Un buen Quijote
La escasa fortuna de las versiones en cine (no he podido visionar las bobinas que Orson Welles dedicó al asunto), o en televisión, de la mayor obra cervantina se deben, acaso, a la centralidad otorgada a sus dos personajes principales, cuando en la novela de Cervantes son más bien los testigos -privilegiados, eso sí- de un amplio repertorio de aconteceres diversos lo que los protagonistas nos ayudan a entender en todos sus matices desde sus visiones contrapuestas, tanto en lo que tiene que ver con los usos de la época como en lo que toca al repertorio universal de las emociones. Se trata, sin embargo, de una narración que carece de personajes secundarios, ya que los episodios, que son muchos, que se van contando sirven más al despropósito de descifrar las claves de funcionamiento del mundo conocido, incluso del imaginado, que para fomentar el mito de sus personajes principales.
Quijote
De Miguel de Cervantes, en adaptación de Juan Margallo y Santiago Sánchez. Intérpretes, Vicente Cuesta, Sandro Cordero, Carles Montoliu, Yayo Cáceres, Sergio Gayol, Martina Bueno, Carlos Lorenzo, José Luis Luque, Cristina Bernal, Amancay Gaztañaga, Rodrigo Díaz. Iluminación, Rafa Mojas, Félix Garma. Vestuario, Sue Plummer. Escenografía, Dino Ibáñez. Música, Joan Cerveró, Yayo Cáceres, Rodrigo Díaz. Dirección, Santiago Sánchez. Teatro Principal. Valencia.
Una versión popular, y sobre un escenario, de ese repertorio interminable de materiales, auténtico espejo de la conducta, debe simultanear los momentos gloriosos con los más precarios, y, sobre todo, debe saber que, siendo El Quijote un relato interminable, lleno de meandros narrativos y repleto de relatos interiores a otro relato, hay que optar más por la condensación ilustrativa que por el resumen apresurado o por la glorificación de sus protagonistas de mayor fama.
Uno de los méritos de este montaje, que firma Santiago Sánchez, coautor de la versión con Juan Margallo, uno de los históricos del teatro independiente, es su teatralidad, que aquí debe entenderse como la facultad para ver desde los límites de un escenario acotado un relato que lo desborda. La escenografía de Dino Ibáñez no contará entre las mejores de su carrera, pero es muy afortunada para un montaje que lejos de limitarse a ilustrar la obra que le sirve de pretexto la remonta mediante un amplio repertorio de recursos -unos más afortunados que otros, es cierto- estrictamente teatrales, con su historia propia.
El resultado es atractivo, con un trabajo de actores muy meritorio si se considera la diversidad de su procedencia. A lo que hay que añadir que Santiago Sánchez, que dio el salto a los escenarios de mucho éxito con Imprebis, ha sabido alzarse desde la pericia de un teatro minorista a la dirección de grandes trabajos como el Galileo anterior y este Quijote que resulta algo más que digno sobre el escenario. Un trabajo, sin duda, de amplio recorrido.
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