Difícil cohabitación entre el alcalde y la presidenta
"Alberto, todo lo que digas va a ser mal interpretado", esgrimió la jefa del Ejecutivo regional
No le dejó hablar. Ayer, Esperanza Aguirre tomó posesión del cargo de presidenta de la Comunidad de Madrid e impidió a Alberto Ruiz-Gallardón, también del Partido Popular, el uso de la palabra como presidente saliente. En el anterior traspaso de poder, en 1995, cuando Joaquín Leguina pasó el testigo a Gallardón, ambos pronunciaron discursos. Según fuentes cercanas al alcalde, la ya presidenta le pidió que no le robara protagonismo durante su toma de posesión. Llegaron a un acuerdo para que Gallardón limitara su discurso. Al final, el pacto se rompió.
Miércoles 19 de noviembre. 21.30. Suena el teléfono móvil del alcalde de Madrid y presidente regional en funciones, Alberto Ruiz-Gallardón. Al otro lado de la línea habla Esperanza Aguirre, que unas horas antes ha pronunciado su discurso de investidura en la Asamblea de Madrid. La aún candidata pide a Ruiz-Gallardón que no pronuncie ningún discurso en el acto de toma de posesión, que va a celebrarse 48 horas después. Que no le robe protagonismo en lo que ella ha calificado como "su día". Después de un tira y afloja llegan a un acuerdo: Ruiz-Gallardón hablará, pero limitará al máximo sus palabras.
Jueves 20 de noviembre. En un momento indeterminado de la segunda sesión del debate de investidura, el pacto se rompe. Aguirre reitera a Ruiz-Gallardón su voluntad de tener para sí todo el protagonismo del acto del día siguiente. Aun así, el presidente en funciones prepara su discurso de despedida.
Ésta es la secuencia de hechos que narran fuentes cercanas al alcalde. Finalmente, ayer, Ruiz-Gallardón no pudo pronunciar una palabra durante el primer acto institucional de Esperanza Aguirre como presidenta de la Comunidad. Tuvo que quedarse sentado, escuchando a su sucesora.
Aguirre contó ayer dos versiones distintas. Por la mañana, preguntada por este periódico, negó que hubiera pedido nada a Ruiz-Gallardón, y aseguró que fue el propio alcalde quien la llamó para decirle que "no quería hablar", porque ayer era un día muy especial para la presidenta y merecía todo el protagonismo. Pero, a última hora de la tarde, Aguirre admitió que, el pasado miércoles, ella llamó al presidente en funciones y le pidió que no hablara en el acto "para que sus palabras no fueran malinterpretadas", ya que los periodistas "le sacarían punta a todo". Llegaron al acuerdo de que hablara, aunque fuera poco. "Después", siguió Aguirre, "fue Ruiz-Gallardón quien, durante el pleno de investidura del jueves, se me acercó para decirme que había decidido no hacer ningún discurso".
En el programa del acto distribuido ayer estaba prevista la intervención del presidente saliente a las 12.20, justo antes del discurso de Aguirre.
"Absolutamente normal"
El alcalde, asediado por los periodistas al terminar el discurso de la presidenta, se limitó a decir que "cada uno establece el protocolo en el que se siente más cómodo", y aseguró que le parecía "tan absolutamente normal" el protocolo de este acto como el que se hizo en 1995, cuando tanto Joaquín Leguina, que se despedía del cargo, como él mismo tomaron la palabra.
A pesar de esas palabras conciliadoras, la tensión se podía tocar ayer con los dedos en el patio de la Real Casa de Correos. Ruiz-Gallardón pasó toda la mañana con los ojos húmedos, y Esperanza Aguirre leyó entre lágrimas gran parte de su discurso, por razones diferentes. Unas palabras en las que la presidenta -pese al distanciamiento con su compañero de partido- elogió su labor y le lanzó un guiño de "amistad fraternal": se comprometió a bautizar con el nombre de Alberto Ruiz-Gallardón, reconocido melómano, el auditorio que la Comunidad de Madrid construye en San Lorenzo de El Escorial. Ruiz-Gallardón tuvo el mismo gesto con Leguina: la biblioteca regional lleva su nombre. Un gesto más en un acto plagado de metáforas de lo que será la cohabitación de Aguirre y Ruiz-Gallardón al frente de las administraciones local y regional en Madrid.
Lágrimas y brindis
Cuando la presidenta Esperanza Aguirre dijo su último "gracias a todos" y dejó la tribuna entre aplausos, la mitad del auditorio citado en la Real Casa de Correos, sede del Gobierno regional, estaba ya llorando. Unos de emoción, contagiados por las lágrimas de la propia Aguirre, que leyó medio discurso con la voz quebrada y mirando a su también lloroso esposo y a sus dos hijos. Otros, los más cercanos al presidente saliente, Alberto Ruiz-Gallardón, con lágrimas de indignada tristeza.
A Ruiz-Gallardón le habían negado la oportunidad de despedirse de la que ha sido su casa durante ocho años. Muchos de los presentes lo sabían, y otros lo fueron sabiendo a lo largo de la mañana, porque la "puñalada" de Aguirre a su antecesor fue el motivo central de conversación. La Casa de Correos se dividió: en un lado se brindaba a la salud de la presidenta; en el otro, el ambiente era más de funeral que de celebración: desde el propio Ruiz-Gallardón hasta su mayordomo, pasando por los miembros de su gabinete y varios de sus ex consejeros y hoy concejales, todos tenían la pena en los ojos. "Las despedidas siempre son emocionantes", decía la concejal de Las Artes, Alicia Moreno. "Esto ha sido muy feo, muy injusto, una puñalada por la espalda", matizaban otros.
El alcalde abandonó el edificio después de dejarse fotografiar con Aguirre precipitadamente y acompañado por sus colaboradores, que le hicieron un paseíllo hasta la calle y le despidieron con aplausos. En el despacho del ya ex presidente quedaban, sobre la mesa, dos regalos para la recién llegada: un ejemplar de la Constitución con el reglamento de la Asamblea y una antología de poemas de Luis Cernuda, el poeta que cantó al olvido.
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