_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Solteros para siempre

Un reciente estudio elaborado por el Instituto de Estudios Superiores de la Empresa (IESE) de Barcelona señala que el 40% de las parejas catalanas reconocen que su jornada laboral y sus responsabilidades familiares están en conflicto. El asunto, que ha ocupado algunas líneas en programas políticos, se discutirá dentro de 15 días en una jornada técnica de ese interesante invento que es el Plan Estratégico Metropolitano de Barcelona. Saludemos con alegría que animosos ejecutivos de traje gris y corbata perciban, al fin, que hay un problema -un problema no menor- entre trabajo y familia.

Alegrémonos, pues, de que la evidencia acabe abriéndose paso incluso en el país de ciegos que no quieren ver: ¿cuántos años hace que las parejas catalanas producen menos niños que nadie en Europa?, ¿era eso puro capricho o respondía a un conflicto como el que ahora llama la atención de los responsables políticos y sociales? La verdad, parece poco que sólo el 40% de las parejas perciban que si trabajan les resulta difícil tener vida familiar o viceversa. ¿En qué mundo vive el restante 60% de las parejas catalanas? Es posible que no tengan conflicto por: a) no tener trabajo o b) no tener familia. Pero sería preocupante que ésas fueran las causas de su desaparición en la estadística.

El paro y la familia de un solo miembro son dos casos no sólo comunes, sino en crecimiento. Quien dice paro dice trabajo precario, contrato temporal, trabajo flexible y todas las sofisticadas fórmulas que designan lo mismo: un individuo que vive a salto de mata y no puede hacer otro plan de vida que estar ojo avizor. ¿Cómo va a pensar un tipo así en la familia? No es raro, pues, que la figura del soltero o la soltera suba puntos. Lo que sí resulta chocante es que ser soltero, como cuentan diversos reportajes coincidentes y precisos, sea paradigma de vida de lujo. ¿Será porque se prescinde directamente de la familia?

¿Se trata de conservar la libertad o de salvaguardar la economía por lo que esos solteros -no entro en las diversas clases de solteros posibles- eligen la soledad? ¿Es por puro egoísmo o por pura abnegación laboral, ya que un soltero es la perfecta pareja de una empresa absorbentemente productiva? ¿Es el soltero alguien que prefiere renunciar a producir niños propios para dar a luz servicios o bienes materiales para todos? La figura del individuo solitario es, ahora mismo, fascinante. Quién sabe cuál es su mística. Quizá el solitario sea el último producto social contemporáneo: ese ser que tiene toda la libertad para optar al premio de la excelencia productiva. ¿No es cierto que los nuevos trabajos -tan escasos y selectos- requieren personas que se entreguen con los cinco sentidos y, aun así, el fracaso laboral está a la vuelta de la esquina?

Con semejante panorama, y olvidando los divorcios, las separaciones, la violencia y la mala vida de las parejas, ¿quién es el guapo que se pone a pensar en compartidos sueños familiares? Aunque los horarios de la vida laboral y la familiar tuvieran la coordinación necesaria, en el fondo aparece esa enorme contradicción: trabajo y familia son agua y aceite, un oxímoron. La gente, que sabe estas cosas perfectamente, aún trata de formar familias porque se lía la manta a la cabeza y apuesta por lo alternativo. ¿Es la familia -de la clase que sea- una forma de vida obsoleta, caduca, o un desafío humano a las circunstancias que marcan el presente? ¿Es esto último el nuevo atractivo de la familia? Al fin, algo elemental, pero olvidado: cualquier contacto humano requiere tiempo. Ocupados con el trabajo, Internet, la televisión, el consumo..., los demás no sólo son lo de menos, sino que demasiadas veces parecen ser el enemigo. Los solteros for ever son el resultado explícito de una (mala) política. Hay culpables.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_