De Richard Wagner. Director musical: Peter Schneider. Director de escena: Willy Decker. Con Stig Andersen, Wolfgang Ablinger-Sperrhacke, Alan Titus, Hartmut Welker, Jyrki Korhonen, Hanna Schwarz, Luana DeVol y Olatz Saitúa. Orquesta Sinfónica de Madrid. Coproducción con la Ópera de Dresde. Teatro Real, Madrid, 2 de diciembre.
Es prematuro opinar sobre un trabajo sin conocer su totalidad, pero en Sigfrido se acentúan, al menos, cuatro aspectos: la metáfora paralela del teatro dentro del teatro, la estructura de cuento juvenil, la componente didáctica y la sugerencia pictórica del tratamiento con referencias a artistas como Picasso (el dragón), Klee (la cueva-teatro de la Envidia) o Magritte (a partir del final del segundo acto y, sobre todo, en el tercero).
Willy Decker maneja esos elementos con una mirada irónica (el héroe aparece, por ejemplo, con un osito de peluche), con un imponente trabajo en la definición teatral de los personajes y con un alto sentido creativo (y explicativo) sin alterar los valores mitológicos esenciales del drama. Hace una recreación sin ideología añadida y con una estética al menos ingeniosa.
Emociones con cuentagotas
Necesita, en cualquier caso, de las emociones musicales, y éstas llegaron con cuentagotas. La orquesta no tuvo su día y la dirección de Peter Schneider fue, como mínimo, de trazo grueso, sin el aliento poético que Wagner demanda.
En cuanto a las voces, destacaron las de Schwarz por su intensidad dramática y la de Titus por su elegancia. También las de Welker, como Alberich, o Abliger-Sperrhacke, como Mime, se movieron con consistencia y no desentonaron las dos mujeres. Andersen no pudo en los pasajes más heroicos con el personaje de Sigfrido y el magnífico dúo final de Brunilda y Sigfrido pasó bastante inadvertido. En líneas generales, el reparto era correcto, pero no traspasó el umbral de las emociones.
El público recibió la representación con frialdad. Hubo deserciones después del segundo acto y estampida antes de los aplausos. Incluso los abucheos para el equipo escénico fueron desganados, una especie de bronca descafeinada. Si la ópera no levanta pasiones (a favor o en contra, eso es otra historia), mala cosa. El esfuerzo desplegado merecía, en cualquier caso, un mayor reconocimiento.
Babelia
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