Un hombre, una misión
Superados sus problemas de rodilla, que le llevaron a una silla de ruedas, Mark Philippoussis vuelve a ser él mismo
El australiano Pat Cash, ex campeón de Wimbledon y ex entrenador del actual número uno de su país, aportó un dato revelador en un artículo publicado en el diario Sunday Times el pasado julio. "Creo que las campanas de alarma en la situación económica de [Mark] Philippoussis estaban sonando ya con insistencia en los últimos meses y que la necesidad urgente de dinero fue lo que le obligó de nuevo a ponerse las pilas". La mayor parte de las extravagancias que el tenista aussie se había regalado en los últimos años habían ido desapareciendo de su inventario: ya no tiene un coche Ferrari, un Maseratti, un Lamborghini y una moto Harley-Davidson, ni tampoco la colección de casas por valor de tres millones de libras que había ido comprando.
Ya no tiene un Ferrari, un Maseratti, un Lamborghini y una Harley-Davidson, ni una colección de casas
En la espalda lleva grabada una imagen de Carlomagno y nunca ha renunciado a las raíces griegas de su padre
Puede que fuera este aspecto, inédito hasta ahora, el que le propulsara de nuevo hacia una recuperación que parecía imposible. O puede que fuera simplemente un valor añadido a la lucha interior que el subcampeón del Open de Estados Unidos de 1998 ha mantenido para poder seguir jugando tras haber quedado incluso postrado en una silla de ruedas dos meses y medio en 2001 luego de su tercera operación en la rodilla izquierda.
La cuestión es que Philippoussis lo ha superado todo -hasta la desesperación de haber visto a su padre luchar contra un cáncer, al que derrotó- para acabar coronando su carrera profesional con el título de Wimbledon y disputar ahora la final de la Copa Davis ante sus compatriotas.
Su vida nunca fue un camino de rosas. A los 15 años ganó ya los títulos júniors de dobles en los torneos de Australia y Wimbledon. Entonces le pidieron a Cash que peloteara con él. "Lo primero que descubrí", recuerda el campeón de Wimbledon en 1987, "fue la tremenda potencia que desplegaba con el saque. Lo segundo, que su padre, Nick, no paraba de increparle en griego y que se movía constantemente por la pista durante los peloteos". Después, a los 20 años, inició una relación con la rusa Anna Kurnikova, que le exigía que la telefoneara cinco o seis veces al día "para decirle lo bonita que era", explica Cash. Y, cuando comenzó a despegar en el profesionalismo, en 1998, Philippoussis vivió un duro momento al separarse sus padres y conocer la afección de cáncer de su progenitor.
En septiembre de aquel año jugó la final del Open de Estados Unidos bajo una tensión inhumana porque se sintió engañado por los capitanes de la Copa Davis de su país, Tony Roche y John Newcombe, doble legendario de los 60. Entendió que ayudaron a su paisano Patrick Rafter. No consiguió recuperar la tranquilidad necesaria para desplegar todo su potencial y acabó perdiendo.
Allí comenzó su guerra contra la federación australiana, que culminó en 2000, cuando, tras haber sido el héroe en la final ganada en Niza a Francia, se negó a volver al equipo. La crisis se agudizó tanto por la presión mediática que optó por desplazar su domicilio a Florida (Estados Unidos).
Sin embargo, la mayor tragedia de su carrera comenzó en 1999 con los problemas en su rodilla izquierda, que le mantuvieron parado muchos meses en los últimos tres años, le dejaron sentado en una silla de ruedas y le mantienen todavía pendiente de ser inyectado con un injerto de tendón cada seis meses.
En Wimbledon, Philippoussis saltó siempre a la pista con un esparadrapo en los dedos de su mano derecha y escribió en ellos dos palabras: andros (hombre) y photia (misión). Es sabido que en la espalda lleva grabada una imagen de Carlomagno. También, que habló griego en su infancia y que nunca ha renunciado a esas raíces que le aporta su padre. Y es un hombre de creencias profundas, muy introvertido y al que le gusta la vida.
Puede que las necesidades económicas fueran su espoleta. Pero en su cabeza pesa más, seguro, que, tras ser campeón de Wimbledon, su nueva misión es devolver la Copa Davis a los australianos.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.