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Columna
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Una trompeta lejana

De vez en cuando uno ya se merece en esta vida una alegría como la de la trompeta que toca el Himno de Riego, aunque sea desde la lejanía de las antípodas. Por cierto que, siendo Riego un constitucionalista que no reclamó liquidar la monarquía, sería su himno el que mejor vendría a esta situación y no el de tiempos de Carlos III. Sin embargo, como los Borbones no lo quisieron y la República lo adoptó como himno, se quedó como republicano. Pero ha sido un himno legal de España y, ya que la Monarquía no es recelosa con la Constitución, no nos vendría mal entonarlo de vez en cuando. Hoy la Monarquía es compatible con la Constitución, como el pensamiento ha acabado por ser compatible con lo navarro, descubriendo que todo es pasajero en esta vida y nada está sujeto por toda la eternidad a malas calificaciones. Hoy los navarros tienen más pensamiento que muchos de sus vecinos.

Otra satisfacción personal que uno recibe (si uno sobrevive acaba teniéndolas) es la propuesta de Zapatero de modificar la Constitución para que en la sucesión del monarca no haya privilegio a favor del varón sobre la mujer. Uno, que votó "no" a la Constitución, con el tiempo descubre que le dan la razón por esta y otras cuestiones, aunque tiene que reconocer que, de haber cundido mi ejemplo, hubiéramos tenido otra guerra civil y otra dictadura. Pero ya que se pone Zapatero a removerlo todo, con lo que cuesta mover la Constitución, ¿por qué no busca la igualdad entre todos los ciudadanos, no sólo entre sexos de altezas reales, y se carga la Monarquía? ¿Por qué no dice que la monarquía es un régimen de privilegio para la familia real, que el rey no es un ciudadano que está por encima del resto y que la discriminación de sexo a favor del varón es una memez comparado con que seamos un reino todavía? Entonces, ¿por qué no hace lo que Madrazo, pero en mejor: se carga la Monarquía, y el Estado de la Autonomías tan intimamente unido a ella, con los derechos históricos de paso, y hacemos una república federal igualitaria, sin privilegios, simétrica, racionalista, sin cupos ni conciertos que sólo causan desigualdades y, en vez de resolver problemas, promueven rebeldías? No hay como estar en la oposición para rozar la irresponsabilidad política, por mucha razón teórica que aparentemente se tenga, y proponer cosas dignas de la oposición para seguir en la oposición.

No nos volvamos locos; los tiempos no son favorables al republicanismo, porque la única corneta que toca de verdad, y está bien cerca, entona el Oriamendi. Ibarretxe es el nuevo caudillo del tradicionalismo sobre los rescoldos de esta región que fue tan carlista. Lo importante ahora para los que somos republicanos es el cáncer reaccionario vasco, por lo que las elucubraciones se la dejamos al plan Madrazo, y nos preocupamos de verdad - desde la izquierda, aunque sólo sea sociológica- del panorama tan enfrentado y bipolar que ha erigido en la sociedad vasca el nacionalismo desde que decidiera garantizarse el poder en el futuro a partir del Pacto de Estella, aunque fuera a costa de romper el país por la mitad. Es tal la adhesión que se contempla en una reciente encuesta de la comunidad nacionalista al plan Ibarretxe que pone los pelos de punta. Son datos que convencen al más optimista del país de que es muy remota una solución no traumática. Por ello es preferible que el Estado intervenga. Que Zapatero se entretenga con la sucesión dinástica en una tertulia con Anson, pero que el Estado intervenga antes de que tengamos que intervenir todos contra todos. Siempre he dicho que el único tratamiento del nacionalismo es el de shock.

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