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Reportaje:

Barras oxidadas

La etiqueta electrónica permitirá calcular el precio de la compra sin la intervención humana

El código de barras está condenado a la extinción. Empresas japonesas, estadounidenses y alemanas desarrollan un estándar de etiqueta electrónica que permitirá pagar en el supermercado sin pasar por ningún cajero. El chip que se pondrá en los productos es similar al de las tarjetas bancarias y de prepago, dispone de una miniantena y su capacidad de información pulveriza la del actual sistema. La llegada de esta novedad depende todavía de la adopción de un estándar universal y reducir el coste del chip a la quinta parte.

La lectura podrá realizarse a cinco metros y su aplicación se extenderá a sectores como la medicina o la seguridad
El 'chip' cuesta entre cinco y diez veces más que el código de barras, pero alberga mucha más información

Las colas en las cajas de las grandes superficies, una de las pesadillas más habituales de los ciudadanos, tienen sus días contados. La desaparición de los actuales códigos de barras abrirá paso, en un futuro cercano, a las etiquetas inteligentes. Estos chips electrónicos permitirán no sólo el cálculo automático del precio del carrito sin necesidad de sacar los productos, sino múltiples aplicaciones positivas para el consumidor y las cadenas de distribución.

Los japoneses lo tienen muy claro. Unas 170 empresas han hecho frente común en la fabricación de un estándar de la etiqueta electrónica y han anunciado que, en el año 2010, esta innovación tecnológica supondrá un mercado de 230.000 millones de euros.

Un chip de un grosor inferior al milímetro y dotado de una capacidad de memoria de 128 bits va a suponer una extraordinaria revolución no sólo en el mundo de la distribución. La capacidad de información que alberga resulta 90 veces menor que la de un disquete de ordenador de los de toda la vida, pero es enormemente más potente que el actual código de barras, capaz sólo de proporcionar datos sobre el país, el precio del artículo y un tercer dato.

El sistema de lectura de tarjetas inteligentes requiere la existencia de un chip que guarda la información del producto o las aplicaciones que se desea activar cuando sale del expositor, una antena de aluminio (se desechó el cobre en su día) y una fuente de energía. Los lectores pueden recibir la información del chip incluso a cuatro o cinco metros de distancia. En el caso de los supermercados, el procedimiento de la transmisión de datos a la caja obligaba a la existencia de una clara línea visual para obtener la información, una necesidad que el nuevo sistema elimina.

Costes elevados

La implantación masiva de las etiquetas inteligentes depende todavía de la resolución de dos aspectos fundamentales, la adopción de un estándar único por parte de todas las compañías que las fabriquen y el abaratamiento de su coste. Empresas alemanas, estadounidenses y japonesas se encuentran a la vanguardia en desarrollos relacionados con las tarjetas inteligentes, pero el coste de éstas, de momento, es de cinco a diez veces mayor que el de los tradicionales códigos de barras.

A partir de la implantación de la nueva tecnología, las empresas tendrán que decidir cómo aplican las ventajas que proporcionará para sus balances este avance: podrán reducir plantilla o dedicarla al trato directo con el cliente en tienda. La banca aplicó hace pocos años esta estrategia, cuando los procesos informáticos automatizados liberaron trabajadores de las áreas administrativas de las entidades y permitieron reconvertir a éstos empleados a la venta directa de productos.

Para los hipermercados, el uso de tarjetas inteligentes ofrece también la ventaja de que permite leer el precio de varios artículos a la vez. El chip con antena se ha utilizado ya en procedimientos de inventario en grandes almacenes, o en el seguimiento de los enormes contenedores que se cargan en los barcos. Su aplicación podrá extenderse a ámbitos como los hospitales, la seguridad y el control de accesos, el control de maletas o documentación, procesos industriales y control de calidad.

Los sistemas de identificación por radiofrecuencia nacieron en la Segunda Guerra Mundial, por la necesidad de la Royal Air Force (RAF), el arma aérea británica, de distinguir entre sus propios aviones y los del enemigo en los bombardeos nocturnos. A finales de los años setenta comenzó su aplicación en Europa sobre el ganado. Más tarde se utilizó en el tráfico ferroviario, al constituir un sistema resistente tanto a las condiciones climáticas como a la luz del sol y que permitía la lectura de la información sobre los convoyes a mayor distancia.

La última edición del Salón Internacional de Informática, Multimedia y Comunicaciones (SIMO) ha puesto de manifiesto que este tipo de tecnología permite a un usuario tareas tan impensables como preparar la compra para una cena sin necesidad de pensar, sino con un simple ordenador que le dice, como un amigo, qué productos tiene que coger en el supermercado.

En el futuro, cuando el cliente saque un cartón de leche de un estante, el chip le informará sobre su fecha de caducidad y mandará una señal al departamento de suministro para reponer ese cartón. Y cuando se deje en el carrito, anotará de inmediato su coste en la hoja de cuenta, al tiempo que podrá llamar al banco para su pago.

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