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TUSQUETS / DALÍ, HISTORIA DE UNA AMISTAD
Columna
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¿Ultralocal o provinciano?

A propósito de las exposiciones internacionales que celebrarán el Año Dalí

Hace pocos días, durante la presentación del Año Dalí en su fundación de Figueras, mientras escuchaba la explicación del programa de exposiciones, actos y festejos, y miraba los vídeos promocionales, no dejaba de preguntarme si los responsables de tales eventos podríamos ser tachados, con toda justicia, de excesivamente localistas. Sin embargo, para disipar mis escrúpulos, ya en los discursos inaugurales los distintos representantes políticos tuvieron a bien recordarnos la frase que Dalí citaba con frecuencia -aunque el mismo Dalí reconocía que no era suya sino de un escritor francés que ahora no me viene a la memoria- que afirma que sólo a través de lo ultralocal es posible alcanzar lo universal.

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O mucho me equivoco o esta sentencia va a ser utilizada machaconamente durante el año que se nos viene encima (año temible, que antes de iniciarse nos ha dado ya una cubertería y un juego de ajedrez ejemplos paradigmáticos del peor kitsch seudodaliniano). Sentencia que va a servir para demostrar lo muy español, o lo muy catalán, o lo muy ampurdanés, o lo muy figuerense que se consideraba el artista. Ante este previsible aluvión patriótico, estaría bien precisar que la frase en cuestión, que en boca de un famoso ultrauniversal como Dalí tenía su sentido y su gracia, no significa que "todo" lo ultralocal tenga vocación universal; para que esta transformación tenga lugar hace falta una intervención artística, una intervención artística muy singular, una intervención artística genial.

No hay nada menos universal, menos original, menos distintivo, más uniforme en todo el universo, que el folclore; el folclore que Dalí aborrecía. Al Dalí que dictaminaba que la sardana por sí sola "bastaría para cubrir de vergüenza y oprobio a una región entera"; al Dalí que lo peor que se le ocurrió escribir a García Lorca sobre su exitoso Romancero gitano es que le parecía costumbrista, anacrónico y tradicional; a este Dalí, hace falta tergiversarlo mucho para convertirlo en un sentimental localista.

Por este motivo, me pareció que el programa del Año Dalí quizá nos había quedado algo estrecho de miras, algo alicorto, algo pueblerino. Pero, viendo la reacción que ha provocado en la prensa, me entero de que no: el problema no es éste; el problema, el agravio, lo escandaloso, es que la exposición con más obras (ya veremos si la mejor) va a tener lugar en el extranjero, concretamente en Venecia y Philadelphia. Sobre este particular me gustaría hacer algunas puntualizaciones:

Primera. Los integrantes de la comisión reducida que hace años preparaba el programa del centenario de Dalí -tras analizar el resultado del Año Miró, el Año Pla o el Año García Lorca- estábamos convencidos de que había que programar muy pocas exposiciones y de mucha calidad. En un principio, y por sugerencia de Félix Fanés, propusimos sólo cuatro exposiciones en cuatro ciudades determinantes en la vida del maestro: una en París (centrada en la época surrealista), una en Nueva York (que trataría de la experiencia americana), una en Madrid (que relacionaría a Dalí con los grandes maestros de la historia) y una en Barcelona (que siempre giró en torno al arte de masas; exposición en la que tengo gran confianza, y que finalmente viajará al Reina Sofía).

Segunda. La reacción de los grandes museos de París y Nueva York fue de lo menos alentadora. Alegaron mil excusas para renunciar a la muestra. Parece evidente que en este momento el MOMA o el Pompidou no están por la labor de reivindicar a nuestro pintor. La atractivísima exposición de Madrid, para la que me ofrecí como curador, sólo se podía realizar en el Museo del Prado. Como explico detalladamente en mi libro, al principio la acogida de los responsables de la pinacoteca madrileña fue entusiasta, pero luego, inexplicablemente y para mi desconsuelo, perdieron todo interés. En esta situación llegó el ofrecimiento del Palazzo Grassi; ofrecimiento económica y culturalmente de peso, pero con sus exigencias, como que la muestra debía inaugurarse en su sede y no podía visitar otra ciudad de Europa.

Tercera. La comisión artística de la Fundación Gala-Salvador Dalí está convencida de que el éxito mediático de su fundador está más que garantizado; de que nuestra asignatura pendiente es prestigiar al artista en aquellos ámbitos culturales más escépticos, mediante muestras y actos de gran rigor y exigencia intelectual. Estamos seguros de que una gran exposición internacional (en la mejor época del año, en el más prestigioso palacio de exposiciones de una ciudad en la que estamos cansados de ver cada verano los colgantes que penden de los puentes del Gran Canal anunciando una muestra daliniana donde todo son litografías dudosas, copias de esculturas falsas y otros ejemplos del peor Dalí) va a contribuir a modificar la percepción de nuestro artista en los medios que más nos interesan.

Cuarta. Hace nueve años la Fundación Gala-Salvador Dalí llevó adelante una extraordinaria exposición ideada por su patrona Ana Beristain. Se denominó Dalí joven y abarcó los primeros años del pintor, desde sus balbuceos hasta el encuentro con Gala y el surrealismo; desde los primeros retratos de su padre y de su hermana hasta El gran masturbador. La exposición, que descubría una etapa poco conocida del pintor, alcanzó un enorme eco internacional. En la Hayward Gallery de Londres tuvo un éxito de público y una repercusión en los medios especializados notable; en el Metropolitan Museum de New York, espectacular; en el Reina Sofía de Madrid, aceptable; en el Palau Robert de Barcelona, mediocre. No nos engañemos, nuestro país y, sobre todo, nuestra crítica comprometida es aún visceralmente antidaliniano.

Quinta. Cuando hace veinte años Salvador me propuso entrar en su fundación como patrono vitalicio, supuse que al dar mi conformidad aceptaba que lo hacía con el fin de proteger, prestigiar y difundir su obra, tal como consta claramente en nuestros estatutos. Mi obligación moral es recomendar lo mejor para Dalí, no lo mejor para el país, suponiendo que exista contradicción entre ambos objetivos. Cada vez que en la fundación debemos tomar una decisión delicada pienso en lo que Dalí preferiría: sé que es un método aventurado, sobre todo tratándose de un ser tan poco previsible como Dalí, pero no conozco otro mejor. Pues bien: basándome en esta científica arbitrariedad, puedo asegurar que Dalí estaría encantado con la exposición del Grassi.

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