Predicando el evangelio
En un mundo ideal, Aznar no sólo recibiría al Dalai Lama, sino que ambos meditarían juntos, en posición de loto. Sonarían campanitas: cling-clang, cling-clang. Álvarez-Cascos, retirado de la política, regentaría una piscifactoría en Asturias.
En ese mundo la historia de Alfredo Lorenzo no tendría mayor interés.
Pero vivimos en un mundo cruel, amigas y amigos, y por eso les voy a contar cómo un economista con una próspera empresa familiar dedicada a la venta de textiles, con local propio en el populoso barrio de Sants, prefirió dedicar su vida a predicar el evangelio de la música brasileña.
Estudiaba arquitectura y escuchaba Radio Juventud. Ya estaba empezando a hartarse de tanto pop y rock anglosajón. Un día emitieron un especial sobre Brasil y algo -¡flas!- se encendió en su interior.
Lorenzo escucha lo que se edita en Brasil y nos preserva de horteradas y pachangas. Y de la mala música 'brasilera', que también hay
La revelación se produjo durante un tema de Vinicius de Morães, Toquinho y Maria Creuza. "Era una música cálida, natural, intimista, sofisticada, rica en ritmo, melodía y armonía: no se le podía pedir más a una canción. Era como susurrarle cosas al oído a tu chica".
Corrió a la tienda de Discos Castelló de la calle dels Tallers, que funcionaba en un portal, y se agenció todo lo que tenían. Se volvió loco. No lo supone el cronista, lo afirma el afectado. "Me volví loco, recorrí todas las tiendas, incluyendo las de segunda mano, buscando más material".
Era el final de la década de 1970 y no había gran cosa editada. Su padre viajaba a París para ver las colecciones de telas y aceptó llevarlo consigo. "Hay un tema de Vinicius en el que va nombrando a sus amigos y colaboradores. Yo tomé nota de esos nombres, suponiendo que todos habrían grabado un disco, y me fui a París con la lista. Conseguí uno de Caetano y otro de Cartola, el viejo sambista".
Cursó cuatro años de arquitectura y abandonó. ¿Para hacer el vago y hartarse de vino? No, amigas y amigos, para estudiar Ciencias Económicas, carrera que finalizó sin contratiempos. Por entonces se involucró en la tienda de tejidos, pero el bichito ya le había picado y el magma sagrado iba fermentando.
Otra vez la radio tuvo un papel clave en lo que respecta a la vocación de nuestro cruzado. "Había -y todavía hay- un programa de Carlos Galilea en Radio 3 llamado Cuando los elefantes sueñan con la música. Lo emitían los sábados y los domingos de 8 a 9 de la mañana. Yo ponía el despertador para escucharlo y grabarlo, sin faltar un día. También oía Trópico utópico, presentado por Rodolfo Poveda, en la misma radio. Me puse en contacto con ellos y confirmé lo que sabía por experiencia propia: la mayoría de esos increíbles discos brasileros no estaban editados en España, era muy difícil conseguirlos. Eso me dio una idea".
Le pidió un préstamo a su padre y se lanzó a importar y distribuir música brasilera. ¿Por todo lo alto, fumando un habano, con dos mulatas en el jacuzzi?
No, amigas y amigos, desde abajo, con la humildad y el tesón de una hormiga. Haciendo paquetes, acarreando discos, repartiendo octavillas en los conciertos.
Así nació Tangará, en una habitación de la casa de Alfredo. Hoy es -probablemente- la empresa más importante del mundo en su campo. No lo afirma el cronista, ni tampoco, por supuesto, nuestro apóstol. Lo dicen la prensa de Brasil, los especialistas, los más destacados artistas brasileros y los iniciados al culto que le piden discos desde cualquier rincón del mundo.
Al parecer, Dios premia a los que prefieren ser antes que tener, a los que eligen propagar la voz celestial que les ha sido revelada: Alfredo conoció a su bella novia Ignacia, abogada y entusiasta radical de los sonidos brasileros, cuando ella recogió del suelo una de esas octavillas y llamó a Tangará para comprar discos. Batucada por aquí, berimbau por allá, una cosa trae la otra: cling-clang, cling-clang.
Para entender la dimensión de Tangará hay que tener en cuenta lo descomunal que es el universo musical de Brasil. Si sólo fuera por Caetano Veloso, Antonio Carlos Jobim, João Gilberto, Chico Buarque, Gilberto Gil y el carnaval de Río no tendría sentido la misión evangelizadora de Alfredo. El catálogo de Tangará tiene miles de referencias. Además de la samba, la bossa nova y los cantautores consagrados hay docenas de otros palos, estilos y tendencias.
Pero Alfredo va todavía un poco más allá: escucha todo lo que se edita y nos preserva de las horteradas, de la pachanga cutre, de las vulgaridades romanticoides, de las baratijas turísticas, de Operação Triunfinho. De la mala música brasilera, que también hay. "Procuro que esa criba no sea una censura", aclara -innecesariamente- nuestro santo varón.
Buen trabajo, Fred.
El tangará es un pajarillo de aquellas tierras, con un canto sorprendendentemente elaborado que recuerda a un flautista de la especie humana. Alfredo le puso su nombre a la empresa y al cronista le llama mucho la atención ese hecho: alguien cuya meta principal fuera enriquecerse, amigas y amigos, nunca bautizaría a su empresa con un sinónimo -en argot- de estafará.
Tangará vibra en otra frecuencia de onda, es una melodía, es el emisario de un planeta que late al ritmo de los sueños: cling-clang, cling-clang.
El que acuda a Alfredo Lorenzo para iniciarse o para alimentar su amor por la música brasilera, que tenga por seguro que no será tangado. Teléfono: 93 405 39 79.
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