"Esto no se lo deseo a nadie"
Asier Huegun relata que en sus 72 días de secuestro en Colombia nunca temió por su vida
Dos meses y medio de secuestro dejan huella. Tras la barba -la señal más visible que trae de Colombia-, Asier Huegun guarda sentimientos todavía muy presentes: "Aunque la gente me vea bien, esto no se lo deseo a nadie. Ha sido una experiencia muy dura. Es muy duro estar privado de libertad". Con mucho temple, el joven donostiarra, de 29 años, que ha pasado 72 días secuestrado por el Ejército de Liberación Nacional (ELN), confesó ayer en su ciudad natal que necesitará "mucho tiempo para darle la vuelta" a lo ocurrido.
Lo ocurrido, explicó, "no ha sido una experiencia bonita". La incertidumbre de los primeros días de cautiverio, el hambre, las larguísimas caminatas,... "Ha habido momentos muy duros", añadió, "sobre todo cuando pensaba en mi familia". Se emocionó al recordarlo y dejó escapar unas lágrimas cuando exigió la "pronta liberación" de los otros cinco jóvenes -un británico y cuatro israelíes- que siguen en la Sierra Nevada de Santa Marta en manos del ELN.
Acompañado por su padre, José María, y el jesuita Javier Arellanos, que acompañó a la familia en la liberación, Huegun aseguró que nunca perdió la esperanza de recuperar la libertad: "Me hice a la idea [del secuestro], pero sabía que tarde o temprano iba a salir de allí". Dentro de lo delicado de su situación, repitió varias veces, "en ningún momento" temió por su vida. Los guerrilleros "no iban a ejecutarnos. Desde el principio nos dijeron que, ante todo, iban a garantizar nuestra seguridad", añadió.
"Señores" armados
Su mayor temor era encontrar "una bala perdida en un enfrentamiento con el Ejército colombiano o los paramilitares".
El día 12 de septiembre, hacia las 5.30, fue capturado por una veintena de "señores" armados. "Nos dijeron que recogiéramos las cosas porque en la zona había un enfrentamiento. Nos llevaron a una explanada y nos repartieron en dos grupos. Hicieron una selección y después nos pusimos a caminar bastante tiempo".
Así terminaba su aventura turística por Latinoamérica y comenzaba su odisea por la selva de Sierra Nevada. "No pensé en escaparme. Era una idea loca. Al final, sabía que la solución iba a llegar". De las negociaciones que se siguieron para su liberación, "sabía que la Iglesia estaba actuando y que se estaba moviendo mucha gente". Huegun y su padre agradecieron el apoyo "discreto" de "todas" las instituciones y, muy especialmente, el de la Iglesia.
Ocupó el tiempo en leer (le dieron cinco libros), pensar en su familia, mirar al cielo, estar tumbado y "caminar, caminar y caminar". Pasó un mes en solitario con los guerrilleros, a quienes no guarda rencor porque "es gente que está allí por experiencias propias que les ha tocado sufrir", aunque echó en falta que fuesen más adultos. "No les voy a justificar, pero les respeto. A mí me hubiera gustado otra cosa, pero es lo que hay". De su estancia en Colombia, "Locombia", según él, le queda un sabor agridulce porque allí conoció a "gente hospitalaria y agradable, que vive alegre".
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