Carod y el asno de Buridan
Los gobiernos de concentración nacional anulan los parlamentos porque no queda nadie, o casi nadie, para ejercer el papel de oposición tan necesario para el funcionamiento de la democracia. Un gobierno de unidad nacional sólo está justificado ante situaciones excepcionales, como las transiciones democráticas o la defensa misma de la democracia. La realidad política de hoy no es ésta. Vivimos tiempos difíciles para la calidad de la democracia, pero no para su pervivencia como sistema de gobierno.
Cuando se confunde interesadamente por parte de uno o más partidos, la atracción irresistible del poder con el programa de gobierno que conviene al país sí que aparece un problema grave para la calidad de la democracia. ¿El gobierno que necesita hoy Cataluña es un gobierno de concentración nacional? No lo veo así. Pero quizá la pregunta se entiende mejor si se plantea del siguiente modo: ¿Un gobierno de concentración nacional es la lógica consecuencia de los resultados electorales o bien de la ambición de varios partidos por estar en el gobierno casi a cualquier precio? Es tanta la importancia que se da al próximo gobierno de la Generalitat en la actual coyuntura, que no me imagino ni a CiU ni al PSC considerando la probabilidad de quedarse en la oposición. ERC lo sabe, y por esto plantea un juego de preferencias que empieza con la propuesta de gobierno abierta a todos los partidos excepto el PP.
ERC no quiere caer en el dilema del asno de Buridan e intenta conciliar lo teóricamente incompatible
Cierto es que los resultados electorales son de "empate político" y, por tanto, son igualmente legítimos un gobierno encabezado por Artur Mas u otro alternativo por Pasqual Maragall. Lo que no tiene ningún sentido democrático (otra cosa es la ambición de poder) es un gobierno compartido de CiU y el PSC cuando llevan dos años de campaña presentándose como opciones alternativas. Más absurda es todavía la posibilidad de esta conjunción CiU-PSC por la vía de los intereses partidistas de ERC. Como ERC no quiere caer en el dilema del asno de Buridan intenta resolverlo mediante la conciliación de lo teóricamente incompatible. Un gobierno tripartito de estas características es literalmente lo contrario de todo lo que se ha dicho durante la campaña. Y ERC no debería olvidar la posibilidad de quedarse fuera del gobierno si sus esfuerzos por casar a CiU y el PSC tienen tanto éxito que no hay necesidad del promotor de la idea.
En cualquier caso, este no es el camino del prestigio de la institución parlamentaria, a la que corresponde la elección del presidente de la Generalitat. Al parlamento lo que es del parlamento y al gobierno lo que es del gobierno. Particularmente, no simpatizo con un gobierno nacionalista CiU-ERC, y creo que los votantes han decidido por mayoría más calificada un gobierno nacional y plural de las izquierdas. Los datos son concluyentes si se suman los diputados de una u otra opción alternativa. Pero las dos opciones son legítimas y ERC tiene la llave. Puede y debe decidir, que en esto consiste la vida de los adultos y la madurez de los demócratas.
La calidad de la democracia en las relaciones gobierno-parlamento implica unas mayorías políticas fundadas en los programas y concepciones de gobierno alternativas, y no en la confusión programática. Por esto hay elecciones, no sólo para decidir quién gobierna, sino para escoger entre distintas maneras de gobernar. Si al final lo que importa es participar en la división del pastel de cargos, los electores tienen sobrados motivos para desconfiar de los políticos y para no votar más.
No vale el argumento de justificar el gobierno de concentración nacional a partir de que cuatro de las cinco opciones con representación parlamentaria están por la reforma del Estatuto. Esto afecta algunos sectores de su propio partido- para los que la política basura es su caldo de cultivo y su medio de vida, un escenario gremial en el que competir por el poder y a las bases de la autonomía y no a la formación de un gobierno. Es indudable que una reforma del Estatut exigirá el acuerdo más amplio posible de las fuerzas políticas catalanas. Es natural porque regula las reglas del juego democrático en el ejercicio de la autonomía política y afecta a las legítimas aspiraciones de la nación catalana y a su derecho al autogobierno. Una cosa es definir el marco dentro del cual se gobierna y otra muy distinta poner color al cuadro.
Si todos los partidos quieren participar en esta segunda función de pintar el cuadro no me cabe la menor duda de que será muy difícil conseguir una obra de arte. Además, no quedará un solo crítico en el parlamento para poder evaluarla. Como todos la habrán pintado, su calidad será excelente, maravillosa. Y la política como arte decaerá a la triste condición del compadreo.
Miquel Caminal es profesor de Ciencia Política de la Universidad de Barcelona
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