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Crónica:FÚTBOL | Liga de Campeones
Crónica
Texto informativo con interpretación

El Madrid baja los humos al Marsella

Beckham, autor de un gran gol, fue el protagonista de un partido que el equipo blanco resolvió con enorme eficacia

Santiago Segurola

Hay partidos que parecen una cosa, pero son otra muy diferente. Este del Velódromo fue uno de ellos. Detrás del ruido de una hinchada bulliciosa y de un rival que gastó un altísimo nivel de energía en buscar tobillos ajenos, el Madrid tuvo un encuentro bastante sencillo al que aplicó el trámite administrativo: dispuso del balón en cantidades industriales y lo manejó con seguridad, en plan tranquilo, en el convencimiento de que llegaría alguna oportunidad. Llegaron dos y no se habló más. Beckham recordó que es un maestro de los tiros libres, enchufó la pelota en la escuadra y el Madrid siguió dándole palique al balón. Resulta que toda la cara de velocidad que puso el Olímpico, no le había servido para nada. Su agresiva fachada no lograba ocultar su temor al Madrid. Tuvo que esperar al segundo tiempo para meterse en el partido. Lo hizo sin juego, porque de fútbol anda escaso, pero con cierta decisión para atacar. Tampoco fue suficiente. Ronaldo apareció en un centro de Raúl y acabó con cualquier debate.

O. MARSELLA 1 - REAL MADRID 2

O. Marsella: Runje; Meite, Van Buyten, Christanval, Ecker; Celestini, Hemdani, Meriem, Vachousek (Sytchev, m. 71); Drogba y Mido (Fernandao, m. 84).

Real Madrid: Casillas, Míchel Salgado, Helguera, Raúl Bravo, Roberto Carlos (Solari, m. 84); Cambiasso, Beckham; Figo, Zidane (Guti, m. 86), Raúl; y Ronaldo (Rubén, m. 94).

Goles: 0-1. M. 35. Beckham, de falta directa unos metros por detrás de la frontal del área.

1-1. M. 61. Mido, de cabeza.

1-2. M. 72. Ronaldo, a placer, a pase de Raúl.

Árbitro: Anders Frisk (Suecia). Amonestó a Vachousek, Raúl y Beckham.

Unos 60.000 espectadores en el Velódromo de Marsella.

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Al Celta le puede la vulgaridad

Atrás han quedado los días en que el Olímpico era una potencia del fútbol europeo, el equipo de Cantona, de Deschamps, de Papin, de Desailly, de Chris Waddle. Este Olímpico no tiene jugadores, ni una personalidad definida. Es cierto que alguno de sus futbolistas -Drogba y Mido, por citar a los más relevantes- tienen algunas cualidades. Drogba es rápido y poderoso. Parece además que tiene gol. Mido viene del Ajax, donde alcanzó fama como promesa. Es fuerte y tiene clase. Cabeza no tiene: el típico futbolista conflictivo. Estos dos jugadores pasan desapercibidos en su equipo porque el Olímpico tiene la facultad de desdibujar a su gente. No se sabe a qué juega. El medio campo es un erial de talento y los defensas son discretos en el mejor de los casos. Dice mucho que Christanval, una mediocridad de central, sea el capitán del equipo dos años después de fracasar en el Barça.

El Olímpico necesitaba algo más que aspereza para inquietar al Madrid. Necesitaba un media punta al uso, alguien creativo, capaz de generar problemas alrededor de Beckham y Cambiasso, que tuvieron un partido comodísimo. No tuvieron que vaciarse defensivamente y manejaron el juego con autoridad, especialmente en el primer tiempo. No pasó nada en la primera parte porque el Madrid no encontró respuesta a su pulcro fútbol, establecido a partir de una larga sucesión de pases de seguridad. Como en el juego corto son unos maestros, los jugadores del Madrid se dieron al vicio sin ninguna oposición. El partido le fue tan bien que no requirió de Zidane, al menos de su mejor versión. Regresó a su ciudad en medio de una enorme expectación, pero el Velódromo asistió a una actuación irrelevante del astro francés. La hinchada marsellesa, que no había estado particularmente amable con Zidane, le guardó una respetuosa ovación cuando fue sustituido por Guti.

El hombre del partido fue Beckham, que sigue en estado de euforia. Ahora mismo es una pila de energía. Su actividad fue incesante. Con la pelota estuvo irreprochable y sin ella, también. Acudió siempre en ayuda de sus defensas, se permitió un par de refriegas que le vinieron muy bien al Madrid y terminó por entusiasmarse con el gol. Las refriegas se produjeron en el intempestivo arranque del Olímpico. Ecker, por ejemplo, le dio con todo a Figo. El asunto llegó a tener mala pinta, pero no fue a mayores. El partido siguió sin otras noticias que el sencillo trajín del Madrid con la pelota y el gol de Beckham.

El Olímpico fue verdaderamente visceral en la segunda parte. El fútbol se enredó y eso significó problemas para el Madrid. Perdió el balón, que es su garantía de vida, y se vio obligado a hacer más esfuerzos defensivos de lo que le gusta. El Olímpico no tiró cohetes, pero al menos consiguió poner la pelota en el área de Casillas con alguna regularidad. Comenzó a verse a un Madrid sufriente, con sus defensas a cuatro metros del portero. El tanto de Mido no añadió demasiada incertidumbre, sin embargo. El Madrid contestó inmediatamente, con la eficacia de los equipos que han visto mucho en Europa. Fue una buena jugada que arrancó de su propia área. El balón llegó finalmente a Raúl, que progresó hasta la línea de fondo y tiró el centro, desviado con mucha astucia por Ronaldo. El brasileño acababa de fallar un cómodo cabezazo. Dos fallos le resultan excesivos. Marcó y dio la victoria al Madrid. Por el camino, no faltó el acostumbrado milagro de Casillas, imperial en una estirada que abortó el remate de Drogba. Parecía el empate, pero Casillas es un maestro de lo imposible.

Zidane felicita a Beckham tras el gol del inglés.
Zidane felicita a Beckham tras el gol del inglés.EFE
Zidane se lleva la pelota ante Meite.
Zidane se lleva la pelota ante Meite.REUTERS

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