_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Copito

Primero el deterioro pontificio y después la muerte de Copito de Nieve, un vetusto gorila blanco, endeble y cariacontecido, han causado una tristeza que Barcelona no sabe cómo solventar. Se habla de dedicarle una calle o una plaza y de hacerle un monumento, cosas, si bien se piensa, fuera de lugar. Plaza del Gorila Copito no es una dirección que uno desee poner en sus tarjetas. Yo creo que el mejor modo de honrar su memoria, si de eso se trata y no de una operación publicitaria más, sería replantearse la función del zoo. Si algo ha cambiado radicalmente en las últimas décadas es la relación de los humanos y los animales. Antiguamente un animal salvaje enjaulado o domesticado era un espectáculo sugestivo: el triunfo del hombre sobre la naturaleza. Hoy nadie lo ve así, pero muchos zoos siguen obedeciendo a este planteamiento anacrónico. El de Barcelona, ya que de él hablamos, aunque dudo que haya otro mejor, es un simple parque de atracciones para que los padres lleven a los niños, en el mejor de los casos, y en el peor, para que algunos adultos se diviertan a costa de los animales confinados. Por esta causa las especies más curiosas, interesantes o espectaculares no tienen público si son de naturaleza reposada y displicente, con lo que se libran de la agresión y la burla, mientras la gente se amontona ante las jaulas de los que reaccionan a la presencia humana con desasosiego o con servilismo, los azuza y les arroja comida o cualquier objeto para ver si se lo comen por inocencia o por glotonería. Muchos animales están trastornados o han caído en la indolencia. La presunta pedagogía, ni siquiera se aparenta: cada vez hay menos ejemplares y más diversiones de pago: bares, atracciones infantiles, tiendas. En cuanto a la labor científica que realmente se lleva a cabo en el zoo, y que en parte justifica su existencia, nada impediría que se siguiera haciendo a puerta cerrada, salvo la merma de fondos procedentes de las entradas y las franquicias. En resumen: o cambiamos el zoo o lo eliminamos. Y no lo digo porque me gusten o enternezcan los animales, que en el fondo me dan lo mismo, sino porque me gustan las personas con las que convivo diariamente en esta ciudad, capaz de apenarse por la muerte de sus micos.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_