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Reportaje:PEDRO ENRIQUE DE IBARRETA | AVENTUREROS Y VIAJEROS

En las soledades del Pilcomayo

Luego de explorar el Chaco y participar en la guerra de Cuba, Pedro Enrique de Ibarreta (Bilbao, 1859), ingeniero geógrafo que se había asentado en Argentina, se propuso recorrer el río Pilcomayo desde Bolivia hasta su confluencia en el Paraguay. Para efectuar el viaje, buscó un hombre de su confianza y lo halló en un joven llamado Martín Beltrán, tomándolo a su servicio no sin antes pintarle los peligros que iban a afrontar.

Provisto del equipo para un trayecto tan largo como peligroso, salía la expedición para recorrer tierras hasta entonces apenas conocidas, por haber sido exterminados cuantos viajeros intentaron establecer contacto con las tribus que habitaban sus impenetrables bosques e imprevisibles ríos. El presidente boliviano trató de disuadirle para que abandonara sus planes, dado el número de obstáculos que debía sortear; pero todas las sugerencias que se le hicieron resultaron vanas. La expedición, que tanta repercusión tuvo entre la opinión pública, era tal vez la de mayor trascendencia, y durante meses se esperó con ansiedad que Ibarreta fuera auxiliado y para oír las referencias de su odisea.

Salvadas diversas dificultades, el prefecto de la Colonia Crevaux suministró lo necesario para la exploración, e hizo construir dos chalanas que permitían estar a cubierto de las flechas de los indígenas. Las embarcaciones fueron botadas al agua el 22 de mayo de 1898, cargando víveres para dos meses, armas y herramientas. La expedición partió de San Antonio el 3 de junio, siendo las embarcaciones arrastradas por la corriente. En la cuarta jornada se desencadenó una tormenta, que puso en peligro las chalanas por la fuerza de las aguas.

Establecieron una vigilancia por tener que atravesar lugares de indígenas hostiles, y lo hicieron en buena hora, porque a la mañana del día siguiente fueron atacados. Ibarreta ordenó amarrar las embarcaciones una al costado de la otra y encendiendo un cartucho de dinamita lo lanzó contra los asaltantes; poco después, se encontraron con dos cascadas, que impedían continuar la navegación. Tras superar esta nueva dificultad, lograron proseguir río abajo.

El 24 de agosto se dieron cuenta de que aún les faltaba mucho por recorrer, que las provisiones se agotaban y que habían perdido el cauce del Pilcomayo. Decidieron alcanzar tierra en busca de alimentos, pero el decaimiento de los expedicionarios aumentaba, forzando que Ibarreta autorizase a sus compañeros para que partieran en busca de refuerzos, mientras él esperaba la ayuda.

El 12 de septiembre, después de preparar el campamento en donde debía recoger los auxilios, el resto de sus compañeros se puso en marcha siguiendo las instrucciones del vasco, quien les indicó el camino a seguir y les entregó planos, una brújula y cartas. A los pocos días debieron abandonar el itinerario trazado, pero se fueron alejando de la ruta adecuada, vagando desorientados. El sol iba minando sus fuerzas hasta que, desfallecidos, fueron muriendo uno tras otro, excepto dos que se toparon con naturales hospitalarios, quienes les condujeron (11 de diciembre) a una misión.

Un comerciante, amigo de Ibarreta, recibió una carta, llevada desde los Esteros de Patiño por Leiva y Giráldez, únicos supervivientes del grupo de ocho hombres enviado en busca de ayuda. La situación era crítica, pero confiaba en que los auxilios llegarían a tiempo. No fue así e Ibarreta y los dos compañeros que quedaron con él murieron en la soledad del Pilcomayo asesinados por indígenas pilagás.

Los restos del explorador

Todos los intentos que se emprendieron para localizar el campamento en el que se quedó Enrique de Ibarreta con el fin de rescatarlo, si es que aún continuaba con vida, o para recuperar sus restos mortales, fracasaron. Varias expediciones lo intentaron; entre ellas, las dirigidas por el capitán Montero, por vía fluvial, y las del comandante Bouchard, el sacerdote Marcucci y su amigo Carmelo Uriarte, por vía terrestre.

José Fernández Cancio acompañado de Uriarte, que patrocinado por un industrial bonaerense, había fracasado dos veces en el propósito de localizar el campamento, llegó en latercera intentona a los dominios del cacique pilagás Isquis el 17 de junio de 1900. Tras deliberar largamente, y mediante una paga en yeguas y bueyes, el cacique indicó el lugar donde estaban dispersos el cadáver y varios objetos personales del vizcaíno, a un día de camino de su poblado.

Una vez que llegó a aquel paraje, José Fernández Cancio recogió los restos humanos del aventurero vasco, que fueron reconocidos por la forma del mentón y de las piezas dentales, así como los de su joven ayudante Díaz. Cancio entregó los restos de Ibarreta a su amigo Uriarte, quien los trasladó hasta Buenos Aires.

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