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Reportaje:LA POSGUERRA DE IRAK

La pesadilla del preso Nabil

Un joven iraquí pasa tres semanas detenido por los soldados de Estados Unidos, incomunicado y sin saber de qué se le acusa

Ángeles Espinosa

"Ha sido una pesadilla", asegura Nabil Maulud Ibrahim sacudiendo la cabeza como si así se pudiera quitar el recuerdo de encima. Su mirada expresa miedo y estupor. Aún no sale a la calle solo, pero pronto tendrá que hacerlo porque estudia Ingeniería Agrícola y el curso ha empezado mientras estaba detenido. Durante esas tres semanas, nadie le informó de qué se le acusaba, nadie le interrogó, nadie acudió a su domicilio a verificar su identidad o investigar sus actividades. Cuando le pusieron en libertad, tampoco hubo disculpas. Le dejaron en medio de una autovía sin un dinar en el bolsillo.

Todo empezó el jueves 25 de septiembre por la tarde. "Había encargado unas cintas de música árabe y fui con dos amigos a recogerlas cerca de la mezquita de Abu Hanifa", rememora. "Antes de llegar, una manifestación cortaba el paso. Decidimos volver a casa, todo el mundo corría como escapando de algo", prosigue, "me refugié en un taller vacío". Los soldados norteamericanos le detuvieron junto a otros jóvenes. Les esposaron y les subieron a varios Humvees. Al pasar ante Abu Hanifa vio cómo los manifestantes tiraban piedras a los soldados y coreaban: "Nos sacrificaremos por ti, Sadam".

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"Nos llevaron a las residencias universitarias y allí nos sentaron frente a la pared y nos taparon la boca con cinta adhesiva; a uno que se declaró chií le pusieron una capucha negra", relata. Cuando les tomaron el nombre y la dirección, aprovechó para decirle al traductor iraquí que era diabético y necesitaba beber. "Me dieron agua y me dijeron que al día siguiente me liberarían".

Después, les llevaron a un camión. "Entre los detenidos habían pillado a un ex baazista, de nombre Abu Gayaz, con una granada en el bolsillo", recuerda. El destino fue el centro de detención de Al Tasfirat, uno de los principales de la coalición. Nabil insistió en que era diabético y a esa hora ya tenía que haberse puesto la tercera inyección de insulina.

A la mañana siguiente, cuando ya se había saltado dos inyecciones, se desmayó y le trasladaron a la enfermería. El análisis de sangre probó lo que decía. Fue enviado al hospital Ibn Sina en helicóptero. "Volví a pedir al traductor que avisara a mis padres", subraya. Mientras, su familia recorría las comisarías en busca de noticias. "Para dormir, me ataban la pierna izquierda y el brazo derecho a la cama", precisa. Cinco días después, le dieron el alta.

Siguiente destino: la prisión de Abu Gharib, una de las más temidas en tiempos de Sadam. Allí le pusieron una pulsera de plástico con el número de detenido 18.577, muestra su madre. Allí pasó 16 días. El jueves 16 de octubre le dejaron junto a otro liberado en medio de una autovía. Sus padres no daban crédito. Un hombre les informó del paradero de Nabil, pero allí les aseguraron que no estaba. El mensaje que Nabil escribió a través de la Media Luna Roja llegó días más tarde.

Nabil Maulud Ibrahim.
Nabil Maulud Ibrahim.

Dos dosis de insulina al día

"El trato era variable, unos soldados nos respetaban y otros no", responde Nabil sin especial resquemor. "Me alojaron en una de las tres tiendas de la enfermería con otra veintena de hombres; la comida era aceptable, pero sólo me daban dos dosis de insulina diarias y sólo nos podíamos duchar una vez a la semana". Nabil se entretuvo con algunos juegos de mesa, el Corán y la observación de un grupo de prisioneros muy especiales: justo enfrente de la enfermería había seis tiendas con altos cargos del antiguo régimen. "Vi a Saadún Hamadi [ex presidente de la Asamblea Nacional], a Adnán Abdelmayid [antiguo ministro de Industria] y a Abed Hamud [el que fuera poderoso secretario particular de Sadam]", cuenta Nabil. "No nos permitían hablar con ellos y si alguien lo hacía le esposaban y le tumbaban en el suelo con la cara en la arena". Le pareció que los altos responsables recibían el mismo trato que el resto.

"El octavo día, los fedayin de Sadam dispararon tres obuses de mortero que cayeron a 10 metros de nuestra tienda; afortunadamente, nadie resultó herido", afirma. Los soldados les pidieron que llenaran sacos de arena y rodearan su campamento. "A los que acababan el trabajo, les daban un paquete de tabaco, en vez de los tres cigarrillos diarios", añade. Justo a tiempo. Cuatro días más tarde fueron objeto de un nuevo ataque. "Hubo 10 muertos y 18 heridos", asegura.

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Sobre la firma

Ángeles Espinosa
Analista sobre asuntos del mundo árabe e islámico. Ex corresponsal en Dubái, Teherán, Bagdad, El Cairo y Beirut. Ha escrito 'El tiempo de las mujeres', 'El Reino del Desierto' y 'Días de Guerra'. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense (Madrid) y Máster en Relaciones Internacionales por SAIS (Washington DC).

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