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Análisis:A pie de obra | TEATRO
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Belbel y compañía

Marcos Ordóñez

Uno. Parece que Sergi Belbel ha encontrado la felicidad; la felicidad de darle al público lo que busca, de jugar con sus actores (una "compañía" en el más hermoso y grupal sentido del término) y, por encima de todo, de servir a un texto y defenderlo desde la humildad, que es la mejor forma de inteligencia; sin imponernos su firma ni pretender deconstruir lo que está soberbiamente construido. Una felicidad que quizá comenzó en su puesta de La Villeggiatura, estalló sin complejos en La Latina con Madre el drama padre y alcanzó su culminación con Sábado, domingo y lunes, de De Filippo, la temporada pasada, una obra maestra que vuelve al Nacional (oído al parche) con la incorporación de la inmensa Anna Lizarán, a partir del 22 de enero de 2004; trabajos que ha alternado con un teatro más "difícil", aunque no menos feliz, como Quai Ouest, de Koltès, o L'habitació del nen, la última (y durísima) entrega de Benet i Jornet. En esta ocasión, el juguete de Belbel y compañía (una compañía que engloba a Jordi Galcerán, autor de la versión, a los escenógrafos Cristià y Glaenzel, al iluminador Albert Faura y al gran Javier Artiñano, responsable de un espléndido vestuario) es otra comedia clásica: Primera Plana, de Hecht & McArthur. Casi un estreno en España: la presentó, me atrevo a imaginar que en versión reducida, Alberto Closas en los sesenta, en el Marquina, como Página de sucesos. Y me atrevo a imaginarlo porque Belbel y Galcerán la sirven tal cual se escribió, sin tocar una coma y, con dos entreactos incluidos, la función se pone en tres horas y cuarenta minutos. Podría haberse recortado, desde luego: el primer acto peca de una exposición algo fatigosa y no pocas reiteraciones (era la época en que todo debía repetirse varias veces, por si alguien llegaba tarde) pero después de tanto suplicar integridad textual ahora no me queda otro remedio que envainármela y aplaudir el respeto de la apuesta.

Dos. A raíz del estreno han brotado no pocas voces criticando que el Nacional busque con Primera Plana un éxito comercial, como si eso fuera un pecado imperdonable, o como si en teatro los éxitos pudieran preverse. También se ha dicho que la función podría defenderse perfectamente en una sala privada (olvidando que se requiere un reparto de 21 actores), pero lo que late bajo esos reproches es la eterna maldición de la comedia como género, sobre todo si es contemporánea: por lo visto, sólo está permitida cuando la firman Molière o Goldoni. Primera Plana supuso en su momento -1928- una inyección de vitalidad gozosamente callejera y "vulgar" en el encorsetado panorama del teatro americano, y casi ocho décadas después, el abuelito sigue pegándonos bajo el cinturón con idéntica virulencia: el explosivo cóctel de ferocidad, misantropía, personajes amorales, diálogos escopeteados y cinismo sin disculpas es más actual que nunca, sobre todo en época de elecciones. No, no puede decirse que Belbel y el TNC hayan escogido una "comedia amable" para reventar la taquilla. No hay nada amable en Primera Plana. Tampoco es una comedia estelar sino todo lo contrario: estamos ante la primera gran comedia coral del siglo XX. Walter Burns, el editor de Tribune, era, en la pantalla, un gran protagonista; en el texto original es un personaje más, que no aparece hasta la mitad del segundo acto, y Jordi Bosch lo interpreta sin traicionar la sombría acidez de la partitura, renunciando, muy sabiamente, a jugar la baza de "canalla encantador" acuñada por Cary Grant: su Burns es, como debe ser, un mal bicho hosco y manipulador, rebosante de energía negativa, del mismo modo que Jordi Boixaderas sabe mostrar el lado más infantil y esclavizado de Hildy Johnson, una marioneta en manos de su tiránico padre suplente.

Tres. En manos de Belbel, los americanísimos personajes de Hecht & McArthur resultan más mediterráneos que nunca: uno piensa en Dario Fo, porque hay en este montaje una empecinada voluntad de comunicar, de llegar al público, que lo emparenta con el teatro popular a la italiana, incluyendo chafarrinones de farsa y caricaturas de trazo grueso, mientras que la coralidad y el excelentísimo nivel de los (presuntos) secundarios lo emparenta, por la puerta grande, con el trabajo de Berlanga. Si Bosch y Boixaderas, cabeceras de cartel, trabajan con su reconocida maestría, no resulta, en cambio, tan habitual encontrar en nuestro teatro a los intérpretes que puedan mantener un óptimo nivel de conjunto. Del larguísimo reparto me gustaría destacar aquí las formidables composiciones, llenas de vida y talento, de Lluís Soler (Sheriff Hartman), Quimet Pla (el Alcalde), Francesca Piñón (Mollie Malloy), Àngels Poch (Mrs. Grant), Lluís X. Villanueva (Earl Williams), Jordi Díaz (Diamond Louie), Miquel Bonet (Pincus) y Jordi Martínez (Endicott).

En plan refunfuñón, diría que es una gran idea plantar la sala de prensa en mitad de la platea, pero no lo es tanto dispersar la acción por el patio de butacas (la innecesaria persecución de Molly), y añadiría que a ratos a Belbel se le va un poco la mano en la gradación de la farsa, pero ése es un pecado menor: Jordi Banacolocha (Bensinger) o Carles Martínez ("Woodenshoes" Eichorn), dos cómicos de aúpa, se pasan varios pueblos, pero disfrutan tanto haciéndolo que uno se imagina a Belbel en los ensayos, incapaz de frenarles -o incluso dándoles más alas- porque se lo está pasando bomba, y es muy difícil no contagiarse de esa alegría.

Hablando de comedias y de clásicos, una sugerencia para Domènec Reixach, director del Nacional: recuperar Madre el drama padre, el montaje de Belbel para el CDN que sólo se vio en Madrid, y con gran éxito. Jardiel es tan grande (o más) que Hecht & McArthur. Escribía en castellano, lo sé. Pero en el TNC se vieron La fundación, de Buero, y El alcalde de Zalamea, y creo recordar que nadie se rasgó las vestiduras por ello.

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