Pura mecánica
En arte no siempre dos y dos son cuatro, y hasta a veces la suma de los factores da un producto indiferente. Se dispone de buenos elementos, se planifican las cosas, se cuida la realización y el resultado no conmueve un ápice ni siquiera cuando se piensa, como dicen los científicos, en la hermosura de la matemática. La culpa no es del arte, sino del artista, esta vez el ruso Semyon Bychkov (San Petersburgo, 1952), de carrera tan brillante como irregular en sus resultados y hoy un más que estimable director de ópera. La orquesta de la que es titular, la Sinfónica de la Radio de Colonia, es una muy aseada formación, de notable calidad general, bien empastada y luciendo un sonido redondo y flexible. Uno de los antecesores de Bychkov en el cargo fue el israelí Gary Bertini, mahleriano emérito que seguramente es responsable del evidente dominio de sus profesores de un lenguaje no fácil, muy exigente física y mentalmente.
Sinfónica de la Radio de Colonia
Semyon Bychkov, director. Coro de la Radio de Colonia. Escolanía Nuestra Señora del Recuerdo. Bernarda Fink, mezzosoprano. Mahler: Sinfonía nº 3. Auditorio Nacional. Madrid, 18 de noviembre.
Pues bien, Bychkov -que se ha hecho, todo hay que decirlo, un maestro dominador y seguro y que posee buen gesto- construyó con tales mimbres una Tercera en la que no hubo otro anhelo sino el de que todo estuviera en su sitio, que las cosas sonaran como es debido y que nada, absolutamente nada, se perdiera por el camino. Misión cumplida y con sobresaliente.
El problema es que con tan buenas intenciones el que no acabó de aparecer fue Gustav Mahler. Sólo lo hizo, y de cuerpo entero, en el cuarto movimiento, en el que la maravillosa Bernarda Fink dijo su lied con una expresividad y un estilo que hubieran merecido un contexto más inspirado -los coros no hicieron nada del otro mundo-. En el segundo se le vio levemente, y asomó la cabeza con cierta curiosidad en el inicio del final para acabar desapareciendo según avanzaba, implacable y sin espíritu, la pura mecánica a eso de la medianoche. Ni siquiera el componente judío de su estilo, la llamada de esa calle que tanto le atraía, se hizo carne con un director de la misma procedencia, duro mantenedor de unas bridas que controlaron cualquier abundancia del corazón.
Mahler no escribió esta música para que nos dejara indiferentes, no hizo despertar a la naturaleza ni abrió su alma entre la inocencia y el dolor para que viéramos con cuánta pericia manejaba la orquesta o cómo volaba de la expansión a la interioridad. La respuesta de Bychkov a tal entrega ha sido una lección de análisis. Ni un átomo de emoción.
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