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Columna
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Risa de conejo

Ciudadanos variopintos, amparados por la Constitución, tenemos el sagrado derecho de reírnos de quien nos dé la gana, evitando, eso sí, despropósitos montaraces que atenten contra lo más intocable de nuestras respectivas y disparatadas identidades. En resumen, hay que reírse de lo que sea, cuando te pille, cuando alguien te da una coz en la entrepierna. Total, señoras y señores, la risa es fundamental para los primates. Es decir, esas entrañables sonrisas con que se han obsequiado Esperanza Aguirre y Ruiz-Gallardón en actos públicos puede que constituyan una de las más interesantes formas de conexión antropomórfica entre seres humanos.

Total, señoras y señores: Esperanza Aguirre y Ruiz-Gallardón se ríen, primero, porque tienen ganas (no se sabe de dónde provienen), y luego les provoca hilaridad; son colegas. ¿Se ríen para despistar a la calle de Génova? ¿Pretenden hacer arrumacos para disimular sus extrañas querencias? ¿Es todo esto políticamente correcto o es puro morbo? También puede ser que sea el principio del inicio de la descomposición popular.

Gallardón y Aguirre tienen muy dispares sensibilidades. Sea lo que fuere, da toda la impresión de que se entienden. No se nos pone en la mollera a algunos contribuyentes que esta unión sea natural; tampoco se pretende señalar que sea antinatural. Ahora bien, votante de Madrid, inocente, creyente como tú y como yo, ¿en qué consiste esa cohabitación? Esta cohabitación realmente, en el fondo, es un divorcio.

Hay muchos tipos de risa: la de loro es un coñazo estúpido; la de conejo, un rictus malaventuradado y borde; la de hiena les pone los pelos de punta a los mamones. Algunos preferimos la risa de hiena a la risa llena de incertidumbres. ¿Quién es en Madrid la hiena? ¿Quién es en Madrid la incertidumbre? A lo mejor es que es mi propia risa.

En todo caso, sálvennos ustedes, por favor.

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