Vaticinios retardados
Parece legítimo afirmar que la apreciación que viene mostrando el euro frente al dólar en los últimos tiempos es más una manifestación de la debilidad de la divisa estadounidense que de pujanza de la europea. Esa debilidad puede atribuirse primordialmente al significativo déficit que arrastra la balanza de pagos americana por cuenta corriente, próxima al 5% del PIB.
Durante mucho tiempo esa vulnerabilidad del dólar quedó enmascarada por la capacidad de la Bolsa y los mercados financieros americanos para atraer capitales del resto del mundo, incluida la zona euro. Esas entradas de capital no sólo compensaron el déficit corriente americano, sino que impulsaron al alza la cotización del dólar y lograron que llegara a un nivel máximo de 82 centavos por euro. Pero, desde principios de 2002, esa tendencia se invirtió, y la divisa americana inició una sostenida caída frente al euro que hizo que la semana pasada franqueara la barrera de 1,20 dólares por euro.
A ese debilitamiento han contribuido, sin duda, las ambiguas manifestaciones que sobre la cotización de su divisa vienen haciendo el secretario del Tesoro americano y demás responsables económicos de la Administración de Bush. Aunque en ocasiones han manifestado que seguía vigente el viejo mantra que acuñó años atrás Robert Rubin, secretario del Tesoro de Clinton -"un dólar fuerte es de interés para la economía americana"-, a los analistas económicos no les ha pasado inadvertido el tono proteccionista de la política económica seguida por la Administración de Bush.
Así, la invocación de cláusulas de salvaguardia e imposición de aranceles a la importación de acero -que Clinton rechazó reiteradas veces- mostró que la nueva Administración estaba dispuesta a sacrificar su teórico ideario liberal en aras de sus intereses electorales en ciertos Estados clave. De parecida forma, la presión pública sobre China y otros países asiáticos para que permitan que sus monedas se aprecien frente al dólar -de la que se hizo eco en septiembre el G-7 durante la reunión anual en Dubai del Fondo Monetario Internacional- afianzó la sensación de que las autoridades americanas favorecían un dólar más débil. En circunstancias ordinarias, el álgido crecimiento que mostró la economía americana en el tercer trimestre -cuando sobrepasó en tasa anual el 8%- debiera haber ejercido un gran magnetismo sobre los capitales extranjeros y afianzado la cotización del dólar. Pero la rápida recuperación de las cotizaciones bursátiles y las perspectivas de unos tipos de interés al alza -acordes con la pujanza de la economía- parecen haber frenado la inversión extranjera -con la excepción de los bancos centrales asiáticos, que han seguido acumulando dólares para evitar que sus monedas se apreciaran- y, en consecuencia, ha dado pie a que la deteriorada balanza de pagos americana fijara el derrotero del dólar.
La apreciación del euro resulta dolorosa para una economía europea que observa cómo las divisas asiáticas se aferran al dólar; que, en el caso alemán, ha tenido en las exportaciones su principal fuente de crecimiento; y que se ha encontrado con la sorpresa de que la apreciación del euro que se vaticinó en vísperas de su lanzamiento en 1999 está llegando con casi cinco años de retraso.
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