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Crítica:DANZA | 'The cost of living'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Oscuras referencias

El festival madrileño ha cerrado su oferta con un espectáculo de 2000 que llega aquí precedido de éxito y de elogiosas críticas. Pero parece que hoy día tres años son mucho tiempo; quizás demasiado. The cost of living quiere ser una obra coral, prismática, y se queda en la miscelánea. Es, en resumen, un conjunto de viñetas, algunas más fuertes y conseguidas que otras, donde se habla obsesivamente sobre las apariencias y las múltiples segregaciones de que somos capaces en la sociedad contemporánea.

Es una obra sobre el desamor en toda su crudeza. Cuando hay erotismo, es despiadado y áspero; cuando hay humor, es ácido e irónico; cuando quiere transmitir una rara ternura, el resultado es solamente estupor y desasosiego.

DV8 Physical Theatre

The cost of living (El coste de la vida). Dirección: Lloyd Newson. Luces: Jack Thompson. Sonido y collage musical: Paul Charlier. Vídeo: Oliver Manzi. Festival de Otoño. Teatro de Madrid, 20 de noviembre.

Una brillante escenografía sugerida por el propio Newson tiene un enorme peso en el efectivo resultado. Es un espacio cerrado y abierto a la vez que funciona como caja mágica, lo que aporta un cierto deje surrealista.

Y no es sólo eso: toda la obra es una inteligente acumulación de referencias que van desde lo felliniano a lo goyesco, desde la Pina Bausch de hace muchos años a Jan Fabre, con curiosos excesos verbales y gestuales que no son nuevos en la danza-teatro actual.

Pero esta obra debe mucho también a la célebre bailarina británica discapacitada Celeste Dandeker (ella, aun después de estar en una silla de ruedas, grabó su propio drama en un vídeo memorable, The wall), que, sin ser la primera, fue una de las pioneras en llevar al impedido al terreno del baile contemporáneo. También lo hizo Philippe Decouflé, aunque a su bailarín sólo le faltaba una pierna y al de Newson le faltan las dos.

Es chocante y conmovedor, y en cierto sentido domina el espectáculo la presencia de este hombre sin piernas. Hasta en un momento dado los otros bailarines le imitan. Y al final hay un dúo de un hombre con una pistola. Se la mete en la boca y se dispara. Se cierra así un ciclo que había comenzado igual de mal y donde los artistas, uno a uno, en calzoncillos (la prenda preferida del coreógrafo) y bragas rojas, habían confesado antes su edad, sus vicios, sus planes. Nada de héroes, nada de futuro. Y al público le gustó y les coreó en pie.

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