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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Paisaje con torre

He crecido escuchando el chisporroteo de las torres eléctricas en los días de lluvia, o de mucha humedad. A la orilla del río Besòs, como un Tom Sawyer de barrio. Allí los niños capturábamos libélulas y dábamos caza a las ratas. Y atrapábamos saltamontes. Y mariposas. Y más de una vez adoptamos a un perro vagabundo, que en el acto pasó a ser otro más de la pandilla. Ahora las desmantelan, las torres. Son como un ejército derrotado de molinos de viento. Primero les cortan los cables, igual que Dalila le depiló a Sansón la melena. Y luego las desarman una a una. Por la parte de Santa Coloma de Gramenet el proceso está más avanzado que en el área de la desembocadura del río, en Sant Adrià de Besòs, donde aún están retirando el tendido. Me han contado que el mismo hombre que un día supervisó el levantamiento de estas torres es hoy el encargado de hacerlas caer. Anda ahora, dicen, a la altura de La Catalana. A su encuentro, bajo al río acompañado de mi padre. Creo que es la primera vez que hacemos esto juntos. Bajar al río padre e hijo y patearnos los amarantos, los bledos y las malvas que allí crecen. Y los juncos. Y la cicuta, que en la hoja recuerda al perejil. Y admirarnos con idéntico asombro ante el alzarse, a nuestro paso, de pequeñas bandadas de gorriones. (Y sin embargo, a todas esas matas también les queda poco, porque, a la par que se soterra el tendido eléctrico, los ayuntamientos ribereños del Besòs se han coordinado para ajardinar y adecentar las márgenes. ¡Bien hecho! Hay un poema dedicado a la vegetación nitrófila, se encuentra en el Diccionario de socioecología, de Ramon Folch, Planeta, 1999; es el artículo titulado Rock duro).

El mismo hombre que supervisó el levantamiento de las torres de alta tensión en el río Besòs es el encargado de hacerlas caer

A los pies de hormigón de las torres se concentran las cuadrillas de trabajadores, que trepan por esa encrucijada de mecanos y ascienden, a veces, hasta 76 metros de altura. En lo alto se convierten en volatineros del trabajo. Uno de ellos recorre un cable a bordo de un carrito colgante y alcanza los cables vecinos con una pértiga. Los corta. Caen al suelo. En su desplome, recuerdan a esas serpientes de la selva que se arrojan a tierra desde los árboles zigzagueando durante la caída. La serpiente es el más eléctrico de los animales porque se parece al rayo. Los otros obreros tiran de una soga para atraer hacia sí al compañero del carrito cuando éste les da la orden con un silbido ("¡Vamos! ¡Tirad ya!"). Y abajo permanece un retén que se ocupa de recoger los cables que van cayendo para meterlos en los contenedores. Un metro del cable más grueso puede pesar cerca de 3 kilos. De torre a torre, en tensión, cada tramo ronda los 3.000 kilos. Cuando los cables caen dentro del río, los hombres entran en él con sus botas de agua, y si el caudal viene un pelín crecido el agua se les mete por dentro de las botas. Una vez localizados, los atan de un extremo a una camioneta tipo Ranger, que los arrastra hasta sacarlos a tierra firme. Para poder manejar los pedazos más largos, hay que cortar el cable con la muela. Un operario se protege cuidadosamente con unas gafas antes de poner en marcha su diminuto castillo de chispas y fuegos artificiales.

La orilla derecha del Besòs, que es por donde se accede a las torres, ha sido tomada estos días por un bullicio de ropa azul de trabajo y de cascos. Todas estas labores las supervisa Gonzalo Martínez, un leonés de 60 años, el mismo que, el 12 de julio de 1966, se encargó de organizar a los trabajadores que emprendieron la instalación de las torres. La rueda de la vida tiene estos caprichos. Hay filósofos que dicen que todo fluye como un río, como este río, y que nada permanece, pero otros están convencidos de que todo vuelve. A la vez que da órdenes por el walkie, este encargado me cuenta cómo en aquellos tiempos levantaron las torres (la menor se aproxima a los 50 metros de altura), con grúas que no sobrepasaban los 15 metros: "El resto lo tuvimos que subir con carriolas". Le pregunto si los hombres que ahora suben hasta lo más alto son técnicos en algo. Se sonríe con ironía proletaria: "¡Son técnicos en no tener vértigo!".

Antes de que se inaugure el Fòrum de les Cultures, se pretende que el paisaje del río quede despejado de torres eléctricas. Incluso alguien ha precisado como fecha límite de los trabajos el próximo 28 de diciembre, festividad de los Santos Inocentes. Acaso ese último día, en un gesto de piedad romana los responsables pudieran salvar la vida de una solitaria torre, que permanecería en algún lugar a la orilla del río ajardinado, como homenaje a las personas que nacieron, vivieron, trabajaron y se amaron en un terrible paraje industrial. De hecho, un grupo ha pedido públicamente que dejen en pie una de esas torres. Yo la imagino como uno de esos monigotes de figura humana que los niños cuelgan el 28 de diciembre en las espaldas de los mayores. Dando a entender que todo fue una broma y que no volverá a pasar. Y, llegada la hora, podría adornarse como un árbol de Navidad (esto proponen los partidarios de su permanencia). A ese abeto de acero, que encendería sus luces en Navidades, acudiría la gente para recordar lo que hay de acero en cada vida. A mí también me gustaría ir, acercarme con el viejo hasta ella de paseo por sus jardines.

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