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FÚTBOL | La Eurocopa de 2004

Esplendor lusitano

Carlos Arribas

Llegó el siglo XXI y, finalmente, quiso demostrar que el esplendor de Portugal estaba más allá de las brumas de la memoria, más allá de las conquistas de Vasco da Gama, más allá, incluso, de la nostalgia del pasado colonial, de las guerras africanas absurdas, de las muertes ridículas, que estaba en algo quizás, aparentemente, tan prosaico como la construcción y reforma de 10 campos de fútbol, en la capacidad de gastarse 1.000 millones de euros, en la posibilidad de organizar un Campeonato de Europa.

"Y decían que no seríamos capaces", resonaba, orgullosa más allá de cualquier duda razonable, la voz de Gilberto Madaíl, presidente de la Federación y del comité organizador del torneo. Resonaba contra las paredes curvas, contra la cúpula imposible del Pabellón Atlántico, el emblema de la penúltima exhibición del poderío lusitano, la Expo de Lisboa 98, donde ayer se celebró el sorteo. "Y demostraremos al mundo que podemos organizar la mejor Eurocopa de la historia".

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Portugal entró en la dinámica del escaparatismo como política con el mismo entusiasmo con que Barcelona acogió los Juegos del 92. Lo hizo en octubre de 1999, con un plazo exiguo y unas ambiciones desmedidas, lo hizo bajo el lema, dirigido a su ciudadanía, del siéntase orgulloso de ser portugués, lo hizo rodeado del escepticismo de medio país, de media Europa. Pero cuatro años después, tras vicisitudes, polémicas y escándalos varios, ayer mismo, presentó al mundo la realidad de diez estadios nuevos y hermosos, de transformaciones urbanas, de la imaginación de los arquitectos portugueses.

Diez estadios de lujo

Como una cicatriz, un costurón enorme, de norte a sur, los 10 estadios recorren, en vertical, paralelos a la costa, el país portugués. El 28 de diciembre se inaugurará el municipal de Braga, 30.000 asientos divididos entre dos tribunas largas, verticales, tremendas, puro alarde, incrustadas en una antigua cantera de granito. Ya en julio, cuando España goleó a Portugal, se inauguró, entre Braga y Oporto, el estadio Don Alfonso Henriques, también 30.000 asientos, en Guimaraes, y hace un par de semanas, en la desembocadura del Duero, se jugó por vez primera en el estadio del Dragón, 52.000 plazas, el nuevo orgullo del Oporto. En la misma ciudad, el penúltimo día del año, abrirá el estadio del Boavista, el Bessa XXI, puro estudio de formas cuadradas.

Más al sur brillan los colores del estadio de Aveiro, a juego con las barcas coloridas de sus canales, y en Lisboa el rojo del nuevo estadio Da Luz, del Benfica, donde se jugará la final, de 65.000 plazas, y el verde del rival, del Alvalade del Sporting, 52.000 espectadores, donde Portugal jugará con España; y, finalmente, al sur, entre dos costas, el estadio del Algarve, dos enormes velas en el desierto, sostenidas por cuatro molinos de viento.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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