Un plan torpe y perdedor
Una previa: Eduardo Zaplana, a mi juicio y al de muchos, incluida la mayoría electoral, ha sido el político más sagaz, ambicioso y resolutivo de cuantos han pasado por la Generalitat. Sus críticos, y con fundamento, podrán objetar no pocas de sus iniciativas y procedimientos, pero los hechos son tozudos y no cabe duda de que su tránsito por el Gobierno autonómico sacudió viejos sopores colectivos y ahormó un partido -el suyo- unido, leal y muy pagado de sí mismo. El corolario de su gestión personal fue el salto prodigioso a Madrid y la estela de líder indiscutible que dejaba por estos pagos. Un capital que bien administrado le garantizaba el halo vitalicio de referente, vigía y hasta de primus inter pares.
Pero obnubilado por sus capacidades y don de ubicuidad ha creído factible sentar plaza a la vera de La Moncloa y, todo al tiempo, convertir el País Valenciano en un cortijo dócil e hibernado en el que no se moviese una hoja sin su licencia. En cierto modo, aunque a mayor escala, es la reproducción del síndrome del socialista Ciprià Ciscar, que quiso gobernar Blanquerías -sede del PSPV- sin dejar la poltrona ejecutiva de la madrileña calle Ferraz. Ahora, por cierto, penitencia en el ostracismo. En fin, que tanto uno como otro cometieron el mismo error: desorbitar su carisma y acentuar nuestra invalidez periférica. Resulta alentador que la criada les haya salido respondona.
Ahora, estos días, y contra lo que cabía pronosticar, han aflorado las hostilidades latentes en el seno dirigente de la familia popular valenciana. Ha bastado que el consejero Rafael Blasco postulase que el presidente del Consell lo fuese también del partido, para que la facción zaplanista se alzase airada contra tamaña villanía. Los parciales del portavoz del Gobierno y su contingente mediático han colegido que el trámite es una maniobra perversa para, neutralizando a su valedor, alejarlos de los cargos y sumirlos en el desempleo. Y es probable que no les falte razón, pues con tal tropa será muy difícil que el Molt Honorable y su equipo puedan desarrollar su proyecto político.
La escisión, pues, es innegable y se tiene la impresión de que algunos cualificados heraldos del zaplanismo están muy interesados en ahondarla mediante exhortaciones y andanadas desde las troneras periodísticas y corporativas a su alcance. La otra parte calla, entendemos que cautamente, confiada en que el tiempo juega a su favor y el descrédito se le endosa al frente hostil, ya que, en última instancia, hasta los criterios neutrales y apartidarios se inclinarán por la autonomía de las instituciones valencianas y de sus titulares, y en contra de las tutelas foráneas. Una dimensión del conflicto, ésta, que el ministro y portavoz del Gobierno ha soslayado, bien por ligereza, bien por exceso de confianza en su predicamento personal o bravura de sus huestes indígenas.
No viene a cuento indagar quién lanzó la primera piedra y quebró la tersa paz del partido. Pero está claro que quien pudo impedirlo o ponerle sordina, por su incontestada autoridad jerárquica y moral, no ha querido apaciguar las olas, sino más bien agitarlas. Acaso responda a un plan inescrutable que, faltos de otras referencias, se nos antoja torpe, por perdedor.
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